418. Conversaciones Entre Mayores

Los padres de antaño no permitían a sus hijos intervenir en las conversaciones de los mayores, y los hacían salir de las piezas donde se reunían los viejos a charlar. Como anécdota contaré que una señorita de más o menos treinta y cinco años fue retirada con mucha delicadeza, para que no escuche unos inocentones chistes de loras, que justamente por eso se decían verdes. Su padre le dijo: “Luisita, anda al comedor y trae la bombonera, pero antes, prepáranos un jugo de naranjas en la cocina. Así se desprendía de su incómoda presencia y podían seguir con los tales chistes. Aún recuerdo uno de ellos, escuchado de labios de mi abuelo Juan Luís Pimentel: Un loro y una lora vivían en las Peñas y de tanto verse de una casa a otra llegaron a enamorarse por señas. Una tarde el loro se decidió finalmente a visitar a su vecina, para lo cual pasó por sobre un cable de luz y al llegar a la mitad  se electrocutó de improviso, porque el cable estaba pelado. La lora al ver esta desgracia gritó: ¡Acabo de quedarme viuda¡  Tamaña bobería provocaba en la audiencia de vejetes risas y más risas.

Mi abuelo Federico Pérez Aspiazu estudiaba abogacía en la Universidad de Cuenca cuando ocurrió el fusilamiento de Luis Vargas Torres. Terminadas sus clases regresó a Guayaquil y fue a visitar a su amigo Carlos Concha Torres para darle el pésame por la muerte de su medio hermano. Llegado a la casa, fue introducido a la sala y comenzó a relatar los pormenores de tan doloroso suceso y en contra de la costumbre mi bisabuela Delfina llamó a sus hijas María, Esther, Teresa y Delfina para que escuchen la conversación y al llegar al punto culminante, cuando los soldados de la escolta dispararon al cuerpo y el héroe cayó herido de muerte para ser rematado con un tiro de gracia en la cabeza, su madre doña Delfina sufrió un vahído y sus hijas la llevaron al dormitorio donde la acostaron; mientras tanto y sólo por educación que no por romanticismo, mi abuela Teresa debió permanecer en la sala haciéndole compañía al visitante y surgió un romance que ocho años después terminó en el altar; pero esto era la excepción, porque siempre que había visitas se obligaba a las jóvenes a encerrarse en sus dormitorios.

González Suárez refería que en los muchos años que tenía visitando la casa de su amigo el Dr. Leonidas Batallas, sólo había visto y saludado dos o tres veces a las hermanas solteras de él, puesto que ellas se encerraban cada vez que había alguien extraño en su domicilio. Demás está decir que dichas señoritas murieron solteras y gozando de una merecida fama de santidad, porque el día entero pasaban rezando.

Unas primas abuelas paternas me refirieron hace más de medio siglo que se habían quedado solteras no por feas, que realmente no debieron serlo, sino por culpa de su papá que era un convencido liberal radical de aquellos fanáticos anticlericales que no  permitían que sus familias concurran a las iglesias y siendo las misas los únicos eventos permitidos a las señoritas, eran el momento propicio para las miraditas y las sonrisas con los jóvenes y hasta para recibir papelitos, preludio de inocentes romances que en algunos casos hasta podían terminar en matrimonios. Las tales se quejaban amargamente porque incluso, cuando los amigos de sus hermanos concurrían a la casa, el papá les decía: Niñas. Retírense a sus dormitorios pues han llegado visitas ¡I ya tenían veinte años¡ 

Para colmos les estaba prohibido el uso de las ventanas que siempre se mantenían cerradas pues ¿Para qué abrirlas? Esta costumbre venía de Andalucía, donde las ventanas se cierran durante los meses del caluroso verano para impedir que el viento caliente que sopla desde el desierto del Sahara entre a las casas y las convierta en hornos. Aquí en la costa hubo pueblos como Riochico en Manabí, donde las mujeres jamás se asomaban y los matrimonios se concertaban entre los padres, a veces sin que los novios se conocieran. En Guayaquil la mujer solía asistir a misa de seis de la mañana para estar de regreso al hogar antes que la gente transitara por las calles evitandose el contacto personal con el mundo exterior, en todo cuanto fuere posible. Y hasta existían misas especiales a las cinco para las personas que mantenían uniones libres y no deseaban que las observen y por supuesto también para las llamadas madres solteras.