471. La Loja Que Recuerdo

La geografía ha condenado a Loja a ser centro de su propio mundo perdido y olvidado en medio de la meseta andina. Por el Norte un nudo alto y pedregoso la separa del Azuay, por el Sur el desierto de Suyana y el de Sechura la desligan del Perú, por el Este se abre hacia el pongo de Manseriche que es una cascada formada por peligrosísimos rápidos y grandes piedras que impiden la navegación hacia las selvas del Marañón que no llevan a nada y por el Oeste un macizo rocoso le imposibilita un futuro hacia el mar. El aislamiento constituido en tragedia.

Los lojanos son animosos por naturaleza y no se dan por vencidos. Primero intentaron la conquista del Oriente y tuvieron garra para ello; numerosas fundaciones con nombres bellamente surgidos de la jungla, hablan de esos afanes. Luego en la colonia durmieron por tres siglos la pasividad de una monotonía sin fin, pero en la república las cosas comenzaron a variar gracias a Miguel Riofrío que llevó a Loja a tres pedagogos colombianos y a Manuel Carrión Pinzano que aspiró a obtener el progreso a base de la fórmula del gobierno federal.

En este siglo Pío Jaramillo y Benjamín Carrión han dado a conocer a la provincia y a sus hombres valiosos y así han surgido los Pablo Palacio, Ángel Felicísimo Rojas, Alejandro Carrión, los Mora, los Jaramillo, los Rengel, los Cueva y tantos otros talentosos y patriotas defensores de nuestra cultura en el Sur, pero aún falta mucho por hacer, sino que lo diga Jorge Vivanco, que siempre que puede se acuerda de sus paisanos y añora sus sombras amistosas. Y yo también, que desde 1.958 que estuve en Loja recuerdo a esa provincia como se recuerda algo hermoso, perdida entre la bruma del pasado y condenada a su propio destino. 

Entonces era estudiante universitario del primer curso y un compañero nos invitó a varios, a que lo acompañemos a cobrar unas letras de cambio que le había dado su papá; así es que nos embarcamos a las 8 de la noche en una de las motonaves que salían a Puerto Bolívar, donde estuvimos a eso de las 5 de la mañana y allí comenzó lo serio, porque el camión que nos llevaba tuvo que trepar y trepar por espacio de horas, con precipicios que daban que pensar y caminos tan estrechos que solo permitían el paso de un vehículo a la vez.

Al final bajamos un poco y estuvimos en las cercanías de Portovelo que era un simple campamento con un río de aguas parduscas por los residuos metálicos mal disueltos y a lo lejos, encima de un monte altísimo, entre nubes y entre vientos apareció la Villa del Cerro rico de Santa Ana de Zaruma, que no pudimos visitar porque seguimos directamente a Loja y  molidos y maltrechos llegamos a la una de la tarde a la población de San Pedro La Bendita, donde almorzamos unos sabrosos dulces de harina de maíz que son famosos hasta en la frontera; cerca estaba el nuevo campo de aviación y todo fue jolgorio, porque a sólo media hora quedaba Loja y para colmos como era la fiesta de la Virgen del Cisne, famosa patrona de la comarca, la carretera estaba llena de gente que venía de todas partes, unos cansados y otros chumados por las botellas de licor que sostenían, avanzaban como podían y al fin llegaban y nosotros también con ellos, y nos alojamos en el único hotel de la ciudad llamado la residencial Europa. Los cuartos eran bonitos, bastante aseados, pero el baño era común para todos los huéspedes y sus paredes de madera hasta la mitad y de allí venían unos hermosos vidrios colorados y transparentes. Algo realmente insólito.

Ya peripuestos y ligeros, nos fuimos a pasear por la ciudad, que era encantadora y muy parejita, con sus casas de adobe pintadas de blanco, puertas grandes de madera, techos de tejas coloradas y el piso empedrado. Daba gusto por su limpieza y candor y por alguna razón que aún ignoro el Presidente del Núcleo de Loja Dr. Jorge Hugo Rengel se enteró de nuestra llegada y nos mandó muy amablemente a invitar a su casa, donde conversó patriarcalmente con nosotros sobre tópicos guayaquileños.                 

Durante la plática no escasearon los tragos de un finísimo puro que nos calentó y animó hasta las dos de la mañana y así, bien agasajados, regresamos a nuestro hotel y no se me pregunte qué pasó por la mañana, porque me desperté tarde y algo chuchaque, pero después de un tazón de café con leche y varios panes salimos a eso de las dos a caminar y a cobrar; que no habíamos viajado tanto trecho, solamente para papar moscas.

El cobro se hizo dificultoso porque el deudor no tuvo la plata completa, pero nos dio algo en efectivo y el resto en cheques a fecha que fueron cubiertos con mucha puntualidad.

Así era la Loja de hace veinte y seis años, eglógica y cordial, donde todos eran amigos y conocidos y los automóviles pocos, porque más se utilizaban las bestias de carga ¿Regresaré algún día y la encontraré cambiada? Creo que s

Me olvidaba decir que asistimos a una misa de cuerpo presente en la Catedral cuyo piso era entablonado. En mitad de la misa notamos que del ataúd chorreaba al piso un líquido que suponemos procedía de la descomposición del cadáver.