Leonidas Yerovi Douat (Lima 1881 – Lima 1917) era hijo del Dr. Agustín Leonidas Yerovi Orejuela, político y empresario ecuatoriano, y primer biógrafo de Juan Montavo, pero creció en el Perú sin la presencia paterna.
Desde pequeño, Leonidas poseía el don de la poesía festiva que le salía fácil y rauda. Cuando creció, cultivó la atracción a las mujeres y tuvo muchas; a principios de 1917 mantenía relaciones con la artista argentina de comedias Ángela Argüelles, inquilina en la pensión americana de la calle Espaderos y en la tarde del 15 de febrero llamó por teléfono a preguntar por ella. Contestó el arquitecto argentino Manuel José Sánchez, que se alojaba en el mismo lugar y por esa razón suscitaba los celos de Yerovi. Dijo que la artista había salido temprano y que aún no regresaba. Después de las ocho y media de la noche, Yerovi fue a la pensión americana y pensando que Sánchez le había negado intencionalmente a la Argüelles, se expresó a grandes voces y con soeces adjetivos contra “el que habló por teléfono”. Poco antes de las once de la noche, Sánchez – a quien acaso la Argüelles había reprochado por su pasividad ante los insultos que, si bien no lo mencionaron en persona, eran a él dirigidos – fue a la imprenta de la Prensa, en busca de Yerovi.
Este se hallaba en su oficina escribiendo unos versos para la edición de Carnaval. Ambos salieron a la calle. A pocos pasos de la puerta de la imprenta se detuvieron. Yerovi dio un trompón en la cara de Sánchez y al verse este ensangrentado montó en cólera, sacó un revólver y descargó cuatro tiros a la víctima. Acudieron amigos y transeúntes. El herido fue transportado a una botica, luego a la Asistencia Pública y a la Maison de Santé en camilla, a pie y por las calles, donde falleció esa misma noche. Solo tenía treinta y cinco años de edad.
Al día siguiente hubo concurso general de dolientes al cementerio y el gran poeta colónida Abraham Valdelomar, pronunció una sentida oración “que por su insólito acento poético produjo indignación y entusiasmo”. Nunca se había dado el caso de mayor división de criterios, ni ante ningún sepulcro de escritor se ha levantado, tan sin tardanza una tan apasionada controversia. Se lo colocó al lado de Caviedes, el gran satírico del siglo XVII y de Juan de Arona, el mayor del siglo XIX, pero tamizados los criterios después de los años transcurridos, se puede pensar que fue un joven con mala suerte, felicísimo versificador de rimas fáciles, ligeras y retozonas que solía improvisar en las mañanas y en cualquier esquina como en un salón principal. En síntesis, tan talentoso como su ilustre padre ecuatoriano.
Su última producción quedó inconclusa cuando fue llamado por Sánchez y tenía por título “Carnaval”. Fue publicada al día siguiente de su muerte con otra llamada “Mandolinata”.
Carnaval // Magdalena, ya no hay pena /, la alegría es general; / todo bulle, todo suena, / todo ríe, Magdalena; / ya ha empezado el carnaval, // Van echados los cristales / de los coches que atraviesan, / y en los altos barandales / serpentinas y rosales / los adornan y empavesan. //
Mandolinata: Fragmento. – //Oye la trova que roba / con su dulcísima coba / la calma de corazón, / descorre la celosía / y acoge, princesa mía, / los ecos de mi canción. // Soy el bardo decadente / de numen incandescente, / que ama sin saber a quien: / el de la japonería y ritmos y melodías / aprendidos a Rubén. // Tu seno es tibia almohada, / tu cintura una monada / tu cutis es de surhá: / Tu cuerpo un jarrón de Sévres / modelado por orfebres / amigos de tu papá. // Dos almendras son tus manos, / no hay pie, entre los pies enanos, / más menudos que tu pie / y, eres en fin, por tu belleza / por frescura y gentileza / un botón de rosa té. //