516. Su Genial Precocidad

Fue un raro caso de genialidad espontánea. Como anécdota se cuenta que de escasos doce años en 1.930, su profesor de Castellano en el Normal Manuel J. Calle mandó a sus alumnos como deber que escribieran un poema. El joven se presentó al día siguiente con una composición titulada “Ecce Homo” y uno de sus expresivos dibujos, de los que solía decorar sus cuadernos, pero el profesor le calificó de CERO acusándole de haber plagiado el texto.

De la poesía de esta última etapa de su vida, críticos tan certeros como Pesantez Rodas han confesado que la intensificación misteriosa de Dávila Andrade encontró en el verso hermético la liberación de su conciencia, como navegante de las zonas oscuras de abandono. Es el ser que va hacia un lugar no identificado y blasfema y se rebela con la conciencia creadora, seducido por los mayores abismos del misterio. Los últimos días de su poesía fueron de atroz desesperación. La nada le había caído sobre todas las palabras y éstas perdieron aún su significación elemental, gramatical, despedazándose en frases incongruentes que nadie entendía.

En “Materia Real” su libro póstumo de poesía, conteniendo solo tres poemas con imágenes a juegos altos y secretos, de entrega a la poesía, a su misterio, que aprendió a amarlo y padecerlo.

También se ha dicho que toda su poesía es un viaje inacabable iniciado desde una preliminar exuberancia verbal hasta una búsqueda del silencio y del vacío cada vez más radical. La valentía de renunciar a los espacios explorados y lanzarse hacia el fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo, es privativo de los grandes poetas, de aquellos que se van hastiando de su propio pensamiento y del dominio de las formas en que logran expresarlos y necesitan la provocación del abismo, el reto de proponer moldes distintos para las inesperadas maneras de ver el mundo que alcanzan a entrever en ese paisaje cifrado que resulta la realidad. En síntesis, todo en él era una voluntad de transgresión que a la postre se desataba en desazón.

En cuanto a sus ideas acerca del sexo, María Augusta Vintimilla, con mucha sagacidad ha dicho: La sexualidad es una marca de la caída, constatación de la dualidad, de la radical incompletud de cada ser humano, en perpetuo anhelo del otro, solamente para recaer otra vez en el abismo de su propia soledad; pero, además, la sexualidad es una fuerza abismal, pulsión oscura que brota dentro de lo instintivo reafirmando una y otra vez la animalidad del hombre, su inexorable cautiverio en la carne. Inclusive la función engendradora de acto sexual aparece en su poética como una perpetuación en otros –en los hijos – de la condena original, reproducida y multiplicada en la especie entera. El erotismo, la sexualidad, en tanto que dualidad y en tanto que multiplicación de los seres, es fuente de angustia por que impulsa la dispersión y el dolor hasta el infinito.

De manera que tuvo una visión triste, oscura, sucia del sexo, sin la alegría que le es propia y natural en la especie. Igualmente fue un espíritu raro en el medio en lo concerniente a ideas políticas, pues apartado de esa moda ecuatoriana de su tiempo – impuesta entre 1.944 con el triunfo de la revolución del 28 de Mayo  y 1.989 con la destrucción del muro de Berlín y consecuente caída del comunismo mundial ,  se lanzó a cultivar una poesía donde importa poco  el ansia comunicativa de trasmitir un mensaje político y social y todas la energía se desplaza  hacia la necesidad de demostrar las perplejidades de los sujetos líricos ante un universo complejo en el que cualquier búsqueda, por audaz y visionaria que sea, está condenada al fracaso. Esta senda conduce a un ejercicio de prescindencia cuyo final absoluto sería el silencio. Y sus poemas herméticos solo logran un grado de incertidumbre en lo que cualquier descubrimiento es posible, desde el mero juego literario como algunos han opinado, hasta el inclusivo de ideas extrañas en nuestro medio, que el poeta conocía, como las del budismo y del yoga – zen por ejemplo.

En “Catedral Salvaje” al hablar de su Patria el Ecuador dijo: Fragmento // I vi toda la tierra de Toimebamba florecida / Sibambe, con sus hoces de azufre, cortando antorchas en la altura / Las rocas del Carihuayrazo recamadas de sílice e imanes / El Cotopaxi ardiendo en el ascua de su ebúrnea lascivia y en Boletín y Elegía de las Mitas: Fragmento. // Yo soy Juan Atampam. Blas LLaguarcos. Bernabé Ladña.  Andrés Chabla. Isidro Guamancela. Pablo Pumacuri. / Marcos Lea. Gaspar Tamayco. Sebastián Caxi cóndor……