425. Juegos y Pasatiempos Infantiles

En los tiempos de “andavete” o de “María Castaña” que es lo mismo, no se acostumbraba mandar a los chicos al pre kinder, ni al kinder, ni a guarderías; solo algunos iban a cursar preparatoria si querían y otros entraban al primer grado sin saber leer o escribir.

Yo tuve mucha suerte porque a los cuatro años mi abuela Teresa Concha me obsequió un rompecabezas de tucos de madera que tenían letras, números, figuras de animalitos y hasta una escena del ratón Mickey según como se colocaran y todas las mañanas jugábamos con ellos, formando palabras y cifras que se me grababan fácilmente. Al año siguiente me mandaron a la Preparatoria de la señorita Moran, en su departamento de Boyacá y Aguirre, a donde los chicos íbamos diariamente con nuestra sillita, un pizarrón negro y tizas. Así enseñaba nuestra buena maestra; a gritos porque era sorda, el ba, be, bi, bo, bu y el pa, pe, pi, po, pu y cuando ya lo sabíamos éramos felices porque deletrear, sumar y dividir no es cosa fácil en esa edad. La Cartilla Patria o silabario era a colores y muy gráfica e ilustrativa; pero solo duraban un mes en nuestras manos de fierro.

La señorita Moran acostumbraba conceder dos recreos, aprovechándolos para organizar rondas infantiles. Recuerdo lo siguiente: Dos grupos se tomaban de las manos y cuando el uno avanzaba el otro retrocedía. Se cantaba así: Ronda // Buenos días su señoría / mantantiru tiru lán / ¿Qué quería su señoría? / Mantantiru tiru lán / Yo quería a una de sus niñas / Mantantiru tiru lán / ¿a cuál de ellas la quería? / Mantantiru tiru lán /. Entonces la directora agrupaba a todos y cantaba: / Pues hagamos la fiesta entera con … en la mitad / Hecha la ronda, se daban vueltas tomados de las manos y cantando // Arbolito de naranja, peinecito de marfil / Para la niña más bonita / del Colegio Guayaquil // Esta ronda debe ser de origen hispano, pero la parte final de la canción ciertamente que es una adaptación porteña.

Otra de las rondas preferidas de doña Tomasita era la de la reina coja, que ella cantaba imitando cojear de cualquier pié y el juego estribaba en darle la vuelta y salir corriendo al final. Canción de la Reina Coja: // -Soy la reina coja, / tirulín, tirulán, tan tan / ¿Dónde está uno de mis niños? / tirulín, tirulán, tan tan / Aquí creo que está uno, / tirulín, tirulán, tan tan //y así seguía el juego hasta que la reina coja se decidía por alguno de los integrantes, no sin antes preguntarse y contestarse sobre nuestras personas, indicando el porqué no cogía a tal o cual, si era gordo, feo, flaco, esmirriado y claro está, cada una de estas críticas ocasionaba risas en la concurrencia y el amoscamiento del interpelado.

En el segundo recreo, parece que por cansancio, la buena vieja nos mandaba al patio de atrás a que corriéramos a nuestro gusto, sin que ella tuviera otra participación que la de vernos de lejos para que no peleáramos. Entonces salían las pegas con vida y las simples sin madrina. El juego del trompo y el de perinola, las canicas o bolas de cristal, la cucaña o palo encebado y el dar la misa. Esto último ya ni se conoce y era un juego de lo más agradable porque se organizaba entre hombres y mujeres.

Primero nos poníamos ropas de mayores imitando sotanas y vestimentas. Algunos angurrientos hasta aspiraban a vestirse de Obispos. Las chicas se acomodaban los zapatos de las mamas. Luego ingresaba la concurrencia al templo y se sentaba en sillitas, saludándose con mucha ocurrencia, al igual que lo hacían los mayores. Después entraba el cura imitando una misa hasta con sermón y todo. El cura se llevaba los aplausos de la reunión y casi siempre era el más avispado y gracioso, porque la mitad de la ceremonia peleaba con el monaguillo si no le traía un vaso de jugo de la cocina, que todo tenía que ser a la perfección. La limosna se daba en caramelos que quedaban para el reparto del señor cura y su monaguillo, que hacía sonar una campanita robada del comedor. Lo gracioso de todo esto es que nuestras madres y abuelas gustaban que jugáramos a la misa, porque las pobrecitas creían que no era peligroso y hasta podía generar vocaciones, lo que realmente nunca ocurrió.

Otro juego que recuerdo era el del padrecito y la madrecita que nos hacían en el Colegio María Auxiliadora en 1945 cuando estudié allí la preparatoria. Entraba una santa monjita y preguntaba ¿Quién de Uds. quiere hacerse padrecito? Todos levantábamos las manos y nos daba caramelos. ¿Quiénes de Uds., quiere hacerse /madrecita? Inmediatamente las chicas hacían lo mismo, ni que fueran tontas para quedarse sin caramelos, pero un día un chico no levantó la mano y Sor Elena se asustó pensando que estaría endiablado, preguntó el porqué, recibiendo como toda respuesta que no le gustaba esa clase de caramelos … y hubo que volverle a hacer la pregunta y cambiarle el premio, entonces sí quiso hacerse padrecito. ¡Qué buenas y maternales eran las monjitas de María Auxiliadora y cuanto nos aguantaron! sobre todo a los hombres, pero al siguiente año ya no quisieron matricularnos, diciendo que el colegio había dejado de ser mixto hasta en la preparatoria.

Al fin de ese año hubo una velada social con representación teatral y todo lo demás. Los de preparatoria éramos soldados que íbamos a la guerra y cada uno llevó su escopeta de la casa. La gracia consistía en salir al escenario y marchar al compás de una canción militar, luego hacíamos varios movimientos y al final disparábamos en público, metiendo mucho ruido para causar mayor impresión. Lo que nunca imaginó sor Elena es que a mí me habían regalado para la Navidad una tremenda escopeta que disparaba bolas de pin pon y yo creí lo más natural del caso ir debidamente armado y con mi escopeta cargada.

Y a la hora final sucedió lo que tenía que pasar, que apunté como todos los demás soldaditos y disparé un tremendo bolazo, que fue a caer en medio de la concurrencia, causando tremenda hilaridad y hasta un doloroso quiño en la calva de no se qué autoridad, creo que fue a parar sobre el Dr. Darío Rogelio Astudillo, que presidía ese año la Corte Superior y estaba sentado – como es natural – en primera fila.

Las madres tuvieron que disculparse, pero el viejecito pasado el susto inicial se rió del incidente y hasta lo festejó diciendo que era la primera vez que lo habían herido en la guerra.