En el verano de 1924 el escultor Enrico Pacciani Fomari conoció en su estudio artístico de San Remo, en la costa norte de Italia, al propietario del diario El Telégrafo de Guayaquil, José Abel Castillo, quien deseaba la estatua funeraria de su hija Celeste Graciela fallecida en Guayaquil en 1921 a causa de una dolencia cardiaca, que hoy se hubiera podido tratar.
Pacciani aceptó el pedido y empezó el boceto que debía ser algo excepcional, digno de su producción y que poéticamente denominó como El beso del ángel, pues se compone de un ángel de facciones purísimas y con las alas desplegadas que, inclinado, sostiene con suma delicadeza el cuerpo grácil y yacente de una hermosa ragazza dormida, en cuya base debía leerse: “Vivió adorada, murió soñando”.
Estaba considerado uno de los más importantes escultores de Italia, no le faltaban pedidos y mantenía varias obras terminadas e inéditas: II baccio – el beso-, La vergogna — la vergüenza-, admirable estudio de una mujer. Trabajos de expresión como: La lágrima, El grito, El pensieroso, El odio – cuya copia tenía en su casa el gran poeta del amore Gabriele D’ Anunzio y otra había sido adquirida por un museo privado de París – Busto del Dante, etc.
En materia política admiraba la figura del Duce Mussolini, sin entrar en mayores detalles ni practicar el fascismo. Como todos los italianos de su tiempo conocía de memoria la letra y música del himno de la Giovinezza: (fragmento) // Giovinezza / Primavera di belleza / nel fascismo la salvezza / de la nostra libertá…//.
En marzo del 25 se embarcó con su esposa e hija en el vapor Napole y tras veintiocho días de travesía arribaron a Guayaquil. Venía a dirigir personalmente los trabajos de erección del monumento. Una crónica periodística de esos tiempos lo describe: “Modesto. Su ambición incolmada de bohemio andariego. Usa chambergo, lleva corbata de lazo, fuma en pipa y habla muy bajito, como si temiera herirnos con la voz. Es bajo de estatura, pero un poquito más alto que Luis Mideros. Tiene cabellera ondulada y fosca, aunque haciéndose gris a pesar de que recién acaba de pasar los treinta y cinco años (tenía treinta y nueve y ya estaba formado como escultor y gozaba de nombradía en su patria, al punto que había sido nombrado cabalieri del Regno d’ ltalia). Ha trabajado mucho en monumentos funerarios. Considera su arte como un apostolado, iniciación al misterio de la pura belleza, casi como una augusta revelación de la naturaleza, a la cual entrega su alma asaetada de grandes ideales”.
No parlaba el españolo, tuvo que aprenderlo y por eso no perdió jamás un fuerte acento italiano, distintivo principal de su personalidad. Se hospedó en casa de sus paisanos, los Segale, condueños de la fábrica La Universal, que lo acogieron con entusiasmo porque lo conocían desde San Remo. Su amigo Castillo le consiguió una cátedra en el Colegio Nacional Vicente Rocafuerte y allí conoció al pintor catalán José María Roura Oxandaberro, con quien hizo una profunda amistad. Desde entonces promovieron el arte en todas sus acepciones.
Ni bien llegado, la Sociedad de Fundadores de la Universidad de Guayaquil le dio un trabajo: realizar el busto del exrector Alejo Lascano Bahamonde, que Pacciani terminó en un tiempo que podía ser tomado como récord.
El 9 de octubre de 1926 inauguró con Roura la exposición de trabajos de pintura y escultura del Vicente Rocafuerte, en presencia del rector José Vicente Trujillo. A los pocos días asistió con su señora a la exposición del pintor quiteño Camilo Egas, de paso por Guayaquil.
El 5 de noviembre concurrió a la fiesta que en honor a los vencedores del Piave celebró la comunidad de padres Salesianos, casi todos de nacionalidad italiana. El 27 adquirió numerosos implementos para la Escuela de Bellas Artes del Rocafuerte y editó II Giornale di Italia, en la Imprenta Lealtad. La Sociedad de Beneficencia Garibaldi lo hizo su miembro y construyó en el cementerio el mausoleo de la familia de Claudio Camposano, en estilo “art déco” y suave matiz ceroso ambarino.
En mayo de 1928 donó una preciosa escultura denominada ¿Por qué se vive? para la fiesta de la Garibaldi y fundió en bronce un busto del Libertador Bolívar, serio, recogido en sus pensamientos y al mismo tiempo lleno de una serena grandeza,
“Y aunque llegó con el único propósito de ejecutar algunos monumentos para nuestro camposanto, como a tantos otros habitantes del viejo mundo lo subyugó el encanto del trópico, la libertad que se disfrutaba, la cordialidad de las gentes y se quedó para siempre en Guayaquil, querido por todos y admirado por la formidable labor artística que estaba cumpliendo”.