El sábado 21 de agosto de 1.931 el Ministro de Guerra, Coronel Carlos Guerrero, removió del mando del batallón de Ingenieros Chimborazo al Tte. Cor. Maximiliano Dávila; al día siguiente el batallón se sublevó y cundió la alarma en la capital. De inmediato el Cnel. Aníbal Maldonado, Jefe del Yaguachi, avisó al Cor. Luis Larrea Alba, Sub Jefe de Estado Mayor, que tratara de comunicarse con el Presidente Isidro Ayora y con el Ministro Guerrero, pero este no los encontró por estar ambas autoridades de vacaciones, fuera de la capital.
En estas circunstancias Larrea decidió afrontar la situación y concurrió al cuartel del Chimborazo donde fue bien recibido por los oficiales y tropa:
¿Qué quieren señores, por qué asumen esta actitud?
-Vea, mi Coronel Larrea, sólo deseamos el regreso de nuestro antiguo Jefe. Prometo arreglar esta situación; hasta tanto, no causen más problemas.
Larrea Alba se despidió y fue al Ministerio de Guerra donde ya se encontraba Guerrero, encolerizado contra los del Chimborazo.
– Vaya usted a ese cuartel y aprese a los insurrectos. dice al Cor. Ricardo Astudillo, que trató de cumplir la misión, pero el apresado resultó él ¡Vaya cosa!
Luego Guerrero envió con igual cometido al Jefe de Estado Mayor, General Luis Telmo Paz y Miño, que siguió la suerte de Astudillo y ya eran dos los detenidos. La situación no estaba para cuento y así lo pensaron todos.
PLAN DE ASALTO CONTRA EL CHIMBORAZO
En esos momentos el doctor Ayora ingresa al Ministerio de Guerra, conversa con el Ministro y con los miembros del Estado Mayor y vistas las circunstancias decidieron trasladarse al cuartel del Batallón Constitución en la Plaza de Santo Domingo. Para colmos, el Congreso estaba reunido en Quito y el gobierno no contaba con la simpatía de la mayoría de sus miembros. Ayora sabe que cualquier suceso será tomado como pretexto para su descalificación.
Mientras tanto por la Plaza de la Independencia ya asoman grupos de curiosos que primero comentaban, luego vivan al Chimborazo y al Congreso, dando mueras al “indio Ayora” que así es como le decían sus malquerientes en el país.
El Teniente Villavicencio del Batallón Chimborazo había concurrido al Congreso indicando que dicho cuerpo respaldaba a los diputados y al pueblo en su lucha contra el gobierno y que esa unidad de Pueblo-Ejército y Congreso era indestructible. Abrazos y sonrisas a granel de parte de los honorables.
Ayora reunió a los comandantes de las unidades militares acantonadas en Quito y por la tarde ordenó el ataque al Chimborazo usando artillería pesada y todo tipo de arma. La lucha sería a muerte.
En las calles los soldados de caballería disolvían con sable a la poblada que intentaba llegar a la Plaza de Santo Domingo donde estaba el reunido el gobierno en el batallón Constitución. Hay que sacar una docena de ametralladoras para asustarlos un poco ¡Tan fea está la situación!
Los cuerpos leales a Ayora eran el Carchi, Yaguachi, Constitución y la Policía, el regimiento Bolívar nadaba a dos aguas y aunque asegura ser leal indicaba que no atacará a sus compañeros del Chimborazo, lo que provocó la desconfianza de Ayora, quién después de mucho pensar sobre la situación decidió mostrarse generoso y a las dos de la mañana del lunes 23 de agosto, llamó por teléfono a los jefes leales.
– Señor Coronel, he cambiado de parecer. No ataque hoy.
– Usted manda aquí, señor Presidente, se hará lo que Ud. diga …
ULTIMA SESION DE GABINETE DEL PRESIDENTE AYORA
El Coronel Larrea Alba era Comandante de Zona en Quito, Sub Jefe de Estado Mayor del Ejército y por sus brillantes ejecutorias todos le querían. Prueba de ello era que los del Chimborazo lo dejaron salir ileso del cuartel, no así al Coronel Ricardo Astudillo, ni al General Luis Telmo Paz y Miño, que seguían detenidos.
A las 9 de la mañana Larrea salió del cuartel del Constitución con el Presidente Ayora y el Ministro de Guerra Gral. Carlos Guerrero, con destino al Palacio Presidencial, donde estos últimos tenían que asistir a sesión de gabinete con los demás Ministros que ya esperaban. Larrea Alba aguardó en la antesala de la presidencia junto a otras personas. Es el hombre del día y quizá el único seguro mediador entre ambos bandos, por leal al gobierno y simpático a la oposición.
Una hora después se abrió la puerta del despacho y salió Ayora, estaba pálido por el cansancio de la mala noche anterior pero su rostro se mostraba sereno y hasta podríase opinar que alegre.
– Pase usted, amigo Larrea. Queremos hablarle.
Ambos entraron, cerrándose la puerta, entonces Ayora tomó la palabra delante de su gabinete y dirigiéndose a Larrea Alba le dice sorpresivamente:
– Usted es mi sucesor. Coronel. El gabinete y yo hemos resuelto, de común acuerdo, que usted salve la situación y ahorre mucha sangre al país si acepta mi cargo. No me diga que no, amigo mío, porque usted es un patriota¡
El Coronel Larrea jamás se había imaginado tamaña propuesta. Sólo contaba con treinta y tres años y su rostro juvenil le daba menos apariencia. Por otra parte ¿Qué experiencia administrativa podía alegar a su favor? Jamás ha ocupado puestos fuera del ejército; claro está que es un buen soldado, en teoría de los mejores, pero ¿Será esto suficiente título para asumir la mayor responsabilidad del país?
– Vea, señor Presidente, muy honrado con la propuesta; más, nola acepto
– No diga nada. Coronel; es usted desde ahora mi nuevo Ministro de Gobierno; aquí está su nombramiento por Decreto que firmo y le entrego -responde Ayora, agregando enseguida- y como renuncio, igualmente por decreto, la Presidencia Constitucional que he venido ejerciendo desde que el Congreso en 1.928 me designó, queda usted por efectos de la actual Ley Suprema de la República, encargado de la Presidencia Constitucional.
– Salve usted la situación; yo me voy a una embajada donde tengo amigos que me llaman hasta tanto se disipan las pasiones y vuelve todo a la normalidad.
– Los Ministros de Ayora se despidieron de él con fuertes abrazos. Hay emoción en el ambiente. Larrea Alba está consternado; luego, el propio Ayora le estrechó la mano y dijo: ¡Salve usted mi obra, amigo mío, sacrifíquese por el Ecuador!
– Así lo haré. Presidente; como soldado estoy acostumbrado a asumir responsabilidades y usted me lo pide y acepto.
Afuera ruge una inmensa multitud.
PRIMEROS DIAS DEL NUEVO REGIMEN
Sinembargo nada es fácil al principio, el Congreso se enteró de la designación de Larrea Alba como Ministro de Gobierno y luego de la entrega de mando. Se agitaron aún más las ambiciones y creció el descontento popular en todo Quito. Nadie quería aceptar un Ministerio por temor a que se cayera el gobierno; la prensa no tomaba partido, había muchos intereses en juego y el nuevo régimen se tambaleaba. Fueron cuatro días de zozobra, pero el viernes ya estaba conformado el gabinete y la situación tendía a la normalidad, ya no se escuchaban los Abajo Ayora, pero de vez en cuando se oían los Abajo el muñeco militar.
Larrea Alba designó a Modesto Larrea Jijón, socialista moderado, para la cartera de Relaciones Exteriores; al doctor Andrés F. Córdova Nieto, liberal y diputado de oposición a Ayora en el Congreso, para la de Obras Publicas; al Coronel José Antonio Gómez González, liberal y su antiguo amigo del ejército, para la de Guerra; al doctor Pedro Leopoldo Nuñez, liberal afiliado, para la de Hacienda, por sus múltiples conocimientos en economía; al doctor Angel Modesto Paredes riobambeño y socialista, para la de Educación Pública; reservándose la de Gobierno para sí, porque si hubiera nombrado a alguien en ese cargo, se habría colocado la soga al cuello, creando un peligro en potencia, es decir, a su sucesor legal.
OPOSICION A SU REGIMEN
Las primeras medidas del nuevo Presidente provisional dieron protección policial a la familia Ayora, porque el populacho por varias ocasiones trató de asaltar la casa particular del ex Presidente. Luego se ocupó de Guayaquil y designó Gobernador al doctor Alfonso Ochoa Ortíz, de reconocida filiación liberal. Reunía a menudo al gabinete y trabajaba de 7 de la mañana hasta la 1 de la mañana del día siguiente y así todos los días. El principal problema del país era al económico; la caja nacional sólo contaba con sesenta mil sucres y con millones en deudas por pagar, la convertibilidad del sucre en oro hacía que las reservas nacionales del recientemente creado Banco Central del Ecuador bajaran a diario, sin esperanzas de una posible recuperación. Era preciso poner punto final a tanto desbarajuste; pero, como seguía el Congreso en sesiones, Larrea Alba no podía adoptar medidas drásticas que serían calificadas de inconstitucionales.
Una tarde llamó a su despacho a Enrique Cueva, Gerente del Central y le solicitó consejo. Nada se puede hacer, mi Coronel, fue la respuesta que obtuvo, mientras existan leyes que ordenen a los bancos cambiar sucres por oro, tenga usted la plena seguridad de que las reservas bajarán. Será preciso una Ley del Congreso o un Decreto dictatorial para terminar este agudo problema nacional.
Mientras tanto en el ejército existía discordia porque unos oficiales pidieron el castigo de los compañeros revoltosos del batallón Chimborazo mientras otros querían su perdón. En fin, ¿Quién los entiende? Los políticos agitaban el avispero porque ya se rumoraban unas prontas elecciones presidenciales y hasta surgieron dos candidatos de gran fortaleza; por los conservadores y con marcado tinte fascista Neptalí Bonifaz Ascázubi, y por los liberales y socialistas Leonardo Sotomayor y Luna y Orejuela, (a) el sapo, por su prominente vientre.
DOS MENSAJES FAMOSOS A UN CONGRESO SORDO
Larrea Alba redactó un Mensaje al Congreso pidiendo facultades extraordinarias en lo económico para solucionar la crisis fiscal de la República y adjuntó un bien concebido Plan de Acción. Los Diputados respondieron que esas facultades no las podían conceder porque sería el comienzo de una nueva dictadura. Larrea Alba insistió con un segundo mensaje, fuerte y severo en su contenido y quizá hasta un poco precipitado en su forma, porque criticaba la inercia del Congreso para terminar con los problemas nacionales. Esa acusación fue rechazada por los honorables, que se lanzaron a una franca y abierta oposición al régimen provisional.
Entonces Larrea Alba trató de unificar a las fuerzas armadas y ofreció un banquete en el Círculo Militar informando a los Jefes y Oficiales de la guarnición sobre la labor que pensaba realizar y a la vez les pidió respaldo para actuar con energía. Al parecer obtuvo éxito porque todos le abrazaron y felicitaron con supuesta sinceridad.
Con este triunfo Larrea Alba, su Ministro de Guerra y el Jefe de Zona de Quito, Coronel Enrique Merchán Ponce, auscultaron criterios para la dictadura, emprendiendo los dos últimos una serie de conversaciones privadas con los militares de mayor graduación de la plaza.
Al mismo tiempo la Compactación Obrera, grupo político que apoyaba a Bonifaz, inició una labor de resistencia al ejecutivo y ganó adeptos en el ejército; sin embargo, ni Larrea ni sus inmediatos colaboradores se daban cuenta de la situación y cuando ya tenían preparado para el día 14 de Octubre de 1.931 un decreto en que asumían la totalidad de los poderes y disolvían al Congreso, a la una de la madrugada se enteraron que el Teniente Coronel Pastor Casares, Jefe de Regimiento Bolívar no apoyaría el golpe.
Entonces Larrea Alba conversó con el Coronel Maximiliano Dávila del Batallón Chimborazo, con el Comandante Bolívar Valdivieso del Batallón Yaguachi, con los jefes de los batallones Carchi y Constitución y supo que el Chimborazo se solidarizaba con el Bolívar y que el Yaguachi, Carchi y Constitución apoyaban a su gobierno; tendría pues, que atacar a los dos primeros, si aun deseaba proclamarse dictador del Ecuador. La historia se repetía exactamente a los cincuenta y dos días de la caída de Ayora.
El 14 de octubre el Batallón Carchi comandado por su jefe el Teniente Coronel Aurelio Baquero González, amaneció tomando posiciones para atacar el cuartel del Bolívar que estaba en espera del asalto; mientras tanto los efectivos conservadores de la Compactación Obrera de Bonifaz, que apoyaban al Congreso Nacional, daban vivas a su presidente Alfredo Baquerizo Moreno y ocuparon la Plaza de la Independencia amenazando el Palacio de Gobierno. Larrea Alba decidió cortar por lo sano y ordenó al Carchi que regrese a su cuartel en el histórico edificio del Real de Lima, a un costado de dicha plaza, lo que se realizó en orden; pero, casi al llegar a la ultima escuadra fue atacada por algunos exaltados, abriéndose un nutrido fuego de fusilería que derribó por tierra a media docena de compactados.
Eran las diez le la mañana, elChimborazo disparó varios cañonazos al aire y una delegación delCongreso se entrevistó en Palacio con Larrea, sin lograr un acuerdo, por lo que este volvió al cuartel del Carchi, llamó por teléfono a los jefes de los batallones rebeldes y les ofreció formar con ellos un gabinete militar, lo que no fue aceptado. De regreso a Palacio recibió a una comisión presidida por el doctor Roberto del Pozo que a nombre del Partido Liberal Radical ofreció apoyar la dictadura. Lamentablemente ese acto de solidaridad se produjo muy tarde, la situación ya no ofrecía posibilidades a un acuerdo de naturaleza política porque había militares insurrectos de por medio, a los que era preciso doblegar por la fuerza y Larrea Alba no estaba dispuesto a ello. Así es que, a las once de la mañana, llamó al doctor Baquerizo Moreno y por decreto le entregó el poder.
Baquerizo designó al Coronel Carlos Flores Guerra, de los revoltosos, para la cartera de Gobierno y de esta manera se atrajo al elemento disidente y terminó la revolución.
Enseguida Larrea Alba abandonó el Palacio sin importarle un comino los gritos que lanzaba la muchedumbre en la Plaza de La Independencia. Flores Guerra y Baquerizo trataron de detenerlo; Luis Larrea Alba avanzó escoltado por ambos, abriéndose paso a diestras y siniestras, entre hombres amenazantes que pedían su muerte. Iba a paso lento hacia el Pasaje Royal donde tenía su casa; al llegar a la Catedral un hombre quiso matarlo, tomó el fusil de un soldado y rastrilló varias veces sin que se escapara el tiro.
Los del Batallón Carchi salieron en su defensa. En la esquina otro conservador le gritó: Ladrón, ya no puedes robar más. Larrea se paró y le dijo en voz alta: Curuchupa, desgraciado, a mi nadie me dice ladrón, Carajo y lo calló con ese golpe de audacia y hombría. Enseguida, otro hombre vestido de negro, tomó el fusil de un soldado y le apuntó al cuerpo. Larrea sacó su revólver y felizmente el militar logró arrebatar el arma al exaltado. Baquerizo estaba sereno; pero Flores Guerra, que era nervioso y estaba uniformado a igual que Larrea, temblaba por todos y no era para menos porque la situación se presentaba muy peligrosa por encontrarse cerrado el Pasaje Royal.
Entonces el Coronel Flores pidió a Larrea que se dirija a la embajada argentina que quedaba cerca; mas, como el populacho crecía a momentos y una multitud se había situado en la esquina cerrándole el paso todo indicaba que se cometerían excesos. Larrea Alba, para salvar su vida, entró en la primera puerta que halló abierta y Flores Guerra la cerró tras ellos.
Era la casa de Don Carlos Ibarra, que al verlo tan joven y no conociéndole preguntó:
– ¿Es usted el edecán del Coronel Larrea?
– No señor, yo soy el Coronel Larrea. Fue la respuesta.
Por supuesto que la familia Ibarra pasó muy malos ratos; pero como en la noche se reforzó la guardia que el batallón Carchi realizaba al pie de la casa nada ocurrió y en altas horas el Coronel Flores condujo a Larrea Alba a la embajada argentina donde permaneció cuatro días.
Baquerizo Moreno obtuvo las facultades extraordinarias del Congreso y logró sobrellevar la situación fiscal que quiso remediar Larrea Alba antes y que no pudo por intemperancia de dicho cuerpo legislativo. Habíamos superado una crisis, otras muchas vendrían en los meses siguientes.