533. Mi Extraño País

Cuando fui su alumno el Dr. Ángel Felicísimo Rojas gozaba de fama en la U. de Guyaquil por el empleo de un castellano perfecto.  En un tribunal de exámenes, al escuchar a un vendedor de colas que gritaba su producto en uno de los pasillos cercanos, se dirigió a un alumno y le solicitó:  Dígale al joven expendedor de bebidas gaseosas que se traslade a vocear a otro lugar. El alumno salió al pasillo y utilizando palabras comprensibles dada la rusticidad del vendedor, le gritó: Colero, date la chapeta.

Al cumplir noventa años su hijo Jorge Luís le obsequió con una fiesta familiar en su casa, arribaron numerosos parientes y amigos lojanos, se reunieron sus hijos dispersos por el mundo y el buen viejo se deleitó con tan gratas compañías. I cuando la fiesta estaba en su mejor momento el anfitrión tomó la palabra y dijo: Queridos parientes y amigos, los convoco, los convoco para que nuevamente estemos reunidos en este mismo sitio después de diez años, a fin de celebrar el centenario de mi ilustre padre. Todos aplaudieron la convocatoria menos el aludido, que levantó la mano pausadamente y expresó:  No me comprometo…. 

Refería con mucha gracia el Dr. Gil Barragán que un grupo de amigos recién graduados, solían reunirse una o dos veces por semana en el Fortich a beber una coca cola o una cerveza. Uno de ellos, de apellido Donoso Rumazo y riobambeño por añadidura, era muy cándido. Una tarde se dedicó a contar que estaba sorprendido de la antigüedad de su apellido, pues acababa de publicarse la genealogía donde se afirma que el más antiguo Donoso conocido data del siglo XVII. Otro de los contertulios – Alberto Gómez Granja – le aclaró que los Donoso son mucho más antiguos ¿No te creo? Sí señor, vienen desde Babilonia. ¿Qué? ¿De tan lejos? Claro, encima descienden del emperador Nabucodonosor cuyo verdadero nombre es Nabuco-Donoso-R. (la R por Rumazo) Una sonora carcajada premió la ocurrencia.

Aquí va un caso mío. Cierto cliente me pidió cuatro permisos del IERAC para dividir su hacienda y así repartirla equitativamente entre sus hijos, requisito innecesario, mero burocratismo inventado por los mañosos kikuyos para tener algo que hacer. En el IERAC de Quito me recomendaron a un economista con oficina situada en el edificio del frente, quien se ofreció a venderme cuatro estudios de factibilidad que se requerían para obtener los permisos. Cada estudio debía tener un mínimo de cuarenta páginas de texto expositivo y otras más adicionales con cuadros estadísticos para probar que las partes resultantes de la división eran “unidades productivas independientes.” Después me enteré que el dicho Economista era primo del funcionario del IERAC encargado de conceder los permisos y que iban a medias en los honorarios. pero esa es otra historia. Esa tarde recibí cuatro voluminosas carpetas, crucé rápido la calle, ipso facto las entregué y por las mismas me concedieron los permisos (Firmados, sellados y anotados, en todo conforme al Reglamento y la Ley) justo a tiempo pude regresar en el avión de las seis y al siguiente día mi cliente se apresuró a celebrar las escrituras porque en la costa todo es rapido. I pasaron seis meses y una noche mi cliente me llamó por teléfono para que lo fuera a visitar a primera hora del siguiente dia ¿Qué había ocurrido? el buen señor se había puesto a leer los estudios de factibilidad encontrando que detallaban los cuidados a seguir para el cuidado de cuatro rebaños de mil ovejas cada uno. ¿I ahora qué hago? repetía, si no existen ovejas en la costa ¿Cómo responderé cuando los del IERAC me exijan la presentación de cuatro mil vobinos? Vea don fulanito, los estudios que me vendieron estaban hechos para alguna hacienda en el páramo, a mi simplemente me entregaron unas copias y Ud. ya consiguió los permisos que quería, pero no se preocupe que yo le arreglo este problema rápido y gratis, y ante su asombro rompí las Carpetas y le dije: Olvídese del asunto. De esto ha transcurrido medio siglo. I colorín colorado hasta ahora nadie ha reclamado. 

I hablando del poder de la sugestión me viene a la memoria el Mago Jefa –  Jorge Elías Francisco Adoum – quien llegó al país procedente de Francia en 1924 y se estableció primeramente en Ambato y luego en Quito. Solía practicar la medicina natural y curaba por hipnotismo y sugestión pues tenía la vista fuerte. “Su mirada jamás inexpresiva inspiraba temor o ternura.” En algún carnaval capitalino paseó del brazo con su esposa por calles y plazas y cuando alguien se acercaba con intención de mojar, le fijaba la mirada y por magnetismo debilitaba su voluntad y quedaba estático.  En 1936 curó al dictador Federico Páez de una dolencia psicosomática y como no acostumbraba cobrar, fue autorizado a ejercer libremente su profesión de médico naturista en el país. A una señora León de Quito le recomendó caminar a las cinco de la mañana sin zapato por los parques – cuando aún está obscuro – para recoger los rayos cósmicos que se depositan sobre la superficie de la tierra y desaparecen con la primera luz al clarear el alba. 

En 1913 el Dr. Carlos Rolando puso al servicio del público lector guayaquileño su biblioteca personal compuesta de mil trescientas obras y un completísimo Catálogo. La Bibliografía Nacional de Rolando se inauguró con banda de música, presencia de autoridades y chazas abiertas en su departamento en el boulevard 722 al llegar a Boyacá, casa de Ismael Pérez Pazmiño.

Dos años más tarde fue presentado al gran periodista Manuel J. Calle, quien al verlo le dijo ¿Qué piensa hacer con tanto adefesio de libros que ha empezado a coleccionar? Tomado Rolando de sorpresa solo atinó a decir que todo libro es importante y luego – irritadísimo – atacó a Calle con esta pregunta ¿Tiene Ud. acaso la novela Carlota de Manuel J. Calle? Y le dio donde le dolía pues Carlota es una pamplina de juventud de Calle, quien empezó a gritar: Sépalo que es lo mejor que he escrito en mi vida, es mi vida misma. A lo cual, Rolando, ya riendo, le aclaró ¡Por eso la tengo entre mis adefesios ¡  terminaron chacoteando.