A raíz de su fundación el 15 de Agosto de 1.534 y trasladados a la costa, la ciudad de Santiago de Guayaquil contaba solamente con dos calles que bajaban del cerro hacia el sur y se llaman Calle Real y Calle Nueva que era angosta, sinuosa y orillada por la ría. Cincuenta años después, la urbe se había extendido hasta la actual calle Roca, existiendo tres esteros de por medio cruzados por puentes de madera. Seis callejones transversales completaban el panorama en esos difíciles días de piratas y epidemias. Los más famosos eran el de la Cruz por tener una Cruz grande puesta en el vecindario para espantar a la Viuda del Tamarindo que por las noches dizque se aparecía al pie del árbol y cerca del antiguo matadero y el del Cangrejito porque allí vendían los afamados moluscos del Estero Salado, traídos de Puerto Liza. Aún permanece en pie el último de estos callejones llamado de Magallanes en honor a uno de sus antiguos propietarios. El misterio que encierra al caer la tarde nos recuerda serenatas y duelos a espada.
Las Plazas de Santo Domingo y La Concepción servían de centro de reunión del vecindario y sitio de expendio de víveres los domingos. La urbe se defendía por el malecón con ramadas de caña y techos de hojas de bijao donde estaban empotrados unos cuantos pedreros de bronce que disparaban municiones redondas y listos para el uso.
El 28 de febrero de 1628 el vecindario reunió 4.000 pesos para amurallar la ciudad; sin embargo, como el dinero no alcanzó para cubrir una obra tan costosa, a duras penas se levantó un pequeño Fortín de piedra, terraplenado por dentro, hoy conocido como “La Planchada”. Dos cañones de largo alcance lo hicieron temible.
EL ASTILLERO DE GUAYAQUIL
Desde 1547 se construyen en la rada de Puna numerosas embarcaciones mercantes y de guerra. El Cabildo guayaquileño apoyó esta industria acondicionando en 1595 un astillero en las actuales calles Illingworth y Malecón que funcionó hasta 1602. Con ese motivo algunos pobladores se establecieron en la orilla y la Calle Nueva creció hasta el Conchero o playa destinada al desembarco y venta de ostras en las actuales calles Mejía y Malecón.
Ciudad Nueva aumentaba con rapidez, sus vecinos construyeron la Iglesia Matriz con maderas y cañas en el lugar donde hoy se levanta la Catedral. El Cabildo separó un lote en la orilla y las autoridades administrativas obtuvieron otro. Estas reservaciones originaron a la actual Municipalidad y Gobernación.
EL GRAN PUENTE DE MADERA
Él Corregidor de Guayaquil Jerónimo Boza y Solís, que vivió en la Ciudad Vieja y tenía “un cariñito” en la Nueva, mandó levantar el famoso Puente de 800 varas de largo que nos diera tanta fama en el pasado. El puente se iniciaba en Ciudad Vieja, en la Calle Real (Rocafuerte) superaba numerosos esteros y manglares hasta llegara la Ciudad Nueva —desde Tomás Martínez hasta 9 de Octubre aproximadamente— tenía dos varas de ancho y sus maderos eran de los más grandes y resistentes de la región.
La obra demoró tres años en construirse y en 1710 se concluyó pero las continuas marejadas de la ría y las lluvias invernales terminaron con ella en diez años. En cambio, los 200 arcos de sostén permitieron al vecindario rellenar varios lotes intermedios, formándose barrios y cada vecino hizo su puentecito, con barandas y bancos para descanso de los transeúntes.
Estas alegres quintas de recreo duraron hasta hace pocos años. La mayor de todas fue la Quinta Pareja, desaparecida cuando el Dr. Rafael Mendoza Avilés rellenó los pantanos del norte durante su Alcaldía en 1947.
La histórica Quinta cubría un extenso sector comprendido entre las calles Padre Solano, Mendiburu, Tomás Martínez, Loja y Padre Aguirre. Otras famosas fueron las de Rodríguez – Coello, la de Medina, la de Roditti, llenas de frondosos caimitos de gran fama por su delicado sabor. En frente de la cárcel estuvo el Jardín de los Bonín para recreo y turismo, donde los fines de semana se realizaban hermosos picnic, las familias bailaban al son de una banda de músicos de pueblo y consumían cerveza y mistelas.
EL ESTERO SALADO
Fue un constante peligro para la urbe porque sus altas mareas llegaban hasta la Calle Real amenazando inundarlo todo. Hacia 1761 el Cabildo ordenó la construcción del Nuevo Cementerio, en el mismo sitio donde aún se encuentra en la Calle Julián Coronel, que en esos años era estrecha y cortada en pleno cerro. La Boca del Pozo de agua dulce para provisión de Ciudad Vieja, estaba en la esquina de las actuales calles de Julián Coronel y Rocafuerte, sector que ha conservado ese nombre.
Al final de Julián Coronel existía una gran Sabana y por ese lado el Ayuntamiento ordenó la construcción de una calle hacia el sur para contener las mareas del Estero. Esta calzada tuvo media de milla de largo y once metros de ancho llegando hasta Padre Solano. En 1.785 el Coronel Ramón García de León y Pizarro. Gobernador de Guayaquil, la amplió considerablemente y en 1837 el Presidente de la República Dr. Vicente Rocafuerte ordenó su refuerzo y a la presente esta famosa Calzada de la Legua de antaño se ha transformado en las calles Santa Elena y Juan Pablo Arenas. En 1.838 Rocafuerte ordenó un corte de manglares donde ahora es el Puente 5 de Junio sobre el Estero Salado, para balneario de Guayaquil.
Con los años se levantó un puente de madera cubierto con techo de hojas. Un coche tirado por mulas salía todos los días a las 6 de la mañana y regresaba a las 4 de la tarde. Los baños se recetaban como medicina para los enfermos de la piel. A fines de siglo tenía un edificio con cuartos para desvestirse y numerosas recreaciones complementaban el ambiente. Se jugaba ajedrez, billar, damas, dominó y naipes. Había tiro al blanco, carrusel para señoritas y niños, cantina para los caballeros, conservas alimenticias, mesitas para almorzar carne en palito. En fin, todo hacía menos agreste el ambiente pues la zona era boscosa y sombría.
En este siglo, Rodolfo Baquerizo Moreno construyó el American Park tomando como modelo los balnearios del Atlántico norteamericano. Yo conocí el sitio antes de su destrucción y pienso que todavía no hemos creado nada semejante. Quien alguna vez fue al American Park no la olvidará nunca; la pista de baile con escenario propio era inmensa y grandes parques y terraplenes la completaban. Hasta tenía una concha acústica para que toquen las orquestas. La sección juegos tenía maquinitas con películas mudas de Chaplín; otras ofrecían caramelos, juegos sorpresas y de habilidad. Dos piscinas con agua salada y piso de cemento, playa al Estero y un sinfín de tiendas donde se compraba chifles, mote, fritada, empanadas y otras menudencias, ponían al visitante en movimiento. El ají era famoso.
MUELLES Y PLAYAS DE ANTAÑO
Puerto Liza fue utilizado hace siglos por los pescadores de Guayaquil como centro de actividad, de allí su nombre. En la urbe existieron otros muelles y playas para uso mercantil. El de la Merced en Víctor Manuel Rendón y Malecón; el del Pescado en Illingworth y Malecón; el de la Plaza del Sur que aún existe y el de la Capitanía del Puerto, que funcionaba en los bajos del edificio de la familia Garaycoa, al lado de la Aguardientería hasta 1857, año en que el Presidente de la República General Francisco Robles ordenó el traslado de la Capitanía y del Resguardo de Aduanas al nuevo edificio frente a la Gobernación.
El panameño Antonio Pérez solicitó al Cabildo el permiso para utilizar la playa vacía obteniendo privilegio de uso por 50 años. Allí construyó la empresa Antonio Pérez y Cía. un muelle privado, cuyo peaje, a la muerte del citado caballero, pasó a recaudarse a favor de los pobres del puerto.
EL CONCHERO Y LA VIEJA TAHONA
Fueron sitios típicos de antaño. La Tahona, calificada de Vieja porque tenía más de 200 años de construcción, era un edificio grande y espacioso donde moraron familias muy ilustres. Hacia 1800 sus propietarios, los Rocafuerte, la refaccionaron porque amenazaba ruina. En la esquina opuesta había la mejor y más antigua casa del barrio, construida por Severino Franco y Navarrete y heredada por su nieto el General Guillermo Franco Herrera, Jefe Supremo de Guayaquil en 1859-60.
En el río habían numerosas balsas donde vivían maleantes y mujeres de vida airada que celebraban la botadura de una nueva embarcación con velorios de barcos y jaranas sin fin. Son los carpinteros de ribera, de antigua tradición marinera en el puerto y nadie los puede sacar. Otras balsas servían de sitio de reunión y hasta de restaurantes de turismo y no era raro ver caballeros que toman tacitas de café puro con bolón de verde con cuajada o de chicharrón. Las balsas se transformaron en las famosas carretillas del malecón, donde hemos comido los sabrosos secos de gallina y chivo, el chocolate con sal y dulce, las “suelas” o sanduches calientes de mortadela y los aguados de pato y gallina los que ya tenemos más de treinta años, hasta que en 1.967 se las desalojó por orden municipal, creo que de mi amigo querido Asaad Bucaram.
EL FORTIN DE SAN CARLOS
El Estero de San Carlos fue rellenado con basura hacia 1.880 originando a la actual Avenida Olmedo. Llegaba hasta las cinco esquinas y viraba hacia el noroeste. Cercano a él estuvo el de Carrión, así llamado por uno de sus antiguos vecinos; sin embargo ninguno tan famoso como el de San Carlos porque a su vera existió el Fortín de su nombre, célebre por los combates que en diferentes ocasiones se suscitaron allí. Los almirantes Brown y Guisse fueron derrotados, el primero cayó prisionero y el segundo se retiró herido hasta cerca de la isla Puna donde falleció. Hoy el Fortín de San Carlos ha desaparecido por efecto de nuestra incuria, porque hace aproximadamente 15 años fue reconstruido durante la alcaldía del Dr. Carlos Guevara Moreno, pero después se desmoronó (1)
IGLESIA Y ANTIGUO CEMENTERIO
Las principales iglesias son: Santo Domingo, la más antigua; La Concepción, quemada en 1896 durante el Incendio Grande, La Merced en el bajo cerca de Ciudad Vieja; San Francisco y San Agustín en Ciudad Nueva, ambas quemadas y esa última reconstruida en su actual sitio hacia 1902 con el nombre de Capilla de la Soledad, San Alejo estuvo siempre en el Barrio del Astillero y San José data de la segunda venida de los jesuitas, en tiempo de García Moreno. La Victoria fue una rústica capillita de caña y recibió su nombre por la Virgen de la Victoria, venerada desde muy antigua data en Guayaquil.
La Matriz tuvo a sus espaldas el cementerio antiguo cuya ubicación corresponde al sector comprendido entre las calles Boyacá y García Aviles y Aguirre y Clemente Bailen, En este sitio descansan las osamentas de muchos de nuestros antepasados mezcladas con pilotes de concreto de los nuevos edificios de la zona. El progreso no respetó su reposo y la historia ha olvidado sus nombres.
VELORIOS Y SEPELIOS
Hasta 1.870 era usual enterrar en Iglesias y el Nuevo Cementerio tenía pocos .ocupantes. Los sepelios se realizaban hasta las 7 de la noche, la caja era cargada por individuos contratados que portaban faroles para alumbrar el camino. No se usaban fajas y el duelo era presidido por alguna autoridad amiga o el deudo más cercano o importante, dividiéndose la concurrencia en pelotones de acuerdo a la edad, condición o amistad.
Desde 1.890 la caja se llevaba en carrozas tiradas por mulas de propiedad de la empresa de Pompas Fúnebres. A los animales se los adornaba con penachos de luto, compuestos de plumas negras o moradas. El féretro se tomaba con gruesas cintas de rúan, la concurrencia iba en carro y sólo se aceptaban entierros con permiso de la policía. Hasta cuando yo era pequeño, las carrozas fúnebres eran motorizadas, de color negro y vitrina de grandes vidrios para que se pudiera apreciar el ataúd. En la parte superior estaban adornadas con cuatro penachos grandes de plumas negras.
El deceso de un menor era motivo para que la parentela bebiera en exceso. El niño ha ido al cielo portado por angelitos y esto debía celebrarse. El juego del Golfín, costumbre venida de España, es de ley en esta clase de reuniones y nadie se escandalizaba de su práctica.
(1) Esta crónica fue escrita en 1969.