70. Los Inicios de la Medicina

El primero que utilizó un microscopio en nuestra patria fue el padre Juan Bautista Aguirre, más conocido como poeta que como médico y fue ambas cosas. De el se cuenta que estudiaba la vida microbiana en uno de esos aparatos traídos de Europa por el padre Hospital, deleitándose en enseñar las formas y movimientos de esas criaturas, llamadas en el siglo XVIII “corpúsculos”.

También era aficionadísimo a mirar los microbios el padre Juan de Velasco, jesuita como Aguirre, que llegó a explicarlos en su “Historia Natural”, mencionando que según le habían informado en cierta región de América, cuando caía un cabello al suelo, se formaba una de esas criaturas y que a esta peregrina teoría se la conocía con el nombre de “Generación espontanea”. 

Posteriormente el Dr. Eugenio Espejo recogió algunas experiencias médicas en la peste de viruela de 1785, tratando de mitigar las dolencias en los pestosos y las publicó en su obra “Reflexiones acerca de la viruela”, aconsejando al Cabildo quiteño las medidas de higiene que debía tomar para precaver otra epidemia en el futuro.

Entonces, la viruela y el sarampión eran confundidas en la Audiencia bajo el común denominador de “Alfombrilla”. Espejo se había especializado desde la epidemia de 1764 que mató a un hermano menor y a él lo dejó marcado en el rostro. La viruela era una enfermedad casi siempre mortal y de lo más repugnante, pues salían pústulas que al reventarse producían una aguadija apestosísima. Días después se elevaba la fiebre, el enfermo quedaba inconsciente y llagado, muriendo entre grandes padecimientos, o sanando tan estropeado y carachoso, que era difícil reconocerlo.

Espejo creía en la contaminación del aire como vehículo de contagio, siendo de los primeros médicos en abordar tan apasionante tema; pensaba en el aire por ser una masa inmensa de fluido, que mudaba constantemente, ejerciendo diversas presiones y efectos sobre el organismo humano. Creía que las enfermedades se producían por agentes microbianos y desechaba la teoría de los vapores podridos o putrefactos, también conocida con el nombre de “Teoría de las Miasmas delectéreas”, muy en boga por esos años. Cuando ocurrían las epidemias, se disparaban cañonazos al aire, para que el olor de la pólvora limpiara la atmósfera. Igual se pensaba del incienso, pero en menor escala. 

Espejo pudo llegar a las conclusiones utilizando el microscopio del Padre Aguirre, confiscado por la Audiencia a raíz de la expulsión de Los jesuitas en 1767. Por eso escribió en su obra que él había visto cómo los cuerpecillos distintos del fluido elástico llamado aire, de tamaño infinito, verdaderos atomillos vivientes y muy pequeñitos, se movían entre sí y causaban las enfermedades, porque las trasmitían al aire y de allí a la sangre, etc. También dijo que eran hormiguillas, “torbellinos de átomos veraces y animados.”

Grande fue el mérito de los jesuitas Hospital, Aguirre y Velasco, así como de Espejo, al afirmar la teoría microbiana como causa de enfermedades; cien años después y en pleno siglo XIX todavía la negaban los atrasados profesores de la Universidad de Quito, burlándose de los científicos que la sostenían.

Así, el Dr. Rafael Barahona, profesor de Filosofía e Higiene en 1861 (no me explico que relación puede existir entre ciencias tan diferentes) opinaba que los microbios no existían y sus alumnos debían opinar de igual manera so pena de perder el año si decían lo contrario. ¡Hay de ellos!. Barahona era una buena persona y sabía mucho de botánica y farmacia, dando lecciones de estas artes en la pequeña botica del Hospital Civil. Era lo que se decía entonces, todo un herbolario, porque conocía de hierbas, pero nada más.

El Dr. Antoio Sáenz – de Riobamba – compuso el primer texto de Patología Especial y General escrito por un médico ecuatoriano y estaba tan orgulloso de su obra que exclamaba; “Esto que tengo en la mano es la doctrina más pura de los sabios que han cultivado la medicina. Cada coma es una axioma y cada punto una verdad eterna…” ¡Pobres alumnos si se equivocaban en algo siquiera….!

García Moreno, que ni fue sabio ni científico como se ha asegurado, pues solo estuvo un año en París leyendo Tratados de Medicina, era un estudioso de la materia y hasta gustaba conversar sobre enfermedades y recetaba algunas veces; en 1870 fundó la Escuela de Ciencias y Escuela Politécnica y trajo varios jesuitas alemanes para que dictaran clases, también hizo comprar de nuestro Cónsul en París numerosos instrumentos de cirugía y otros objetos para el estudio de medicina.

El Dr. Cayetano Uribe hacia 1880 recomendaba en Quito que para llegar a viejo había que salir diariamente al patio y sin camisa, a eso de las siete de la mañana, porque el frío quitaba las impresiones y dejaba al cuerpo sano y robusto. También garantizaba que comiendo naranjas se adquiría robustez y no debió estar muy equivocado pues murió de 90 años, sin mayores dolencias, simplemente de viejo.

El Dr. Domingo Miño, en cambio, para curar recetaba alcohol en forma de canelazos. Muchos de sus enfermos sanaban y hasta le quedaban profundamente agradecidos, sobre todo si eran del gremio de los “chumaditos”, pero algunos se iban al otro mundo, casi borrachos. También mandaba tomar infusiones de la raíz llamada “Mastuerzo” que dizque era muy buena para limpiar el hígado, los riñones y el estomago. Era muy bromista y estando una tarde limpiando el oído de una anciana, que lo tenía lleno de grumos y cerilla, le dijo en voz baja: “Señora ¿Ya está oyendo? Si, señor, ya alcanzo a oír algo. Tres pesos vale. ¿Que tan dice el caballero? le respondió la sorda de conveniencia y lo dejó chasqueado y sin cobrar.

El Dr. Nicolás Aurelio Espinosa era partidario del sistema de la dosificación o “dosimétrico”, inventado en Francia por el Dr. Chanteud y consistía en administrar al organismo pequeñas dosis de sustancias venenosas para reforzar sus defensas e inmunizarlo contra los venenos. Las dosis se administraban con una maquinita que granulaba los venenos. Espinosa murió de un tumor el esófago y en su lecho, ante sus colegas, exclamó “Muero, muero de hambre”, y efectivamente moría de inanición al no poder pasar los alimentos. Igualmente cuentan que al morir dejó mas de cien frasquitos vacíos, causantes de su mal, por haber contenido los diferentes venenos que el muy cándido había ingerido en los últimos años de su vida.