531. El General Bombay

En 1.965 me hallaba de visita en Santo Domingo de los Colorados cuando se inauguró una Feria agrícola – ganadera. Mientras observaba al ganado se escucharon el ulular de unas sirenas y alguien gritó: Ya viene bombita. (Apodo que le endilgaban al dictador Guillermo Rodríguez Lara) Seguí como los demás hacia la entrada ferial, llegué cuando ingresaba a pie y muy sonriente como siempre y rodeado de numerosos cortesanos.  De improviso un muchachón como de quince años salió de entre los curiosos y agitando los brazos gritó con voz de trueno: Bomba, bomba, bombita, viva el general Bombay. I cosa rara, el público empezó a repetir tan singular saludo a grito pelado y hasta se formó un atropelladero de gente, mientras en mi ingenuidad pensaba, éste se va a poner furioso con tan prolongadas mofas, pero fue al revés, pues mientras más le gritaban en la cara la burla, el dictador sonreía con la mayor placidez y se dedicaba a dar la mano a tutti cuantti. Demás está indicar que se convirtió en el mayor espectáculo de la Feria pues la gente se olvidó de las vacas. Aquí se podría repetir lo que dice el refrán: Ande yo caliente y ríase la gente. Finalmente, pregunté porqué eso de Bombay y me contestaron con gracejo y desparpajo que Bombay significa bombita en inglés. 

En 1.961 salíamos de la ciudadela universitaria un sábado de mañana cuando se nos ocurrió visitar al presidente Velasco Ibarra que acababa de arribar la noche anterior y se encontraba alojado en el departamento de su sobrina Lourdes Ponce de Crawford, quinto piso en P. Icaza y Panamá. Éramos varios estudiantes, pero no pasábamos de seis. Llegados al edificio encontramos a un militar en la puerta: Por favor, dígale al señor presidente que un grupo de universitarios desea saludarle. Bien mandado, el oficial subió a dar el recado y a poco bajó para decirnos que el Presidente nos estaba esperando. Carlos Béjar, que encabezaría al poco tiempo el boom del Realismo Mágico ecuatoriano con varias obras notables, nos pidió que le permitamos hablar. El Presidente ya esperaba en el hall vestido de saco y corbata, con los brazos cruzados, actitud militar, rostro serio, y sin entrar en saludos Carlos le gritó: Usted es la espada de Bolívar – Así es señor, fue la respuesta. Usted es la esperanza de la Patria – Así es señor. Usted es la sangre vivificadora de nuestra nación. – Así es señor, tras lo cual, muy disgustado y sin despedirse, dio media vuelta, ingresó al departamento y cerró la puerta con fuerza, dejandonos más que sorprendidos y con un palmo de narices. Han pasado más de sesenta años y al recordar este fugaz encuentro aún pienso si Velasco consideró, que Carlos estaba imitando su oratoria y todo era solo una burla.

En 1959 un joven de escasos veinte y siete años llamado Antonio Andrade Fajardo, conocido en Quevedo, escalaba posiciones políticas en la provincia de Los Ríos, donde el eterno senador Efrén Icaza Moreno, venía ejerciendo su influencia durante muchos años. En alguna sesión del Congreso, al referirse a Antonio, Icaza aclaró: A mí me llaman El Cacique, pero dicho pajarito es pequeño y bonito y no le hace daño a nadie. ¿I quien me dice así? Un jovencito muy nombrado por las damitas de mi provincia. Una carcajada coreó la ocurrencia, que reducía al joven político a la simple condición de muchachito buenmozo. En eso arribó a los cines la película italiana El bello Antonio con el actor Marcelo Mastroiani que dicen que se le parecía y el apodo le cayó de perillas y le quedó para siempre 

En 1913 el Dr. Carlos A. Rolando inauguró su Bibliografía Nacional en los bajos del departamento que alquilaba en el boulevard No. 722 al llegar a Boyacá, casa de dos pisos propiedad de Ismael Pérez Pazmiño. La idea le había sido dada por sus hermanos y maestros masones. Los libros, folletos, periódicos, revistas, etc.  formaba una extensa colección arreglada y clasificada con el sistema norteamericano del profesor Melvin Dewey. Una parte lo había adquirido en Lima y en Quito, otra por canje y lo demás en Guayaquil. “Dos años más tarde asistía a la casa de su amigo el poeta Nicolás Augusto González cuando fui presentado a Manuel J. Calle quien al verme dijo ¿Es Ud. Rolando el de la bibliografía Nacional? – Sí señor, a sus órdenes ¿Recibió mi Catálogo de libros? – Así es ¿I qué piensa hacer Ud. con tanto adefesio de libros que ha empezado a coleccionar? Tomado de sorpresa Rolando solo atinó a decir: Todo libro es importante…. y luego. Irritadísimo, atacó a Calle con la siguiente pregunta. – ¿Tiene Ud. acaso, la novela Carlota de Manuel J. Calle? Le acaba de dar donde le dolía, porque que Carlota es una pamplina de juventud de Calle, escrita en estilo ramplón, la protagonista es una chica de pueblo, bobalicona, que más que a ardores del corazón llama a risa por lo burda. Pero Calle no se quedó atrás: Sépalo que es lo mejor que he escrito en mi vida, es mi vida misma. I Rolando, ya riendo, le aclaró: Ya ve, por eso está entre mis adefesios. I todos terminaron chacoteando, incluso el dueño de casa que estaba asustadísimo.

Galo Galecio me refirió que cuando hacía las caricaturas para la revista La Calle de Alejandro Carrión y Pedro Jorge Vera se burló del Comandante César Plaza Monzón, diputado por Esmeraldas, a quien dibujó semidesnudo y con plumas, pues tenía fama de belicoso lo que era motivo de mofas en el Congreso. Lo que no imaginó es que el Comandante le fue a buscar en compañía de varios partidarios a la villita que acababa de adquirir al sur de Quito en la Urbanización Villa Flora. Tomado de sorpresa Plaza le gritó; Ud. Me ha matado políticamente así es que tenemos que batirnos a muerte – Pero si yo solo lo he matado con el lápiz – fue la respuesta – y el lance no prosperó porque Galecio reculó asustadísimo y cerró la puerta. I es fama que desde esa tarde fue menos incisivo en sus caricaturas.