367. La Neumonía Del Padre Matovelle

Hasta poco antes de 1950 que empezó a llegar a nuestro país la milagrosa penicilina y otros antibióticos, enfermarse en el Ecuador de neumonía bronquial o infección a los bronquios, era un gravísimo problema, cualquiera moría de esa fiebrecita y los que lograban sanar quedaban tan flacos que eran hueso y pellejo. Casi todos los médicos la curaban a la antigua, pues sus conocimientos eran escasos, su farmacopea casi colonial (a base de agüitas de yerbas, jarabes, emplastos, cataplasmas, obleas, papelitos preparados, píldoras, pastillas, o especialidades venidas del exterior) Y como para muestra basta un botón, van los detalles de la última enfermedad del padre Julio Matovelle Maldonado, fundador de la Comunidad de padrecitos Oblatos.

CUENCA. jueves 13 de junio de 1929.- Las 9 de la mañana. El Padre sintió un fuerte dolor de cabeza, tenía setenta y seis años, pero estaba fuerte y alegre, así pues, tomó una infusión de yerbas y se acostó en su cama. A las 11 lo visitó su amigo el Dr. Alfonso Peña, se sentó, conversaron sobre una prensa que estaba en venta y le diagnosticó un fuerte resfriado. Por la tarde comenzó a tomar sus medicinas.

Viernes 14. Se despertó con pocas fuerzas y fiebre de 39. Quiso celebrar misa, mas, atendiendo a la suplica de los padres no lo hizo. Regresó el médico y lo examinó. Nuevas medicinas, reposo absoluto en la cama. Por su cuenta el enfermo perdió el apetito y no quiso probar bocado. En la tarde el Doctor regresó y diagnosticó Bronconeumonía. Salió asustadísimo y en su fuero interno al paciente lo dio por muerto.

Sábado 15.- Matovelle se despertó como siempre, aunque con 39.2 de fiebre. Los padres y el Dr. Peña acordaron una junta con el Dr. Juan Idrovo, que siempre le curaba de unas hemorragias nasales. Por la tarde ambos tomaron la iniciativa de convocar a los más prestigiosos médicos de la ciudad. ¡Vaya Junta para importante! Matovelle oyó, comprendió su estado y se dispuso a bien morir, así pues, se encerró en su celda y no quiso recibir a nadie más hasta la llegada de los galenos.

Domingo 16.- El enfermo abrió su celda a las 6 1/2 y al ver a un sacerdote de su orden atino a decirle ¡Ven ayúdame, ay Dios mío, a que estado me he reducido! No pudo calzarse ni vestirse y se quedó en cama, pero confesó y comulgó. Mientras tanto seguía tomando sus infusiones de yerba y una que otra copita de jarabe; a las dos fue la solemne Junta, que más parecía procesión de Galenos. Entraron presididos por el Protomédico del Azuay Dr. Benjamín Sojos, seguido por el Decano de la Facultad de Medicina Dr. Emiliano Crespo y doce médicos más. Totalcatorce. Cada uno lo examinó por turno y a solas, sin que quedara nada por examinar, que en eso se portaron generosos. Diagnosticaron lo que ya todos sabían y ordenaron sangrías para despejarle el organismo. Se retiraron a las cinco y no quisieron cobrar, quedándose únicamente el Dr. Idrovo con un filudo bisturí. Matovelle le dijo con gracia ¡Yo soy la carne y Ud. la cuchilla! y extendió dócilmente su brazo; primero le cortaron pero no hallaron la vena, luego hicieron lo propio en la muñeca y sacaron 500 gramos de sangre, doble molestia y dobles dolores.

Afuera la muchedumbre comentaba el progreso de la enfermedad y sufría por «el padrecito santo», por «el doctor Matovellito» como el pueblo le decía; pero ya no quedaba nada por hacer, la enfermedad seguía adelante y las pocas fuerzas que el enfermo aún tenía, se habían ido con la sangría. Esa noche la fiebre subió a 40.

Lunes 17.- Amaneció gravísimo y fue acompañado por el Dr. Luis Martínez. A las 3 y 1/2 llegó el Obispo y su secretario. Más agüitas de yerbas, pero nadie se engañaba. Entonces le asaltó un arranque de buen humor y exclamó ¡Echate en la cama y sabrás quien te ama!

Martes 18.- Día de Santa Juliana de Falconieri, patrona italiana de sus parientes los Falconí de Riobamba supongo (disculparán mis lectores esta digresión erudita, aunque poco oportuna). Recibió a su amigo de toda confianza el Canónigo Nicanor Aguilar Maldonado que le llevó la comunión y cuando éste se retiraba se preocupó de pedir para él ¡Den café y una copa de vino al Nicanor …!

A las tres de lo tarde su respiración se hizo anhelante, entró en sopor y tras cuatro horsa y pico en este estado murió tranquilamente quien en vida había sido tan activo e intransigente, siendo las 7 y 45 de la noche, a los 49 de ordenación sacerdotal.