474. La Revolución Que Hice Mía

En 1.961 estalló el famoso escándalo de “La Chatarra”, armamento adquirido con sobreprecio y que llegó inutilizado al país. De todo esto se armó un gran alboroto nacional y no podía ser para menos, éramos paupérrimos, carecíamos de petróleo y a duras penas se vivía del rubro de las exportaciones de banano. Se había derrochado millones y jugado con la dignidad nacional. La prensa denunció ampliamente el negociado, el descontento popular se agudizó y la ciudadanía clamó por sanción mas el presidente Velasco Ibarra no tomaba medidas y hasta se habló de revolución, pero como el principal implicado era el Crnel. Rafael Terán Varea, Ministro de Defensa, el Ejército se coloco en la más incómoda de las posiciones y sólo el Dr. Carlos Julio Arosemena Monroy, Vicepresidente de la República, se alzó como adalid de la protesta.

Para entonces ya era público que sostenía una moderada oposición al gabinete y que estaba alejado del favor del Presidente, pero recién fue con La Chatarra cuando se enfrentó abiertamente al régimen y Velasco cometió la imprudencia de ordenar la disolución del Congreso, cuando faltaban pocos días para la terminación de sus sesiones.

La aviación tomó partido por la revolución, pero el Congreso fue sitiado por fuerzas leales que llegaron amenazar la vida de los diputados y senadores. La opinión y el pueblo se fueron con la parte débil y vivaron al Vicepresidente de quien se decía que era valientísimo, guapo, varonil, honesto y no sé cuántos adjetivos más; posiblemente fue el momento de mayor popularidad en toda su vida cívica.

Una camarilla de políticos y militares sorprendió al Presidente de la Corte Suprema de Justicia, un honorable señor de trayectoria pública poco conocida, que tuvo la debilidad de prestarse al juego y entre gallos y media noche le encargaron de la presidencia, todo al filo de una madrugada, pero el sainete no prosperó. Así las cosas, el pueblo llenó las calles, en Guayaquil, una bala traidora salida de los bajos de la Zona Militar mató a Eduardo Flores Torres, dirigente y profesor fiscal, que cayó en su ley y aún se le recuerda.

Velasco Ibarra, víctima inocente del negociado de La Chatarra, salió del país y después escribió: “El Vicepresidente, que fue a visitar Rusia de la manera más impolítica y sólo con fines tendenciosos, se convirtió a su regreso en caudillo de tumultos demagógicos y comunistoides. Obtuvo su fin – la presidencia de la República – auxiliado directamente por las fuerzas militares y por la cáfila de políticos envidiosos y vulgares de izquierda y derecha a quienes el mérito auténtico produce odio. Su éxito miserable mediante el trastorno de las instituciones, fue saludado por eclesiásticos, por católicos y por liberales.”

La tarde en que cayó el régimen presencié una enorme manifestación de emoción indescriptible. Vivía yo en 9 de octubre y Boyacá y recuerdo que bajé de mi casa y en la esquina de Escobedo encontré a Rosendo Arosemena Elizalde, él tampoco era político y sin embargo estaba emocionado. No se nos ocurrió después mandar telegramas o hacernos presentes ante el triunfador, simplemente estábamos satisfechos como ecuatorianos, nada más. Yo tenía veinte y un años, edad florida en que somos cándidos y creemos todo.

I transcurrieron los días y volvieron las aguas a sus niveles anteriores. El régimen se afianzó, nunca se castigó a nadie por el asunto de La Chatarra que hasta fue olvidado como todas las cosas de este mundo. La Alcaldía de Guayaquil pasó de Pedro Menéndez Gilbert al Dr. Otto Quintero Rumbea, que había sido mi profesor universitario y designó su Asistente. Entonces la situación era crítica, una intensa penuria agobiaba a la Municipalidad, no había dinero para pagar sueldos y salarios, que se adeudaban por meses. A esto se sumó la creciente intranquilidad nacional motivada por el “macartismo” de ciertos grupos que querían la ruptura de relaciones del Ecuador con la Cuba de Fidel Castro. No había día sin manifestación. La CIA. estaba detrás de todo esto.

En otras ocasiones acontecían sucesos raros. A José María Roura le quitaron algunos miles de dólares que traía de Cuba dizque para gastarlos en política e ignoro si se los habrán devuelvo. Un universitario fue apresado en el aeropuerto de Guayaquil, a su regreso de La Habana, a donde había viajado con gastos pagados por el comunismo ecuatoriano o por quién sabe quién. Vaya uno a averiguarlo.

El Dr. Carlos Feraud Blum tomó a su cargo esta defensa y presentó recurso de hábeas corpus. La prensa colmó la alcaldía y en medio de una baraúnda atroz el Alcalde Dr. Quintero preguntó al asustado reo, muchacho de no más de veinte años. “¿Por qué ha sido Ud. detenido? –  Porque viajé a La Habana. – Pues bien, la próxima vez que le pregunten por qué viajó a La Habana, conteste, porque me dio la gana // y terminó el recurso, con un sorpresivo manotazo sobre el timbre del despacho, declarando libre a tan “peligroso delincuente”, que no sabía si reír o llorar, con salida tan chusca, en verso de pie quebrado, de quien pensaba que lo iba a ajusticiar. ¡Tal era el terror que se vivía en nuestra Patria!

Así pues, entre sorpresas y zozobras, el régimen terminó por debilitarse debido a los “vicios masculinos” y rompió con Cuba. Al poco tiempo el Presidente fue depuesto por una Junta Militar de Gobierno presidida por un Comandante que nos gobernó tres años y también fue depuesto y después no se le ha vuelto a ver ni a oír; folclórico personaje que por falta de adornos o por temor a las pifias prefiere vivir en el anonimato.

Cuando sucedió esta segunda revolución hacía algunas semanas que me encontraba en el exterior, trabajando y estudiando bajo el firme propósito de jamás volver a creer en la política, promesa que sólo una vez he incumplido a Dios gracias.  No hay de qué señor Cronista