394. Monedas, Yapa o Pezuña

No llegué a conocer los panes de a cuartillo, no fui de esa época, pero oía referir a mis mayores que por un cuartillo, es decir, por un centavo, daban un pan en las tiendas del Guayas de los años 20. Luego por los 30 los panes encarecieron un alguito y daban cuatro por medio (cinco centavos) moneditas que ahora ya no siguen en circulación.

Estos medios equivalían a la mitad de un real, a la cuarta parte de una peseta y a la veinteava de un sucre, de los que salieron en 1928 durante la Presidencia de Ayora con el nombre de Sucres o Ayoras. Las Lauritas, costaban cincuenta centavos, esta última denominación en popular homenaje a la primera dama de la nación.

Antes de 1.884 era común hablar de cóndores de a cinco pesos y de pesos simples de a ocho reales. De tal suerte que un Cóndor equivalía a cinco veces ocho reales, es decir, a cuarenta reales. En 1943 aparecieron las llamadas Carlotas o monedas de plata de cinco sucres, hermosísimas, grandes y lustrosas, tentación para cualquier muchacho que ambicionaba tener sus cinco sucres y exhibirlos en el barrio como símbolo de importancia y poder. Estas monedas imitaban a los pesos mejicanos de plata que usaban las damas para adornar sus costosas pulseras.

Los cinco sucres solo se alcanzaban para los cumpleaños o después de un pase de año con honores y premio por aprovechamiento. Entonces los hacíamos entrar en nuestras relojeras, casi a empellones, porque eran monedas grandes. Estas relojeras eran unos espacios disimulados en todos los pantalones y a la altura de la cintura, donde se colocaban los relojes de bolsillo, agarrados de su cadena. Recuerdo que algunos relojes tenían campana y casi siempre dos y hasta tres tapas móviles, con su respectivo monograma.

Bien apertrechados, salíamos a pavonearnos por el barrio y a enseñar nuestros cinco sucres, pero algunos vivos del vecindario se aprovechaban para desafiarnos a un pepo y trulo o a la quina con apuestas y ocurría que regresábamos desvalijados y resignados a esperar otra ocasión especial que nos permita una nueva moneda de cinco sucres para alimentar nuestra natural petulancia.

En 1944 apareció una segunda emisión de monedas de a cinco sucres que inundó el mercado nacional. Para entonces las del año anterior habían empezado a ser recogidas de circulación por “personas guardosas” que veían con esta manera fácil y sencilla la mejor forma de ahorrar. Los joyeros las utilizaban para sus aleaciones y amalgamas y los turistas la sacaban del país como obsequio a parientes y amigos, de tal suerte que las monedas originales de cinco sucres del 43 son cinco veces más valiosas que las del año siguiente y como esto lo conoce cualquier numismático chambón de nuestro país, qué decir de los avispados que cuando ven una de ellas sufren un colapso de alegría y hasta echan chispas por los ojos de puros golosos y avariciosos, que de todo hay en la viña del Señor como dice la Biblia.

Recuerdo que un caballero de la localidad llenó unas talegas de monedas de a cinco sucres y se fue a Cuenca donde se las entregó a un joyero para que le confeccione varias docenas de bandejas de plata que quedaron hermosísimas y lustrosas, que daba gusto verlas, porque fueron mejoradas y salieron de plata esterlina de 925 gramos. Las dichosas bandejas aún existen a pesar de sus años, iguales de bonitas y siempre tan útiles y serviciales y verdaderamente “primorosas, como que las martillaron hábiles artesanos de la morlaquía. Mi esposa conserva una que fue de su madre.

También era costumbre por esos años que las abuelitas reunieran los medios que recibían de vuelto por las compras del día y el sábado que sus nietos iban a visitarlas, se los obsequiaran como muestra de cariño. “Un recuerdito” – como era usual que se dijera. El regalito de los medios no era poca cosa, con medio se podía comprar un puño de galletas, la mitad de una tableta de chocolate “Mazorca” de la fábrica La Universal, un pan de dulce, un helado de palito, de los prohibidos por contener millones de colibacilos y otros gérmenes patógenos no menos dañinos, pero tan sabrosos al paladar y así por el estilo.

Y aquí entra la yapa o pezuña, costumbre tan antigua en el Ecuador que dudo que alguien conozca su origen que debe ser español porque ni en Francia ni en Inglaterra se ha oído hablar jamás de esto. Yapa es palabra quechua que significa “lo que sobra” y pezuña es el casco de un animal y también es término usado en el campo para señalar lo menos valioso, aquello que se bota porque no sirve para nada. Yapa o pezuña era el obsequio final que el tendero daba a sus clientes cuando se retiraban de la barraca llevando mercancías. Era un no-me-olvides, un cariñito para que el cliente regrese siempre y se convierta en “casero”. A veces podía ser uno que otro caramelito, un paquete de máchica o pinol de Latacunga (harina de cebada muy fina que debía ser ingerida con gran cuidado para no atorarse) de allí salió la frase famosa de “Quien más saliva tiene traga más máchica” para explicar cómo el poder permite los abusos.

El inolvidable Jack the Ripper en uno de sus más sabrosas escenas de la vida real escrita hacía 1920 menciona el caso de un montubio que llegado por primera vez a Guayaquil compró un boleto para entrar al cine, solicitando la pezuña del boleto, es decir, la yapa por la compra efectuada y como no se la quisieron dar, se puso disgustado, acusando la rudeza de los blancos de la ciudad que no tenían la delicadeza de regalar a los clientes como era usual en el campo.

La yapa o pezuña subsistió mientras se usaron las barracas y la gente se proveía en los mercados y en las tiendas de los barrios, pero como el progreso todo lo cambia vinieron los supermercados y ahora a nadie se le ocurre pedir yapa en la caja, porque lo creerían loco de manicomio y peor la pezuña, porque sería mal interpretado por las cajeras; pero mi amigo Aureliano que vive en las Lomas de Sargentillo y que de vez en cuando me viene a visitar, me ha jurado y rejurado que aún se da la yapa en esos pagos y que si también piden la pezuña, con todo gusto se la entregan. Habrá que ir a ver si esto es cierto y felicitar a esas cristianas por su generosidad antañona y fina cordialidad.