464. Velorios y Entierros

VELORIOS. Hasta 1.960 se realizaban en las salas de la casas, retirando los muebles para instalar la Capilla de luces eléctricas, un candelabro, el ataúd y la gran cruz de flores que ponía la funeraria. La concurrencia se acomodaba donde mejor podía y hasta en las habitaciones interiores. No era mal visto que algunos concurrentes jueguen cartas, pero sin apostar por respeto al difunto. Hasta 1.930 existían las coronas de chaquiras de finísimos cristales de colores oscuros importadas de París, que las familias enviaban con unas grandes tarjetas llamadas de luto por sus filos negros adquiridas en las Imprentas. Los deudos guardaban las tarjetas y devolvían las coronas que solo servían de adorno para la velación. Después salieron las coronas de flores que confeccionaban los Jardines.

Los cortinajes eran de color era negro si el fallecido era un caballero, si señora eran plomos, si señorita o niños blancos. Las señoritas se velaban con lirios blancos en las manos como símbolo de pureza, mas, si habían sido beatas de misa diaria y visitar conventos, el entierro era a la romana con lirios, cofia, túnica, escapulario, cordón al cinto y velo blanco, igual a como eran sepultadas en las catacumbas las primitivas mártires del cristianismo sacrificadas a las fieras en el Circo romano. Yo pude asistir a dos sepelios de esta clase, llenos de simbología porque nadie podía llorar y todo se iba en rezos, rosarios y alabanzas y más atrás en el siglo XIX, se sabe que hasta cortaban pedacitos de las túnicas como reliquias para alcanzar milagros. Durante la colonia existían Misas de cuerpo presente y Sepelios con Cruz Alta, un sacerdote y dos monaguillos, pero no se usaban ataúdes si no sudarios de tela blanca. A los muertos se vestía con el hábito de la Cofradía a la cual se pertenecía, pero sin zapatos, para evitar que regresaran por las noches a recoger sus pasos con terroríficas penaciones. Aun hoy no hay cadáver con zapatos, ni con lentes tampoco, digo yo, lo cual es lógico pues ya no los necesitan, por eso los escultores no los ponen en bustos y estatuas.

SEPELIOS. Saliendo del domicilio el cortejo de dolientes acompañaba por el boulevard hasta arribar a Lorenzo de Garaycoa y doblaba a la derecha directo al camposanto. Llegué a conocer las carrozas fúnebres con cuatro plumeros negros y vitrinas de cristal a los costados. Si el fallecido era alguien importante gozaba del derecho a tener una Capilla Ardiente en el Salón de Honor de la Municipalidad, el Paraninfo de la U. el salón de la Gobernación o de alguna Institución clasista: La Filantrópica, la Sociedad Amantes del Progreso, etc. Se acostumbraba que el estado, la municipalidad o la institución sufrague los gastos. Los últimos artistas contratados para levantar estas artísticas Capillas Ardientes fueron los maestros Alfredo Palacio, Mario Kirby y Enrico Pacciani. En ocasiones hasta se tomaba la mascarilla mortuoria para perpetuar el rostro y guardar su memoria en los Museos. Los bomberos se enterraban con desfile y música. Los jefes vestían casacas azuleslas de los bomberos rasos era roja. todos iban de pantalón blanco, aunque hasta el Incendio Grande de 1.896 el pantalón era negro (color de humo decían) EI público era tan sensible que el boulevard se llenaba desde tempranas horas de la tarde para presenciar reverente el paso del cortejo a las cinco de la tarde y cuando el muerto era importante debía tener uno o más Oradores que alaben sus méritos, ya sea en la Capilla Ardiente o en el Camposanto. Los había que gustaban de la figuración y no perdían ocasión. Otros lo hacían por negocio, pues a los dos días del sepelio enviaban su Factura y la familia pagaba por ser deuda de honor. También se recuerda a un par de hermanos que tenían la rara costumbre de tomar viada y saltarse el ataúd, hazaña afrentosa en extremo sobre todo si eran señoras pues la gente comentaba “Se la brincaron a la señora tal” y todos reían. Por eso, cuando aparecían en los velorios, se armaban trifulcas para impedirles su conocida hazaña.

TIEMPO DE DUELO. Podían durar un año o más, sin embargo, a medida que pasaban los meses se iba intercalando ropa blanca hasta cambiar a “medio duelos”, aunque no faltaban las exageradas féminas que juraban “luto eterno” sobre todo si el fallecido había sido su novio. Los jóvenes no gustaban del negro, por eso vestían de dril blanco y usaba una franja gruesa de seda negra puesta con imperdibles en el brazo izquierdo de la leva, franja que en los siguientes meses disminuía de tamaño hasta que al año desaparecía y era de muy mala educación “dar el pésame” cuando la tal franja estaba estrecha y próxima a terminar. Significaba una descortesía, un olvido imperdonable no haber dado el pésame a tiempo. En cuanto a las señoras, señoritas y niñas recuerdo haberlas visto en mi juvenilia vestidas de negro. I si salían a la calle, lo que solo podían hacer dos meses después del sepelio, debían usar mangas largas y cuellos altos sin escote, sombreros de paño con velo que les cubriera la cara y guantes de cabritilla. Algunas previsivas se hacían acompañar de alguien pues el velo les impedía distinguir con claridad los desniveles de las veredas. Al mes se acostumbraban las visitas de pésame a domicilio avisadas con dos días de antelación a través de una doméstica o llamando por teléfono. Se iba de luto, no podían durar más de una hora, estaba prohibido hacer chistes o reírse, se brindaba agua y las conversaciones invariablemente giraban sobre la bondad del fallecido, su última enfermedad y cualquier otro chisme inofensivo, al final la viuda agradecía, abrazaba, rompía en llanto y se terminaba la Visita.

ATAUDES Y FAJAS. Los ataúdes eran acolchonados por dentro con telas de raso blanco, tenían una almohada y cuatro argollas  a cada lado que servían para acomodar las fajas cuando los empleados de la funeraria bajaban el cadáver al portal y las personas previamente seleccionadas por la familia (había casos en que el fallecido dejaba la lista) tomaban las fajas y caminaban lentamente hacia la carroza. El trayecto al cementerio se hacía en vehículos de preferencia de colores oscuros, el de la familia encabezaba el cortejo. Al llegar un segundo grupo de personas tomaba las fajas y caminaban hasta la bóveda. La faja principal era la última de la derecha, la de la cabeza del difunto, pero muchos preferían las dos delanteras para salir en los periódicos “escoltando” al difunto. Una de las fajas tenía una punta anudada y se creía que al que le tocaba era el primero en morir. Los ataúdes más baratos solo tenían tres argollas a cada lado y un total de seis fajas. El público se fijaba en este detalle y se entendía que la familia con muerto de segunda clase había perdido “la posición”.  Las cajas para el pueblo no tenían argollas ni fajas porque los acompañantes lo cargaban desde la casa del duelo hasta el camposanto por mitad de la calle Machala y a pleno sol, turnándose cada cuadra. En muchos casos para los pobres la muerte es una liberación.