Del estudio de los legajos del ramo de contratación que contiene el Archivo General de Indias, donde constan los registros de las naos a Tierra firme (Panamá) y Nueva España (México) así como diversos datos tomados al azar, se conoce que fueron numerosas y muy buenas las bibliotecas públicas y privadas que florecieron en América durante el régimen colonial, a pesar de las severas medidas tomadas por Fernando el Católico, quien firmó en Ocaña el 4 de Abril de 1531, una resolución sobre circulación de libros en el nuevo mundo, prohibiendo expresamente la venta de “libros profanos ni de vanidades, ni de materias escandalosas”, que fue incorporada en el Repertorio de Leyes de Indias de 1680, conjuntamente con las Cédulas aclaratorias de 1543 y 1575, que reglamentaron la del Rey Católico, dando prioridad a las lecturas piadosas y a la instrucción religiosa de los indios, prohibiendo que se les enseñe con libros profanos y mentirosos como el “Amadis de Gaula – muy en boga por aquellos años – pues que por llevarse a indios “libros de romance y materias profanas y fabulosas se siguen muchos inconvenientes porque los Indios que supieren leer – ladinos – dándose a ellos, dejarán los libros de buena y sana doctrina y leyendo los de mentirosas historias, aprenderán malas costumbres y vicios y además de esto podrían perder la autoridad a las Sagradas Escrituras y Doctores Santos, creyendo como gente no arraigada en la fe que todos nuestros libros son de una misma autoridad y manera” (sic)
Criterio que por otra parte responde a las doctrinas del padre Victoria, quien tenía a los indios por seres necesitados de tutoría por su naturaleza primitiva, e incapacitados para discernir sobre las verdades contenidas en las Escrituras y sobre las falsedades de las novelas de caballería, por lo que leyendo unas y otras, dudarían de todas y de todo.
En 1555 los Procuradores de las Cortes de Valladolid, fundándose en razones morales, pidieron al Rey que prohiba la circulación en Castilla de los tan afamados libros de caballería, política de tutela que no sólo se aplicaba en América sino también en España. Posteriormente se ordenó recoger muchos Confesionarios y Libros Píos impresos en España e Indias, que no estuvieren examinados y aprobados por el Tribunal del Santo Oficio (La Inquisición) correspondiendo al de Sevilla revisar los libros que se enviaban de España, uno a uno, porque se habían filtrado numerosos textos expresamente prohibidos, que después aparecían en las librerías del nuevo mundo vendiéndose libremente. Tales las obras de Erasmo de Roterdam y de algunas Biblias con “sospechosos comentarios”.
En 1556 y en 1585 se expidieron dos nuevas Cédulas sobre el tráfico de libros a Indias encargándose a las Oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla que se fijen muy bien en todos y cada uno de los libros que se embarcaren a las Indias, debiendo asesorarse y ayudarse con los Provisores Eclesiásticos para tal fin.
LAS CLASES DE LIBROS
De preferencia se prohibieron el paso a las Indias e toda clase de libros que atacaran las instituciones sociales y a la monarquía, con novedades de las que podían dimanar inconvenientes para la política del gobierno y las regalías del soberano; después, en el siglo XVIII, los que inspiraban ideas sediciosas en favor de la revolución.
También se prohibió el paso de los llamados libros o novelas de caballería y los que trataren sobre historia y geografía de las regiones recién conquistadas o los que versen sobre la vida en Indias, ya que sus descripciones servían para que enemigos de España se enterasen de pormenores domésticos que luego les servirían de derroteros en sus viajes y piraterías. Por ellos se prohibió en 1566 que se escribiera sobre el nuevo mundo sin tener licencia del Consejo de Indias, prohibición que se recordó en 1641.
BIBLIOTECAS Y LIBRERIAS
La venta y lectura de libros proliferó en Indias desde los días de la conquista. Una de las dos bibliotecas particulares más famosas de España, la del agustino Alonso de la Veracruz, apreciada en 7.000 ducados en 1575, pasó íntegramente a México, siendo alojada en el Convento de la Orden.
En 1590 el Contador Tristán Sánchez informaba desde Lima que los libros no pagaban impuestos, que pasaban muchos a esa parte de las Indias y que habiendo solicitado al Virrey del Perú, Conde del Villar, que ordene el cobro de impuestos, este no le hizo caso porque en las cortes de Toledo de 1480 se había liberado de tal pago a los libros, disposición que fue transcrita en la Real Cédula de 1548, en donde se especificó que sólo pagarían “avería”, es decir, los gastos que irrogaba el sostenimiento de navíos que acompañaban a las flotas en su navegación por el Atlántico.
En 1605 se embarcaron 346 ejemplares del “Quijote” en la flota que se hizo a la vela en junio y si se considera que ese fue el año de la aparición de dicha obra, tendremos que convenir que su difusión fue inmediata en América, porque la edición total no superó los 750 ejemplares.
En 1606 el Mercader Juan Sarria embarcó en Sevilla 61 cajas de libros consignadas a su hijo de su mismo nombre, librero en Lima, quien viajó a Portovelo a esperar la remesa que llegó afectada por la humedad. En el trayecto a Panamá, Sarria el Mozo vendió 8 cajas de libros para satisfacer el flete y otros gastos y con las 53 cajas restantes llegó a Lima, encontrando 72 ejemplares del Quijote en su edición príncipe, así como otros 2.823 volúmenes más de diversos autores y materias. Sarria y su socio Miguel Méndez expidieron en ese año una remesa de parte de dichos libros a la ciudad del Cusco, donde se vendían a buenos precios.
LAS FAMOSAS NOVELAS
Fueron prohibidas por tratar de materias profanas y no verdaderas pero su lectura se expandió velozmente en América por ser del gusto del vulgo que las seguía con ansiedad siempre creciente. Las más famosas y leídas fueron: “El Amadis de Gaula”, “La Crónica de don Floriseal de Niquea” que por su índole pastoril excedió en el doble al número de lectores de la anterior. En las del ciclo bretón anotaremos: “La crónica de los nobles caballeros Tamblante de Ricamonte y Jofre” muy elogiada por Cervantes; luego tenemos “La demanda del santo Grial”. En el ciclo Carolingio encontramos la popularísima “Historia del emperador Carlomagno y los doce pares de Francia” conocida como “El Piamonte” por el apellido de su traductor al español. “El Orlando enamorado” de Boyardo apareció como primera parte del “Espejo de Caballería”. El hijo que tuvo Amadis figuró como personaje central en “Las Sergas del virtuoso caballero Esplandian” escrita por Ordóñez de Montalvo. El nieto de Amadis figuró con “Lisuarte de Grecia” pero sin alcanzar la popularidad de sus antepasados. El bisnieto, personaje central del “Amadis de Grecia, caballero de la ardiente espada” escrita por Feliciano de Silva, fue popularísima, porque contiene parte de las aventuras corridas en América por el hijo de Silva, que figuró entre los conquistadores del Perú que regresaron a España, donde dejó escrita una crónica rimada, publicada en forma anónima recién en 1848.
Otras novelas de este género, igualmente apetecidas, fueron: el “Palmerín de Oliva”, las de su hijo “Primaleón”, el “Belinianís de Grecia” de Jerónimo Fernández, el “Cristalián de España” compuesto, por su mujer Beatriz Bernal, libro que también llamábase “La Trapisonda” por la cantidad de aventuras en él narradas. Del ciclo grecoriental fueron famosas el “Pierre de Provenza y la linda Megalona” que escandalizó a Vives por su sensualidad no oculta, la “Flor y Blanca flor” que narra los amores de un rey Sarraceno y la hija de un esclavo cristiano; “el libro del esforzado y noble caballero Conde de Partinoples” traducido del francés, que según Menéndez y Pelayo es obra recomendable. Entre las novelas orientales se leía la “Historia del muy esforzado y valiente caballero Clamados”, “Las Mil y una Noches”; la “Doncella Teodor” obra muy corta pero popularísima; “La Historia del Rey Canamor” y entre las españolas “El espejo de Príncipes y Caballeros” de Ortúñez de Calahorra, la horrorosa “El Caballero de Febo” de Corvera, a la que Menéndez y Pelayo calificó de basta enciclopedia de necedades ; “El Lepolemo o Caballero de la Cruz” condenado a las llamas en el escrutinio de la librería de don Quijote por Cervantes; “La historia de los amores de Clareo y Florisea” que influyó en “El Persiles” del propio Cervantes y “La Historia ethiópica” o “Teagenes y Clariquea” escrita por Heliodoro.
Entre las novelas moralizantes figuraban “El Caballero determinante” traducida del alemán al castellano por el Emperador Carlos V y que Hernando de Acuña puso en coplas castellanas, que fue la versión conocida en América. También en verso fueron escritas las novelas “Calidón de Iberia” de Gómez de Luque; el “Florando de Castilla” de Jerónimo Huerta y “El Caballero de la Clara Estrella” de Loza. Entre las biografías en verso hallamos al “Caballero Así” o Biografía de San Francisco de Asís, escrita por fray Gabriel de Mata.
No fueron novelas sino más bien libros de aventuras, los siguientes, que también se leían mucho por aquellos días en América: “El libro del Infante don Pedro de Portugal” que cuenta sus viajes por África; “La espantosa y maravillosa vida de Roberto el Diablo” personaje histórico de Francia. “La Crónica Troyana” traducida por Núñez Delgado de alguna versión antigua de la Iliada, “La crónica de Cid”, “La crónica del Conde Fernán González,” “La crónica del Rey don Rodrigo” todas estas anónimas y sería muy largo seguir este tipo de novelas de caballería o de aventuras, unas imaginarias y otras reales, pero todas muy del gusto de las gentes en los siglos XV, XVI, y XVII, que fueron los primeros de la conquista y coloniaje español.