528. Vestir Al Desnudo y Otros Cuentos Antañones

Fué usual en el siglo XIX que al nacer un niño sus progenitores agradecieran a Dios con una obra de caridad, hermosa costumbre que se ha perdido. En su novela autobiográfica “Cuentos de Delfín de las Peñas” Víctor Manuel Rendón refiere que su padre Manuel Eusebio Rendón Treviño con motivo del nacimiento de su primogénito donó una fuerte suma a los reclusos del lazareto de Quito y éstos contestaron:  Rezaremos a Dios porque el recién nacido llegue a Obispo o Presidente. 

Este don Manuel Eusebio era un pudiente cacaotero de la región de Balzar que se trasladó a vivir con su familia en Paris huyendo de las pestes guayaquileñas y que, tras la revolución de 1.869 acostumbraba recibir en su mesa a los emigrados políticos, entre ellos a Pedro Carbo, al General Ignacio de Veintemilla, etc. Este último le mandó a decir en cierta ocasión que ya no podría concurrir a las tertulias de las noches por el mal estado de su indumentaria, sin que le fuera posible otra nueva por las escasas remesas de dinero que le mandaban del Ecuador. Poco después don Eusebio le pidió al General, que habiendo recibido de un paisano el encargo de remitirle unos ternos, como había olvidado incluir las medidas y siendo de la misma talla y corpulencia del general, suplicaba atender a su sastre para que le se las tomara y así poder cumplir con el encargo. Gustoso Veintemilla accedió al ruego, pero días más tarde, cuál sería su sorpresa al recibir un traje completo de etiqueta y comprendiendo que había caído en un amistoso lazo se apresuró a visitar a don Eusebio:  Solo a Ud. podía ocurrírsele la idea de tan señalado servicio. I pasaron los años, en 1.880, ya de presidente de la república, don Manuel Eusebio fue saludarle en Guayaquil y Veintemilla le ofreció que escoja la función que a bien tuviere y como don Eusebio no aspiraba a ocupar cargo público, contestó: Ordene que se forren los estantes del portal de la nueva y hermosa Casa de Gobierno, pues tal como están ofrecen una deplorable vista a los extranjeros. – Siempre tan generoso, dando de vestir al desnudo. Esos estantes tendrán también su traje de etiqueta, fue la respuesta.

Don Calixto Quijije Lucas (Montecristi 1813) pasaba por ser un culto y perfecto caballero en el convivir manabita, leído y escribido, viajado por Paita y Panamá, donde había asistido a representaciones de teatro y espectáculos musicales, tocaba el arpa de diecisiete cuerdas y el violín de cinco y en sus años mozos había sido Maestro de Capilla de las iglesias de Montecristi y Charapotó, luego fue Teniente Pedáneo de Montecristi, gozando de la entera confianza del párroco Manuel García Moreno quien le hizo nombrar Notario Eclesiástico de la Vicaría de Manabí, mientras en Jipijapa eran los Caciques de apellido Pin  los indios cantores que durante cinco generaciones entonaron los motetes gregorianos ayudados con el antiguo órgano de fuelle de esa iglesia, construido en España.

Entendido en el negocio de exportación de sombreros y liderando el grupo de los Atahualpa (indios) frente a los Pizarros (blancos) dirigidos por la familia Robles, el 48 resultó electo Alcalde segundo municipal, fomentaba el espíritu de superación cultural a través del Círculo Atahualpa que se reunía en su finca Toahaya. Allí dictó clases de procedimiento civil y penal. Se le conoce varias loas y entremeses, representados en el atrio de la iglesia de Montecristi durante los festejos religiosos de la Navidad y el Corpus Cristi. Uno de ellos se relacionaba con la lid entre los indios jívaros del Cacique Jumandi y los indios serranos de Quito en 1.599 cuyos versos se han perdido. En 1.852 adquirió la imprenta de Portoviejo, que instaló en los bajos de la casa que compartía con su hermano Venancio Quijije y lanzó la hoja periódica “El Manabita”, considerada entre los más antiguos periódicos de esa provincia, donde escribía también su amigo Sixto Juan Bernal, pero el 55 los malquerientes de su bando político le pusieron un tósigo y ocasionaron su muerte.

Estando en su finca Toahaya, en agonía y con fortísimos dolores, tuvo fuerzas para escribir tres esquelas y pedir que lo lleven a Montecristi 1.- A mis enemigos. Muere Quijije con sus ideas, si los míos las secundan es en vano el crimen cometido. Perdono a la mano desgraciada que preparó el veneno, que viva, que no deseo que purgue su delincuencia. 2.- A mis amigos. Siendo todos unidos nada teman. Oigan desde la eternidad mis consejos, que entonces la sombra de Calixto les servirá. 3.- A mis hermanos.  Empaqueten todo, cuida que nadie registre mis papeles, si no que los abrirás cuando la calma reine en nuestro hogar. Post Data. Mi vida es un sacrificio, yo me resigno a todo….. En ese momento le llegó el acceso de muerte, era el 22 de abril de 1.855 y solo tenía cuarenta y dos años.

Hasta hace poco se recitaba en Montecristi una composición en su honor titulada: Recuerdo de don Calixto Quijije.  // Allí en pasados tiempos / cuando tu nombre sonó / nuestro cantón figuró / dando a los demás, ejemplo. // Tu trajiste la imprenta / es visión del pensamiento / donde la civilización se sienta / con el periodismo de cimiento. // Fomentaste un círculo respetable / de indígenas, pero natales / y con ellos fuiste estable / para conjurar los males. // Mientras viviste la paz sonrió / bajo el montecristense cielo / muriéndote se acabó / rodando la dicha al suelo. //

Fulgencio Espinosa, amigo suyo, escribió una Loa que dice: // Sin que nada le aflija / esbozado en su capa / con borlas y solapas / ¿Quién no vio a Quijije? // Gentil en sus maneras / gravedad en su andar / parece hasta quimera / se le temía al saludar / Juez probo y recto / no le agradó la impudicia / pues todo lo llevaba directo / Hacia la razón y justicia. //

Fue un autodidacta que se entregó por entero a la defensa de los habitantes de su región, especialmente sirvió a los tejedores de la paja, indígenas pobres y proletarios, por eso se ha mantenido su memoria como ejemplo de generosidad.