Fue Alfredo Gangotena Fernández Salvador el mayor poeta ecuatoriano de los de su generación, aquel que enseñó a pensar en base de metáforas cuyos profundos y desconocidos significados aún no se vislumbran totalmente, el hombre que vivía aterrado en paróximos y sufrimientos, presintiendo la cercanía de un fin que por ser hemofílico avizoraba muy cercano y al que temía, por aquello de que en él todo fue absurdo. Un absurdo cruel e inacabable que sólo terminó con su ridícula muerte a manos de un diestro cirujano que le operó una apendicitis simple, aunque después se le complicó y terminó en peritonitis. En “El Ladrón” lo dijo: // ¡Crueldad, crueldad sin nombre, crueldad de mi pasión! / ¡Y el elixir de las llamas que se derraman en el seno de mi inquina¡ / El huracán de todas las lágrimas puede abatirse en mi desolación / el rumor del embrujo, el aliento y la decadencia dulce de las octavas. / Me vienen apuros como brisas contra todo infierno de condenación.
La sangre y la muerte, ir y venir hacia esos dos temas imponentes que tanto lo sacudieron, lo abismaron y causaron la mayor parte de sus horrores. En “A la sombra de las secoyas” su primero y único poema de estro americano, en donde ni siquiera se tomó la molestia de mencionarnos, de hablar de su Ecuador que sin embargo quizo, dice: //Escuchadme vosotros que atravesáis el solo e infinito desierto.
// Vosotros ya sombras, que chirriáis como las cerraduras orinecidas de la soledad / Vosotros como el polvo, los libros mágicos y los años en las urnas del silencio. / Y terminado este párrafo que es una hermosísima salutación, rompe la unidad psicológica con nuevas figuras metafóricas que solo se unen a lo primero, por la igualdad de tono, la altura de giros y quien lo creyera, por la diversidad de sustancia.
// Yo te imploro, mujer dulce y bien amada, / iOh reina más allá de los mares en las provincias de hojas y lagartijas. / Recuerda mi esposa, que no podré nombrarte en mi lento infortunio. / Porque me apesadumbro y la tristeza me vela eternamente la misericordia de tus manos. //
// Como en la seda oceánica de la onda y en el alcohol de las florestas verdes, / se escucha el coloquio de las panteras. //
// Vosotros en el asilo que os procuran los encantos de la vida. / Escuchad este drama de muerte que soflama en las minas de hulla. //
Pero su mayor brillo metafórico, su mejor evolución hacia los planos astrales, hacia las imprecaciones que dirigía a Dios para volver a caer en raptos místicos, los consiguió con inigualable belleza, como quizá ningún otro poeta de América los ha hecho aún, en su quinto Canto de “Ausencia”, bien entendido que a quien increpa, es a la tierra, que representa la creación y en fin de cuentas, al mismo Dios.
// Tierra, tierra tres veces maldita, / esta vez te comprendo animado de todo el odio de que serán capaces un día mis ojos. //
// Desde cuando se me ha hablado gazmoñamente de mi infortunio. / Desde esta hora, la más pesada y triste de todas las horas de mi sangre. / / Desde cuando. Tierra con tus árboles y guijarros, tierra maldita, con tus piedras y la lluvia / y las noches carnales que bañan largamente tus valles desiertos. // Desde esta súbita herida de abismo en mi cerebro. / Heme aquí, Tierra intratable, / heme aquí de regreso de los sueños / ¡Oh tierra, ya me anuncio a ti! / Y mi palabra vindicativa y cargada de la savia de la adormidera te mácula y te dice: / ¡Yo te aborrezco solemnemente! / El resto de mi vida. sorda y secreta, lo consagraré a cultivar metódicamente el rencor y el desprecio hacia todo lo viviente en tí…! //
De lo extractado se desprende que Alfredo Gangotena fue poeta elitista y severo hasta consigo mismo, que vivió un mundo apartado de la realidad de su tiempo, muy propio, cargado de secretas turbulencias psicológicas; fue un producto elaborado de la cultura francesa. Por ello no se sintió jamás unido a ninguna nacionalidad, no fue ciudadano de país alguno, fue un imprecador del mundo, de la tierra, de la sangre; un iconoclasta que leía periódicos en el interior de los cines de Quito alumbrado por una pequeña linterna de bolsillo; el patrón que se hacía cargar en andas cuando entraba a sus haciendas y que luego, humildemente congregaba a sus amigos y a los mayordomos, para leer poesías, para explicarlas. El que una noche y en hermosísima velada, leyó su comentario en poesía sincrética a un texto de filosofía, diciendo: Solo en Puembo, en este pueblo perdido en la montaña, puedo escribir cosas tan raras …
Y así discurrió su vida, solo y en medio de su alta geología, trazando surcos entre indios y montañas y sin tener con quien conversar y murió en 1944, sin que su producción escrita en francés: Orogenie, Absence, Nuit, fuera traducida al español, lo que sucedió muchísimos años después. Solamente su parvo poemario titulado “Tempestad Secreta” publicado cuatro años antes de su fallecimiento, fue escrito en español, pero la edición casi no circuló porque el poeta creyó que se trataba únicamente de “una desvergüenza” ¡Abridme! Llevo el ala fatigada. De arrecio tantos, de espumas y de celos…
Su tumba en Quito ni siquiera es visitada más que por familiares y amigos, si es que aún le quedan algunos. En escuelas y colegios nada se dice de él y nuestros queridos profesores de Literatura se hallan tan atareados con Olmedo y quizá hasta con Silva, que no han tenido tiempo para descubrir al gran Gangó, como lo tituló Jules Supervielle.