Contaba Benno Weiser, obligado a emIgrar de su nativa Austria en 1.938 cuando Hitler la anexó a Alemania, que ni bien llegado a Quito fue cordialmente invitado por una familia a la cena de Nochebuena. “Cuando me levanté para despedirme, el padre de familia me preguntó ¿No quiere Ud. acompañarnos a la misa de gallo? Se lo he dicho ya, contesté yo, que soy judío. – judíos o cristianos – dijo el padre con un ademán omniabarcante – qué importa ¿Acaso no somos todos católicos? I es que entonces se sabía muy poco sobre los judíos pues la palabra no se refería a una nación ya que el Estado de Israel no existía, ni TAMPOCO a una religión. No señores, entre el vulgo ae aplicaba el término a cualquier persona apegada al dinero, a la que por esta razón se la calificaba de tacaña o de judía indistintamente.
En 1945 el jefe de Migración comenzó a poner dificultades a los recién llegados judíos que por ley debían trabajar como agricultores en el Ecuador, y que por no tener esos conocimientos se dedicaban al comercio en Quito, pero el Presidente Velasco Ibarra le llamó a Palacio y dijo: Yo he sido refugiado más de una vez en mi vida, si hubiera tenido que ganarme la vida como agricultor ya me hubiera muerto de hambre varias veces. Las leyes que Ud. trata de hacer cumplir están hechas para inmigrantes, los judíos que han venido al Ecuador son refugiados. Mientras yo sea presidente, regirá con respecto a ellos una sola ley. La de la Humanidad.
Justino Cornejo refiere que en Bahía de Caráquez vivía en 1940 un joven de escasa masculinidad que tenía por costumbre recitar en todo acto y hasta parece que no lo hacía del todo mal. El vulgo le apodó “Anunciata Caputi,” damita considerada la mejor recitadora nacional.
En julio de 1.908 estaba el General Ignacio de Veintemilla en su lecho de muerte aquejado de principio de gangrena en una pierna que se había herido días antes y como siempre había sido un liberalote come cura, se le ocurrió a su amigo el jesuita Manuel José Proaño, convencerlo que se confiese y comulgue. Veintemilla trataba de esquivar el bulto y Proaño seguía hasta que finalmente le dijo: Mire General, Ud. debe que confesarse porque su hermana sor Rafaela monja en Lima es esposa de Cristo, pero fue respondido: Si mi hermana es esposa de Cristo, como Ud. lo afirma, espero que mi cuñado no me ponga mala cara cuando vaya al otro mundo. Días más tarde un sacerdote le llevó el Viático con la pompa tradicional acostumbrada. Amigos, vecinos, compadres, sujetos conocidos, sacerdotes, militares, monaguillos, curiosos, todos pugnaban por subir a su departamento haciendo sonar las campanillas del cortejo mientras en los bajos una banda del ejército tocaba marchas fúnebres. Ante tanta gente vestida de negro y con caras largas – el moribundo se sobresaltó, pidió perdón por sus faltas, perdonó a sus enemigos – sí que los tenía y muchos – lloró a moco tendido por su voluntad disminuida y al ver al General Francisco Hipólito Moncayo entre los presentes, recobró su buen humor de siempre y sujetándole la mano de improviso, le miró y dijo: No te preocupes Hipólito, que lo primero que haré al morir será hacerte un puesto para que pronto podamos estar juntos. Demás está decir que la bromita no le hizo ninguna gracia al amigo.
El viernes 21 de enero del 2.000, siendo las ocho y media de la noche, el pueblo que rodeaba el Palacio de Gobierno proclamó el triunfo de la revolución y se formó un triunvirato con el joven Coronel Lucio Gutiérrez a la cabeza, Antonio Vargas Huatatoca por la Conaie. y el Dr. Carlos Solórzano Constantine por la sociedad civil. Los Canales trasmitieron el acto que tuvo una gran carga emotiva pues se entonó el Himno y a pesar que se dispuso despejar pacíficamente la plaza de la independencia, nadie quiso irse. Los triunviros pasaron a un salón del interior, nuevo Himno, algún cándido propuso rezar un padre nuestro como en los viejos tiempos de la Patria Boba cuando los próceres confundían las cosas. Se redactaron cuatro Decretos y a las once y media de la noche el General Carlos Mendoza hizo llamar a Lucio y le manifestó que por solidaridad gremial no podía posesionarse pues esto significaba el retiro de doce Generales y catorce Coroneles a la vida civil. Que debía entregarle el puesto y como para amedrentarlo agregó que si no lo hacía habría una masacre pues los aviones de la FAE bombardearían la plaza, que también sería atacada por los Infantes de Marina, provocándose diez mil muertos. Gutiérrez debió en ese momento ordenar su prisión pues ya era jefe de Estado, pero dada su escasa experiencia política aceptó ceder el cargo a Mendoza y salir del Palacio. En ese momento histórico terminó la revolución, Mendoza salió al balcón, pero el pueblo al verle continuó gritando Lucio, Lucio, Lucio. Entonces, en gran secreto, los miembros del triunvirato fueron llevados al Ministerio de Defensa y los altos mandos militares ordenaron la captura de Gutiérrez quien trató de evitar el escarnio, pero fue detenido y llevado a prisión, donde permaneció varios meses.
El 14 de agosto de 1.895 se enfrentaron los ejército liberal y progresista en la población de Cajabamba vecina a Gatazo con resultados indecisos. Al caer la noche cada ejército regresó a sus posiciones. Entonces le avisaron al General Alfaro que su Edecán Rafael Valdés Concha se había vuelto loco, porque se paseaba por las bocacalles de la población, de un lado al otro, mientras el enemigo estaba posesionado en una trinchera a dos o tres cuadras de distancia le estaba disparando. Le hice retirar – contaba Alfaro – y preguntado por su imprudencia me replicó: hace pocas horas tuve cierto temor en el campo de batalla. Ahora me he estado probando para ver si resistiré mañana en el ataque que tenemos que llevar a cabo. Alfaro solo atinó a abrazarle pues hallar tanto valor y sinceridad en un joven de veinte y tres años le había emocionado.