426. El American Park

Al inicio de la década de los años veinte la Municipalidad celebró un contrato con Rodolfo Baquerizo Moreno y le dio en arrendamiento un extenso lote de terreno colindante con la margen derecha del estero Salado frente a lo que hoy es el Guayaquil Tennis Club. Entonces esa zona era pantanosa y no servia para nada, pero don Rodolfo la rellenó, terraplenó, hizo cercar de cemento, construyó en su interior algunas edificaciones, instaló puestos de ventas de comidas y bebidas y hasta un enorme auditorium con proscenio, concha acústica y graderías que debió haberle costado una pequeña fortuna. Ya tenía la ciudad un hermoso sitio yde distracción familiar y un balneario de agua salada digno de figurar en las grandes poblaciones del mundo.

Para mejor hacer le dio un nombre muy en boga – American Park – que recordaba al famoso parque de la playa de Conney Island cercana a New York donde ls multitudes concurrían, sobre todo durante el caluroso verano, a  disfrutar de un sano esparcimiento, gozar de la playa, nadar y asolearse un buen rato, escuchar música alegre, degustar comidas populares o simplemente pasear por la extensa rampla de madera construida frente al mar. El servicio se complementaba con un buen servicio de autobuses que llegaban hasta las puertas del establecimiento, trasladando al público en solamente seis minutos desde la plaza de San Francisco hasta el American Park.

En 1.922 el Am´rican Park inauguró sus primeras instalaciones y el 24 abrió su Centro Deportivo al otro lado del Salado, al que se podía llegar cruzando el viejo puente techado de madera que el bueno de don Rodolfo ayudó a refaccionar. Allí instaló una pequeña plaza de toros, una cancha de futrbol, un ring de box y hsata la pista de patinaje, que nada debía faltar. El 28 Y como era emprendedor se puso al habla con Modesto Chávez Franco, Jack the Ripper y otros viejos de la ciudad para que le dieran ideas y así surgieron hermosos programas patrióticos y folklóricos que marcaron la tónica a esos momentos.

Rodrigo Chávez González desde 1.926 fue el incansable organizador de la Fiesta del Montubio donde triunfó Miguel Augusto Egas a Hugo Mayo, con hermosa y sentida poesía post – modernistas. Rosa Borja de Ycaza y María Piedad Castillo de Leví organizaban las fiestas de la raza, se creó la bandera hispanoamericana y trataron de unir a los pueblos del sur de Río Grande en afán francamente arielista. Después vinieron las famosas maratones y las parejas se amanecían bailando más de dos días hasta caer desfallecidas y eran miles los curiosos que seguían el ritmo tropical de las orquestas de moda, esperando que esto ocurriera.

Los Obispos utilizaron la American Park para realizar sus procesiones pues les estaba prohibido desfilar por las calles. Menudearon las kermeses benéficas del Comité Ajuar del Niño. Por las tardes había payasos y distracciones infantiles, pero de noche se encendía el baile.  Los asistentes bebían refrescos y saboreaban butifarra, que así llamaban los sanduches de chancho con salsa de cebolla encurtida en limón.

Los chicos de entonces morían por ir sábados y domingos al American Park donde se podía ver películas mudas de Chaplín en unos aparatitos metálicos manejados con manivela. También había una redoma metálica con colaciones y una cuadrada con peluches. Una grúa accionada a mano era la encargada de captarlas. El juego de Béisbol era otra de las atracciones. De una máquina salía la bola y un jugador con el bate le pegaba fuerte. Otra máquina tenía dos boxeadores que se daban a matar, hasta que uno caía al suelo rendido.

Siempre se llenaba el American Park de bañistas que iban a refrescarse en las dos piscinas de agua salada, pura y cristalina porque aún no se contaminaba o en la playa que daba directamente al Estero al  que se bajaba mediante unos cómodos escalones de cemento que facilitaban el ingreso al agua.. Si había marea llena, éxito completo, en caso contrario, no importaba, también a bañarse se ha dicho. Una piscina era inmensa y la otra más pequeña, pero ambas oscuras porque aún no salía la moda de colocarles azulejos ni luces. Por supuesto que el agua era salada lo cual no importaba. Entonces Guayaquil solo disponía de unas cuantas piscinas, la del Tennis Club al frente, la del Club Emelec en Eloy Alfaro, la de la Escuela Modelo en Chile, la Municipal, heredada a la Compañía White, donde se realizó el Concurso Nacional de Belleza en 1.930 en Malecón y Loja, y pare Ud. de contar.

En dicho Concurso las cuatro finalistas Señoritas Guayas desfilaron en traje de baño, lo cual fue criticado en Quito por el Dr. Velasco Ibarra que desde su columna en El Comercio  manifestó que, la mujer no es carnicera y que esta clase de exhibicionismos iban en contra de la tradición mariana de la Iglesia. En lo principal me han referido que tras dar dos vueltas a la piscina y recibir los aplausos del caso, las candidatas no supieron que más hacer, pero una de ellas – Blanche La Rose Yoder – aprovechó para lanzarse de cabeza al agua y nadar limpiamente y con velocidad en los cuatro estilos olímpicos (libre, pecho, espalda, y sapito sapón) que así es como se los conocía, provocando la gran sorpresa de los asistentes. Terminada esta demostración de cosmopolitismo y modernidad, el público exigió a gritos que las otras tres hicieran lo mismo, pero ninguna de ellas sabía nadar y como siguieron quietecitas y de paso avergonzadas, un ocurrido exclamó: Por lo menos tirenles un mate a estas cojudas, provocando la hilaridad del respetable público. Aclaración. Por esos años la gente se bañaba llenando la tina hasta la mitad y echándose agua con un mate sabanero de los que se vendían en los mercados a cuarenta centavos cada uno.

Pero volviendo a la American Park la rueda moscovita gigantesca y terrorífica atraía a los valientes. El carrusel de caballitos a los pequeños y el de los carritos a los bebés con niñera. Afuera funcionaban los famosos puestos de venta de café y sanduches, fritada y chifles, maduros con queso, bolones y chichas que se consumían hasta las cinco de la tarde, cuando ingresaba el siguiente menú consistente en secos de la más variada índole, guatita, moros y cristianos, etc. al acorde de las ruidosas victrolas y acompañados de la cerveza especial vendida en botellas verdes que costaba más que la corriente de botellas cafés. Las cervezas se guardaban en tanques de metal llenos de agua y hielo. Salían heladísimas. Estos puestos subsistieron por mucho tiempo y hasta cuando el American Park no era ni la sombra de lo que había sido antes y tengo entendido que desaparecieron antes de la administración de Asaad Bucaram, que fue el Alcalde que construyó el actual Parque Guayaquil en 1.967.

Recuerdo que el Dr. Hipólito González Flores, nuestro profesor de Castellano del Vicente Rocafuerte durante el primer curso en 1.952, tenía un carrito viejo marca Ford, modelo T y con el se trasladaba todas las mañanas y lo parqueaba frente a los puestos de venta para tomar desayuno, que consistía en una gran taza de café con leche y dos panes de agua, con mantequilla cremosa y amarillenta y sus buenas tajadas de queso criollo o cuajada. Con tan apetitoso desayuno pasaba al Colegio dispuesto a exigir de memoria las conjugaciones de los verbos en sus diversos tiempos y era de ver las notas menos que aplicaba a los que no sabiamos ni nos importaba un bledo el presente pluscuamperfecto del verbo nadar, por ejemplo. Por ésta despótica actitud fue castigado con el sabroso apodo de “Nota Menos”  que arrastró por años y ya tenía cuando  le conocí.

Bailes, desfiles, fiestas, kermeses, competencias y diversiones – eso era el American Park – en suma, distracción sana y en familia, pero como nada es eterno en esta vida en 1.942 la Municipalidad  cercenó la parte posterior del terreno para darlo en venta al Seguro Social que lo requería para la construcción del conjunto de villas denominado Barrio Orellana y el 47 revertió la parte que daba al Estero  para construir la vía de ingreso a la Ciudadela Universitaria y ya sin el encanto que tenía el balneario, nada fue igual pues el  estero era la mayor atracción del sitio que comenzó a agonizar y ahora solo subsiste en el recuerdo.