324. La Morfina Le Condujo Al Suicidio

Mas, lo que interesa es que fue un poeta genial, de nacimiento de soledades profundas. Hombre con cara de niño que vagó presuroso por encontrarse a sí mismo “¿Su impaciencia no lo permitió, su juventud le ofuscó!” Quizá si no hubiera muerto su padre, dejándole huérfano a muy temprana edad, lo habría podido guiar y aconsejar por la buena senda de la virtud, el saber y la vida.

 Su figura era un si es no tétrica porque vestía de negro y era magro y de carnes trigueñas. Poeta tallado en ébano se le ha dicho después, sin embargo, había algo en él que iluminaba su rostro, era su atractiva y subyugante simpatía, de charla fluida, sonora e impregnada de un dulce acento irónico, personalísimo, interrumpido a veces por el gracioso mohín de su fina y delicada boca de imberbe en que hacía sonrisa la más amarga paradoja o el pesimismo más lastimero.

Vivía solo, recogido en sí mismo, con su madre de única compañera, aunque no era su confidente; en medio de la vulgaridad y de la mediocridad del ambiente, en un barrio extramuro y cercano al cementerio donde su alma de artista se revelaba continuamente, por ello era inconsolable y se sentía incomprendido. A más de esto había fracasado con su novelita «María Jesús» que no agradó porque era campesina, eglógica y pertenecía al género rosa, propia de su juvenilia romántica y dulzona, carente de cimas o profundidades. A esto hay que agregar que no ganaba lo suficiente en «El Telégrafo Literario» donde lo explotaban con un sueldo de hambre, perdón, de periodista. No tenía ni siquiera un traje de etiqueta y estaba obligado a cubrir actos sociales en los que requería smoking. En cierta ocasión debió asistir al «Olmedo» al observar el ballet Cascanueces de la divina danzarina rusa Ana Pavlova, con uno prestado por su amigo Manuel Eduardo Castillo; que por supuesto no le armaba sobre su cuerpo juncal, enflaquecido por vigilias de lectura y de bohemia -¿o por la tuberculosis?- y el poco comer. Este préstamo debió caerle como una bofetada en vivo rostro y al verse al espejo, casi hecho un mamarracho, debió sufrir en lo más íntimo de su amor propio, dada su condición de sensible esteta.

Más, por sobre estos aspectos villanos y vulgares de su vida cabe resaltar su monomanía con la muerte – se creía predestinado para morir joven y aceptó que cuando antes fuere sería mejor.  Por ello los días se le tornaron grises, las jornadas pesadas y un desabrimiento general invadió su alucinado cerebro, adoptando como seudónimo el nombre de un personaje suicida “Jean D´Agreve”

I como confiaba a la pluma sus confidencias, anunció su partida en mayo de 1.918 a través de la revista «Patria» con su composición «El Viaje» Fragmento. // Sé que hay un negro país (¿dónde?) al que iré algún día. / Las estrellas desveladas me oyeron preguntar ¿Cuándo? / Pero bien sé que nadie sobre la negra tierra, podrá decírmelo …// La mensajera vendrá por mí, a cierta hora. / ¿Quién eres? preguntará mi corazón. / Ella, cubierta la faz por negros tules, nada responderá. / Silenciosamente ha de sentarse en mi barca; tomará el gobernalle … y partiremos //

Allí mencionó dos veces el color negro síntoma de una obsesión que le iría en aumento y que fue tónica generalizada entre los poetas modernistas de su tiempo. Noboa y Caamaño a quien el suicidio también llamó varias veces a sus puertas, pero no contestó por razones de índole religiosa, es autor del verso titulado: «El Viajero y la sombra», que dice así: Fragmento. // A los que hemos mirado / -en una noche horrenda/a nuestra cabecera / la faz de la ignorada / puesto que comprendimos, / se nos cayó la venda / y tenemos la conciencia de la sonrisa helada. //

Para Agosto de ese año 18 empeoró y le dio por reiterar su deseo de morir y aun más, aclaró que lo hacía antes que la locura se apoderara de su enfermizo organismo – porque él intuía – que lo cubriría de sombras. Veía la muerte hasta en el rostro del ser amado, primero como imagen repentina, luego corno un delirio persecutorio. Era un vagaroso malestar que se  iba insinuando y acentuando con el paso de los días, brevemente al comienzo y luego a todas horas. Mas él no se defendía y aceptaba su trágico sino hasta con cierta alegría y delectación, corno si paladeara la muerte a hurtadillas y le gustara su sabor. Morosamente se aprestaba al viaje y para ello vestía siempre de negro, todo era de ese color, hasta la cinta «olmediana» de sus impertinentes y que sujetaba a su camisa pulquérrima y blanquísima.

Figura rara la del poeta, joven prematuramente envejecido a causa del negro de su envoltura, de su genialidad indiscutible y de la miseria del medio en que vivía. ¿Y qué decir de la incomprensión de la ciudad, de sus patronos y hasta de los críticos nacionales que seguían aplaudiendo las quejas bequerianas y las poesías marianas de nuestros anticuados y pedestres poetas decimonónicos?

Finalmente queda por decir que las ampollas de veronal (morfina) aumentaron su tristeza, su melancolía y crearon el ambiente propicio para el suicidio, sin motivo real alguno, solo porque si.