373. Estarellas, Un Viejo Maestro

Entre las anécdotas, que me han sido referidas por personas allegadas al entorno del profesor Carlos Estarellas Aviles aún se recuerda que un antiguo alumno fue a visitarle al Liceo América de su propiedad, pues tenía que presentarse en la Universidad para un puesto de trabajo y no tenía un atuendo adecuado. I como eran de la misma talla el maestro pidió a su casa que le traigan un terno, camisa, corbata, medias y zapatos. El joven concurrió a su cita bien presentado y le dieron el trabajo. Esa tarde la intrigada señora de Estarellas le preguntó: Carlos ¿Donde te fuiste? ¿Dónde está el terno? I al enterarse de los detalles manifestó que de haberlo sabido no le hubiera enviado el mejor terno, a lo cual el maestro respondió “Las cosas son de quien más las necesita.”

Un profesor del Liceo le mostró la lista de calificaciones trimestrales del tercer curso en la que treinta y siete de los cincuenta y dos alumnos eran deficientes.  Estarellas preguntó al dómine a qué atribuía esto: Los alumnos son malos, no quieren estudiar. – Por favor, trate Ud. de ayudar a estos alumnos. – Yo no puedo hacer nada más. Entonces le dijo: Creo que el malo es Ud. pensé qué al darse cuenta del pésimo rendimiento de casi todos sus discípulos, buscaría afanosamente un nuevo método de enseñanza para favorecerlos y así poder ser comprendido. Pero como me manifiesta que no puede hacer nada más, sírvase abandonar la cátedra.

Cierto día llegó el Director Provincial de Estudios a realizar una inspección. Estarellas le condujo a las aulas y parado en la puerta de una de ellas el Inspector comenzó a tratar a los alumnos de la siguiente manera: Tu cholito, tu zambito, tu colorilla, tu gordito, hasta que el maestro le llamó fuera y le dijo con voz terminante: Ni a Ud. ni a nadie, por más autoridad que sea, le permito que trate así a mis discípulos. Me hace el favor de irse inmediatamente.

También poseía un gran cariño por los animales, gustaba rodearse de perros y gatos, a todos les ponía nombre y apellido, normalmente el de la persona que se lo había obsequiado. Estando cercana la navidad, mientras se encontraba en la hamaca leyendo, oyó un glugluglu histérico pues la cocinera perseguía una pava para matarla. El animalito logró escapar del patio y corría por toda la casa, subió a la biblioteca y se escondió detrás de él, y cuando la doméstica llegó hacha en mano el maestro le dijo ¡No ¡Derecho de asilo¡  de aquí no sale Rosario Freile (pues se la había regalado una vecina de ese apellido) y la pava murió de vieja pues jamás permitió el maestro, que la sacrifiquen.

I entre sus clases en el Liceo y momentos de tranquilidad hogareña, transcurrieron sus últimos años en relativa pobreza con el público reconocimiento de sus virtudes ciudadanas, hasta el día sábado 1 de agosto de 1.972 a las cinco y media de la tarde, en que al ser tropezado por un grupo de alumnos que salía alegremente de clases, cayó al suelo y sufrió varias contusiones. Llevado a la clínica Guayaquil recibió la visita de un grupo de profesores compañeros suyos, quienes le dijeron que ya tenían los nombres de los imprudentes que lo habían accidentado y que los iban a castigar. “No, por favor, no vayan a sancionar a los alumnos, ellos no tienen la culpa”, expresó el viejo maestro, sobreponiéndose a sus dolores. Esa fue su última lección práctica de pedagogía pues murió el día 6 de agosto, de 72 años de edad.