488. María Uttermann De Mendoza

Nació en Ambato durante unas vacaciones de su madre María Sotomayor Y Luna y Irizarri, estudió en el colegio de la Inmaculada de Guayaquil y luego en Quito junto con su hermana Mercedes. Su padre Friedrich Adolfo Utterman Heller, era uno de los ejecutivos de la firma comercial Max Muller de Guayaquil y le puso profesores de inglés, pero las buenas épocas cambiaron a causa del ingreso de los E.E.U.U. en 1917 a la I Guerra Mundial. Entonces fue perseguido y puesto en la lista negra por su condición de presidente del Club Germanía, una inofensiva asociación social y cultural de ciudadanos alemanes en Guayaquil y tuvo que trasladarse con su esposa e hijas a la pequeña hacienda Santo Domingo de California, propiedad de su cónyuge.

Historia de la hacienda es así: Su propietario original fue Domingo Sotomayor Luna y Plaza, quien le dejó herencia a su hijo Vicente, muy rico que murió soltero y sin hijos, de suerte habiendo llamado a su hermana María le preguntó si quería una casa esquinera en el Boulevard de Guayaquil o la hacienda cacaotera de no más de 50 hectáreas sembradas con 3.442 matas de cacao fino de aroma, ubicada en la punta que forman los ríos Junquillo y Vinces, cerca de la Y Antonio J. Sotomayor. Ella consultó con su esposo Uttermann y este escogió la hacienda, pues sus cosechas producían más que los arriendos de la casa.

De suerte que el señor Uttermann amobló la casa de hacienda con buen gusto y con confort pues llevo muebles, cuadros y adornos, incluso el piano. María y su hermana Mercedes se acostumbraron a la vida campestre, aprendieron la técnica de los cultivos, el comercio de los productos, el negocio de la leche, a manejar a la peonada, etc. Y como no existían carreteras y para viajar a Guayaquil había que hacer media hora en lancha hasta Antonio J. Sotomayor y desde allí ocho horas de vapor por el río Babahoyo, vivían incomunicados. Por eso María siempre andaba armada y acompañada. Muertos sus padres quedó al cuidado de la propiedad.

En cierta ocasión, estando sola y soltera, observó que el otro lado del río un hombre la llamaba ¡Venga, venga! Ella le respondió ¡Ven tú! ¿Qué quieres? Los peones que la acompañaban le dijeron que se trataba de un celebre criminal apellidado Rendón, pero como el hombre seguía insistiendo y le gritó que vaya hasta la mitad del río que él también lo haría, María se embarcó hasta allí en una canoa.

¿Por qué me haces venir hasta aquí? ¿Qué quieres? He oído hablar de Ud. y quiero entregarle a mi hija para que la críe. No sé qué pueda ser de mí, me pueden matar o tomarme preso. Sé que usted hará de mi hija una buena mujer. Ante esto María aceptó a la criatura, a quien cariñosamente la llamaron Panchi, quien quedó con la familia toda la vida.

Otra de sus aventuras le ocurrió en 1937 cuando fue supuestamente alertada por el mayordomo al grito de “¡Vienen los montoneros!” (cuatreros que tenían aterrorizara a la comarca con sus robos, muertes, ultrajes y violaciones). María pegó el oído en tierra y como está todo el ruido de los caballos que se acercaban. Cerró la puerta principal rápidamente y con el mayordomo salió a la trasera y tomando el camino a Manabí cabalgaron largas horas para pedir ayuda. A mitad de la ruta cambiaron de caballos y al llegar a un poblado encontraron al dictador de la República, Gral. Alberto Enríquez Gallo, quien se hallaba de paso a Quito y quedó sorprendido de la valentía de la jovencita. Le prestó ayuda para que regresara; pero cuando el pelotón de soldados arribó la hacienda avala limpia, ya los montoneros se habían apoderado de casi todo lo de valor, vaciando el almacén de víveres, el interior de la casa y la bodega que guardaban los implementos para los trabajos de campo. El asunto se hizo público y fue comentado en la prensa de Guayaquil como ejemplo de la inseguridad que vivía en el agro. Años más tarde y su muerto esposo René Mendoza, tuvo que vender la hacienda a Teófilo Caicedo Lizardo y pasó con sus hijos a residir en Guayaquil y Quito.

EL TESORO DE LOS ÍDOLOS DE ORO

Se refiere a la familia Mendoza que en cierta tarde que se encontraba la abuela doña Jesús Coello asomada a una de las ventanas de la casa en la hacienda San José, vio venir a lo lejos a un hombre montado sobre un burro, que se acercó hasta donde los tendales y le pidió trabajo. La buena señora le hizo subir, dio de comer y desde entonces quedó de doméstico en su casa. Con el paso de los años “el taita” como así le llamaban, se hizo cargo del cuidado de los seis niños Mendoza Cuello a los que llevaba diariamente al colegio en Vinces, llamados Julio, Carlos, Felipe, Ana, Alicia y Angelina, y cuando los tres primeros fueron enviados a Europa, al despedirse les dijo: Voy a sembrar tres arbolitos en un lugar especial. No se olviden…  Recalcando que el lugar era muy especial y les condujo a los tres, al sitio escogido, para que supieran donde se encontraban.

Pasó el tiempo, murió el taita, regresaron los hermanos convertidos en jóvenes y una tarde que disponían unos sembríos en la montaña los peones se negaron, pues en esa parte de la hacienda “el diablo se acostaba fumar por las noches”. Para verificar la noticia, fueron a la montaña y los tres hermanos vieron a lo lejos unas llamitas azules, comprendiendo que se trataba de un entierro y provistos de mascarillas protectoras al día siguiente regresaron y o sorpresa encontraron tres arbolitos (sembrados en fila india por el taita) ahí excavaron y dieron con algo duro. Carlos se lanzó al interior del hueco sin la protección de la mascarilla e inhaló los vapores de antimonio, a consecuencia de lo cual sufrió envenenamiento a la sangre y falleció meses más tarde. Sus hermanos, en cambio, tomaron precauciones y sacaron numerosos ídolos de color negro que resultaron ser de oro puro, que bien empacados en cajas de madera fueron vendidos al Banco Nacional de Francia en varios millones de francos oro (sic).

Nació en Ambato durante unas vacaciones de su madre María Sotomayor Y Luna y Irizarri, estudió en el colegio de la Inmaculada de Guayaquil y luego en Quito junto con su hermana Mercedes. Su padre Friedrich Adolfo Utterman Heller, era uno de los ejecutivos de la firma comercial Max Muller de Guayaquil y le puso profesores de inglés, pero las buenas épocas cambiaron a causa del ingreso de los E.E.U.U. en 1917 a la I Guerra Mundial. Entonces fue perseguido y puesto en la lista negra por su condición de presidente del Club Germanía, una inofensiva asociación social y cultural de ciudadanos alemanes en Guayaquil y tuvo que trasladarse con su esposa e hijas a la pequeña hacienda Santo Domingo de California, propiedad de su cónyuge.

Historia de la hacienda es así: Su propietario original fue Domingo Sotomayor Luna y Plaza, quien le dejó herencia a su hijo Vicente, muy rico que murió soltero y sin hijos, de suerte habiendo llamado a su hermana María le preguntó si quería una casa esquinera en el Boulevard de Guayaquil o la hacienda cacaotera de no más de 50 hectáreas sembradas con 3.442 matas de cacao fino de aroma, ubicada en la punta que forman los ríos Junquillo y Vinces, cerca de la Y Antonio J. Sotomayor. Ella consultó con su esposo Uttermann y este escogió la hacienda, pues sus cosechas producían más que los arriendos de la casa.

De suerte que el señor Uttermann amobló la casa de hacienda con buen gusto y con confort pues llevo muebles, cuadros y adornos, incluso el piano. María y su hermana Mercedes se acostumbraron a la vida campestre, aprendieron la técnica de los cultivos, el comercio de los productos, el negocio de la leche, a manejar a la peonada, etc. Y como no existían carreteras y para viajar a Guayaquil había que hacer media hora en lancha hasta Antonio J. Sotomayor y desde allí ocho horas de vapor por el río Babahoyo, vivían incomunicados. Por eso María siempre andaba armada y acompañada. Muertos sus padres quedó al cuidado de la propiedad.

En cierta ocasión, estando sola y soltera, observó que el otro lado del río un hombre la llamaba ¡Venga, venga! Ella le respondió ¡Ven tú! ¿Qué quieres? Los peones que la acompañaban le dijeron que se trataba de un celebre criminal apellidado Rendón, pero como el hombre seguía insistiendo y le gritó que vaya hasta la mitad del río que él también lo haría, María se embarcó hasta allí en una canoa.

¿Por qué me haces venir hasta aquí? ¿Qué quieres? He oído hablar de Ud. y quiero entregarle a mi hija para que la críe. No sé qué pueda ser de mí, me pueden matar o tomarme preso. Sé que usted hará de mi hija una buena mujer. Ante esto María aceptó a la criatura, a quien cariñosamente la llamaron Panchi, quien quedó con la familia toda la vida.

Otra de sus aventuras le ocurrió en 1937 cuando fue supuestamente alertada por el mayordomo al grito de “¡Vienen los montoneros!” (cuatreros que tenían aterrorizara a la comarca con sus robos, muertes, ultrajes y violaciones). María pegó el oído en tierra y como está todo el ruido de los caballos que se acercaban. Cerró la puerta principal rápidamente y con el mayordomo salió a la trasera y tomando el camino a Manabí cabalgaron largas horas para pedir ayuda. A mitad de la ruta cambiaron de caballos y al llegar a un poblado encontraron al dictador de la República, Gral. Alberto Enríquez Gallo, quien se hallaba de paso a Quito y quedó sorprendido de la valentía de la jovencita. Le prestó ayuda para que regresara; pero cuando el pelotón de soldados arribó la hacienda avala limpia, ya los montoneros se habían apoderado de casi todo lo de valor, vaciando el almacén de víveres, el interior de la casa y la bodega que guardaban los implementos para los trabajos de campo. El asunto se hizo público y fue comentado en la prensa de Guayaquil como ejemplo de la inseguridad que vivía en el agro. Años más tarde y su muerto esposo René Mendoza, tuvo que vender la hacienda a Teófilo Caicedo Lizardo y pasó con sus hijos a residir en Guayaquil y Quito.

EL TESORO DE LOS ÍDOLOS DE ORO

Se refiere a la familia Mendoza que en cierta tarde que se encontraba la abuela doña Jesús Coello asomada a una de las ventanas de la casa en la hacienda San José, vio venir a lo lejos a un hombre montado sobre un burro, que se acercó hasta donde los tendales y le pidió trabajo. La buena señora le hizo subir, dio de comer y desde entonces quedó de doméstico en su casa. Con el paso de los años “el taita” como así le llamaban, se hizo cargo del cuidado de los seis niños Mendoza Cuello a los que llevaba diariamente al colegio en Vinces, llamados Julio, Carlos, Felipe, Ana, Alicia y Angelina, y cuando los tres primeros fueron enviados a Europa, al despedirse les dijo: Voy a sembrar tres arbolitos en un lugar especial. No se olviden…  Recalcando que el lugar era muy especial y les condujo a los tres, al sitio escogido, para que supieran donde se encontraban.

Pasó el tiempo, murió el taita, regresaron los hermanos convertidos en jóvenes y una tarde que disponían unos sembríos en la montaña los peones se negaron, pues en esa parte de la hacienda “el diablo se acostaba fumar por las noches”. Para verificar la noticia, fueron a la montaña y los tres hermanos vieron a lo lejos unas llamitas azules, comprendiendo que se trataba de un entierro y provistos de mascarillas protectoras al día siguiente regresaron y o sorpresa encontraron tres arbolitos (sembrados en fila india por el taita) ahí excavaron y dieron con algo duro. Carlos se lanzó al interior del hueco sin la protección de la mascarilla e inhaló los vapores de antimonio, a consecuencia de lo cual sufrió envenenamiento a la sangre y falleció meses más tarde. Sus hermanos, en cambio, tomaron precauciones y sacaron numerosos ídolos de color negro que resultaron ser de oro puro, que bien empacados en cajas de madera fueron vendidos al Banco Nacional de Francia en varios millones de francos oro (sic).

Julio Mendoza Coello falleció joven y soltero pues a causa de una muela se fue infección y aunque le enviaron a Europa llegó gravísimo y no le pudieron salvar la vida. Los hijos de Carlos que también murió joven como ya se vio -de apellido Mendoza Lassavaujeau- recibieron la herencia en dinero y aunque litigaron las tierras no tuvieron éxito, de manera que las dos grandes haciendas (San José y La Rama) le quedaron enteras al conde Felipe, pues sus tres hermanas Ana, Alicia de Sucre y Angelina Mendoza Coello recibieron sus partes en dinero, viviendo en París con su madre doña Jesús Coello y nunca se interesaron en volver a Vinces.