ACOSTA JOSE

CRONISTA. Nació en Medina del Campo, diócesis de Valladolid, España, en 1540. Su familia era de judíos recién convertidos y se pertenecía a la próspera burguesía mercantil de esa ciudad. De doce años ingresó como novicio al Colegio que la Compañía de Jesús acababa de abrir en Medina del Campo, cuando recién se extendía por Europa esa orden.

Estudió humanidades y filosofía en diversas localidades castellanas y portuguesas y siete años en la célebre Universidad de Alcalá de Henares donde tuvo un Acto General, sacó fama de orador y siguió la carrera de teología. En 1566 se ordenó y enseñó esa materia en los Colegios de la Compañía en Ocaña y en Plasencia, pero decidido a hacerse misionero solicitó el 68 al padre Francisco de Borja que le diera permiso para viajar a las Indias y el 8 de Julio de 1571 partió de Sevilla en la armada de Pedro Menéndez de Avilés, en compañía del padre Andrés López y del hermano Diego Martínez en la tercera misión jesuita que venía hacia el virreinato del Perú. Primero arribaron por el mar de las Antillas a Nueva España, actual México, y tras una corta estadía prosiguieron a Lima y entraron en esa capital en abril del 72.

En 1573 el padre Ruiz Portilla, S. J. le envió en misiones al Cusco, Arequipa, La Paz y a otras poblaciones del interior y llegó hasta Chuquisaca en busca del Virrey Francisco de Toledo. El 74 regresó a Lima solicitado por el padre Portilla para que intervenga en la causa inquisitorial que se había instaurado en contra del dominicano fray Francisco de la Cruz, que terminó con la condena y relajamiento del reo.

A principios de 1575 arribó el padre Plaza como Visitador de los jesuitas y le nombró Rector del Colegio de San Pablo, estableciendo cursos de latinidad, retórica, arte y teología con tanto éxito que dejó sin alumnos a la recién fundada Universidad de San Marcos. Por estos días redactó un tratado misional en latín titulado “De Procuranda Indocrum Salute”, siendo el primer libro que un jesuita compuso en América, al que antepuso una especie de Prefacio sobre la naturaleza americana titulado “De natura novi ordis” impreso en Salamanca en 1588. El segundo, fue reelaborado y pasado al castellano, constituyéndose en los dos primeros libros iniciales de la “Historia natural y moral de las Indias” cuya primera edición apareció en Sevilla el 90. El Tratado se compone de siete libros, los primeros cuatro de Historia Natural y los tres finales de Historia Moral, es decir, a las costumbres y hechos de los indios donde aportó una multitud de novedades.

Cuatros meses más tarde del arribo del padre Plaza en 1575 al Perú, fue designado Provincial de la Compañía de Jesús en dicho virreinato. Durante su gobierno se suscitó la polémica de los jesuitas con el Virrey Francisco de Toledo, pues los primeros preferían un trabajo teórico antes de meterse en el campo de la evangelización de las parroquias de indios, mientras que las autoridades de gobierno esperaban una dedicación a la evangelización más directa, por eso se fundó la residencia de Juli y en 1578 los Colegios de Arequipa, Potosí y la Paz, pero el Virrey mandó a cerrar los dos últimos aduciendo que no tenían el real permiso y hasta persiguió al padre López, S.J. a través de la Inquisición, quien fue sucedido por el padre Baltazar Piñas, S.J. que después pasó a fundar el Colegio de Quito.

Otro aspecto importante de Acosta es su actuación en la lucha contra las idolatrías pues como la corona española estaba obligada con el Papa a extender la evangelización y a combatir las idolatrías en las nuevas tierras que se conquistasen, en un comienzo y dadas las exigencias militares, las huestes de Pizarro en el Perú y otras que siguieron después, dejaron a un lado esta obligación, pero al regularizarse la situación en l543 el Vicario General del Cusco, Luís de Morales, inició la lucha contra las prácticas de las idolatrías. El Arzobispo Loayza dictó unas Instrucciones al respecto. En 1551 el Concilio limense se dedicó a combatir estas creencias, especialmente la llamada Taqui Oncoy o mesianismo andino, que consistía en la creencia religiosa y nacionalista de que las huacas, es decir, las momias de los antiguos gobernantes, volvían sobre sí para vencer al Dios de los cristianos. Las autoridades españolas no entendieron los alcances de este movimiento, cuyo mayor auge se registró en 1565, pensando que era una acechanza de los hechiceros de la corte del Inca Manco en Vilcabamba, cuando en realidad se trataba de algo más hondo y sentido, un volver a tiempos idos, más bien míticos, pues consistía en volver a un cosmos ordenado frente al desorden e inversión del mundo andino tras la conquista española. El Concilio provincial limense de 1567 dispuso que los curas derriben las huacas e ídolos, amonestando a los indios infieles para que no perviertan a los fieles cristianos y si lo seguían haciendo, que les castigue el diocesano. También se advirtió sobre las prácticas del Corpus Cristo, oportunidad que los indios aprovechaban para danzar y cantar a sus ídolos, uniendo el antiguo Inti raymi o fiesta del sol a la nueva celebración cristiana. En 1570 el Virrey Toledo realizó una Visita General para obtener directamente la extirpación de toda idolatría y con este motivo se escribieron varios Informes: 1.- Cristóbal de Albornoz (La Instrucción para descubrir todas las guacas del Perú y sus camayos y haziendas) 2.- El cusqueño Cristóbal de Molina (Relación de las fábulas y ritos de los Incas) 3.- Juan Polo de Ondegardo (De los errores y supersticiones de los indios, sacados del tratado y averiguaciones del Lic. Polo de Ondegardo, Instrucción contra las ceremonias y ritos que usan los indios conforme al tiempo de su idolatría) y 4.- Felipe Guamán Poma de Ayala (Nueva Corónica y buen gobierno) quien había actuado de auxiliar en aquella misión contra el Taqui Oncoy.

En 1580, encontrandose el padre Acosta en Lima, visitó el Hospital de San Andrés y halló las momias de los Incas enviadas desde el Cusco por el Licenciado Juan Polo de Ondegardo para desarraigar la idolatría que recibían de los indios, ritos y ceremonias especiales como si fueran dioses.

En enero de 1583 participó en calidad de teólogo en el III Concilio Provincial Límense, redactó las Actas en latín, los Catecismos, el Confesionario y los Sermonarios y defendió las disposiciones del Concilio frente a los clérigos de Lima y Charcas que no querían acatarlas. Después cumplió con las disposiciones y publicó los Catecismos en quechua y aymará para adoctrinar a los indios, auxiliándose con los padres Blas Valera, Juan de Atienza, Alonso de Bárcena y Bartolomé de Santiago, al fin de cuya empresa se editó en 1584, en la Imprenta de Antonio Ricardo, de Lima, el primer libro en quechua y aymará siendo también el primero que se editó en Sudamérica y llamó “La Doctrina Cristiana y Catecismo” para curas y misioneros, que se difundió por estas comarcas y fue lectura obligada en la Audiencia de Quito.

Después de estas labores le entró la melancolía al decir de los cronistas de entonces, pues se pasaba el día callado y meditando, serio y triste. En 1585 viajó a México y el 87 embarcó a España gozoso de regresar a su Patria tras doce años de permanencia en las Indias, con fama de gran orador sagrado.

En 1588 siguió hacia Roma a fin de promover la conservación de los indios, considerado una autoridad en la materia y uno de los más doctos jesuitas del orbe. En la Ciudad Eterna trató al padre Aquaviva, a los miembros del colegio cardenalicio y fue designado Visitador de los Colegios jesuitas en la provincia de Andalucía, y dio cuenta detallada al Rey, tras lo cual pasó a realizar la visita a la provincia de Aragón, también con buenos resultados.

En 1589 fue presentado al Rey Felipe II con quien hizo buena amistad, sostenía largas conferencias en el Escorial y le dedicó “América de Natura Novi Orbis et promulgatione evangeli apud Barbaros sive de Procuranda Indorum salute” que traducido al castellano se lee: “De la promulgación del evangelio o del modo de procurar la salud de los indios”, impresa ese año en Salamanca, que como su título lo indica, salió escrita en latín y en dos volúmenes y es un tratado de misiología que fue leído hasta en el siglo XlX con delectación. Hoy ha perdido interés pues ya no se desea aculturizar a los indígenas sino preservar sus formas propias.

En 1590 dio a la luz en Sevilla la “Historia Natural y Moral de las Indias, en que se tratan las cosas más notables del cielo y de los elementos: metales, plantas y animales de ella y los ritos, ceremonias y leyes, gobierno y guerras de los indios; dirigida a la Serenísima Señora Infanta Isabel Clara Eugenia de Austria” que se compone de siete libros o partes, siendo los dos primeros una traducción al español de su obra latina “América de Natura Novi Orbis” y los cinco últimos, escritos en España, forman una especie de complemento con explicaciones sobre los usos y costumbres de los indígenas americanos.

Acosta desecha por falta de fundamento las viejas creencias de que América podía haberse originado en la Atlántida como algunos creían y se adelantó en tres siglos a la moderna investigación sobre el origen de los indios americanos, indicando que descendían de tribus asiáticas de raza mongólica, dedicadas a la caza en las estepas de Siberia, que en algún momento pasaron a poblar los territorios americanos, y todo esto cuando aún no se descubría el estrecho de Bering pero aun así afirmó “Mas al fin, en lo que me resumo es que el continuarse la tierra de Indias, con esas otras del mundo, a lo menos estar muy cercanas, ha sido la más principal y más verdadera razón de poblarse las Indias y tengo para mí que el Nuevo Orbe e Indias Occidentales, no ha mucho millares de años que las habitan hombres, y que aquellos aportaron al Nuevo Mundo por haberse perdido de su tierra o por hallarse estrechos y necesitados de buscar nueva tierra, y que hallándola, comenzaron poco a poco a poblarla, no teniendo más ley que un poco de luz natural, y cuando mucho algunas costumbres que les quedaron de su Patria primera.”

Este tratado fue bien acogido por los círculos culturales de Europa, su influencia fue extraordinaria y conservó la fama aún en el siglo XVIII en que el célebre humanista padre Benito Feijóo llamó a su autor “El Plinio del Nuevo Mundo” pues comprendió sus alcances, la admiración por la naturaleza americana y su interés por las culturas indígenas, y ambas unidas formaban una maravilla capaz de cautivar el espíritu de cualquier hombre culto e ilustrado. La primera edición vertida al italiano por Giovanni Paolo Galluci apareció el 96 en Venecia y la segunda en 1608 tal su fama. La versión francesa salió en nueve ocasiones traducida por Robert Regnault, la inglesa de Edward Grimstone data de 1604. Jan Huygen van Linschoten la copió y dio a la publicidad al holandés en Harlem durante el año 1598 con gran éxito, al punto que enseguida menudearon nuevas ediciones para los países protestantes donde apareció la versión en alemán de J. Humberger. Entre 1601 y el 2 los editores Bry, padre e hijos, la publicaron en el tomo noveno de su colección “Americae Historia.”

Por su forma anuncia a los grandes geógrafos y viajeros románticos que vendrían después con Humboldt, ya que trata de las ciencias naturales y hasta habla de los paisajes y ciudades. Por su fondo contiene capítulos de gran interés sobre el hombre americano, sus usos, costumbre y creencias, detallando sus principales ceremonias y dando un toque natural a sus ideas religiosas, todo ello tratado con un tono poético nada común; por eso se ha dicho que Acosta es uno de los creadores de la nueva ciencia denominada Biogeografía. Numerosas ediciones en España, dos en Madrid y una en Barcelona, así como varias traducciones al italiano, alemán, inglés y francés holandés y citas eruditas, acreditan el éxito del libro.

Antonio de Alcedo lo menciona en 1807 en su célebre “Catálogo de los autores que han escrito de las Indias…” Humboldt la calificó en “Kosmos” (1845 – 1862) de estudio magistral del Nuevo Mundo y de fundamento de la geofísica moderna.

Fue un autor pulcro que conocía y citaba a los principales Cronistas de la Conquista con tanta facilidad como a los Clásicos antiguos y modernos. Actualizado en sus lecturas era un sujeto moderno para su tiempo.

En 1592 fue designado Prepósito de la Casa Profesa de Valladolid y regresó a Roma precedido de fama internacional a fin de que se reúna la venerable Congregación General, pues estaba en malos tratos con el padre Aquaviva que habíale acusado de ser un cristiano reciente; pero fracasó en su empeño, no obstante lo cual, Aquaviva no se atrevió a tomar represalias y por el contrario, lo destinó al honorífico empleo de Rector del Colegio de Salamanca, donde totalmente rehabilitado de tan peligrosa acusación, una tarde le tomó en dicha ciudad por sorpresa la muerte, a causa de un paro cardíaco, el 15 de Febrero de 1600, a la edad de sesenta años.

Está considerado uno de los mayores jesuitas de su tiempo, brilló como orador, erudito americanista, experto en misiones, dio impulso a la Compañía de Jesús en el Perú y en México y a su visión se debe en buena parte que en 1585 llegaran los primeros jesuitas a Quito, pues creía un deber ineludible continuar la evangelización y engrandecer a la Compañía por todas las regiones del nuevo orbe.