190. Versitos, lujuria y obos del cerro

Hace cosa de medio siglo un vejete amigo mío me refirió lo siguiente de sus tiempos de estudiante vicentino allá por los años veinte del siglo pasado. Entonces el colegio funcionaba en lo que hoy es el edificio del Correo y el alumnado era mixto como ha vuelto a ser hoy en día. Los profesores acostumbraban ser muy “fregados” y el que no sabía se quedaba de año. Entre los más molestosos se encontraban don Jorge Wagner Gilbert de Matemáticas, don Pepe Freile Larrea de Física, y don Melquíades Morales de Geometría y era de ver cómo dejaban de año. Así pues, la muchachada decidió desquitarse, con los siguientes versitos:

El de Wagner y Freile. // Cuentan de Wagner que un día / tan pobre y molesto estaba / y en los lamentos que daba / se puso a pensar un rato / ¿Habrá otro, para sí, decía / Tan fregado como yo? / Y cuando su faz volvió / halló la respuesta viendo / que Freile iba suspendiendo / los pocos que él aprobó . . . //

El de Morales era tonto porque no decía nada y encima bastante injusto. // En la parroquia del Morro / para mal de nuestros males / nació Melquíades Morales / como la fuente de un chorro . . . / como de la vaca el ternero, / como de perra el cachorro. //

Después de las clases vespertinas los alumnos se desparramaban en distintas direcciones. Algunos se iban a Chanduy y Aguirre donde funcionaba en una carpa esquinera un teatro popular de Guillermo Cabezas Pérez (a) William Head, que cierta tarde estrenó la obra de diez cuadros vivos tituladas “Lujuria”. La entrada costaba un sucre y dentro de la carpa había un tosco escenario con numerosas sillas de tijera. La obra era simple, cada cuadro tenía su moraleja y constaba de figuras inmóviles, que cobraban vida al abrirse el telón, los diálogos eran medio picantes y las escenas moralistas. Este primitivo teatro tenía mucho de guiñol. En una de esas escenas aparecía una mujer desnuda, puesta de lado e inmóvil y dos viejos conversaban diciendo: “No asistas con damas a la representación de “Lujuria” porque se agota tu decrépita humanidad”. La obra solo pudo presentarse una semana, porque fue clausurado el teatro por el Intendente Geo Chambers Vivero que no soportó tamaño escándalo. Un verdadero desacato para la sociedad de entonces.

De esa época vicentina recuérdase cuándo Demetrio Aguilera Malta, entonces muchachito de no más de diez  y seis años, fue pillado en los corredores altos del edificio dándole un cándido beso en la mejilla a una de sus compañeras de apellido Palacios. ¡Gravísimo escándalo! Bochorno y degradación mortal para el colegio y sus alumnos, tronaron los bedeles, entre los que figuraba el sordo Blas Toribio Torres, a quien conocí en 1952, ya viejecito, famoso por su terquedad, achacoso y más sordo que nunca.  Para entonces tenía más de treinta años de servicio, pero ese año se jubiló.

El alumno “culpable” fue conducido al rectorado donde recibió una expulsión de siete días que sin embargo le fue disculpada por el rector y la estudiante, una reprimenda de padre y señor nuestro y la condición de que no volviera a repetir el beso, por lo menos, en el interior del plantel.

Cuando se iban al mercado sur hacían vaca de a medio (moneditas de cinco centavos) para reunir el sucre, precio de un saquillo de mangos de chupar recién llegados de Daule. El saquillo a de haber contenido siquiera unos cien mangos, amarillos y dulcísimos, que los muchachos despachaban cómodamente sentados en el malecón y frente a la ría, en alegre jolgorio. A esta operación gastronómica se la denominaba “Ir a cascarear al río” porque las cascaras se arrojaban al agua y como era un material biodegradable, aquí no pasaba nada.

Otros mas avispados trepaban al cerro donde las ciruelas eran gratuitas y buenos atracones que se pegaban. Yo alcancé algo de eso. En 1949 me hice la pava con una docena de compañeros del Colegio Internacional del señor Joaquín Litz y nos largamos a mataperrear al Santa Ana que siempre tuvo abundantes “obos” y poco faltó para que nos diera un empacho, mas, al regresar cada expedicionario se encontró con su papá, que todos habían sido avisados del Colegio y gran tunda y repucheta. Esa “pava” trajo cola porque se necesitó rogar mucho para que nos vuelvan a aceptar en el plantel, el regreso a clases fue en calidad de héroes, nos preguntaban los detalles de la huida y nosotros los agrandamos tanto que a poco se popularizaron las pavas por grupitos de cuatro o cinco para que el siempre celoso Sr. Litz no lo notara.