«Carlo Concha e mi papá
bajao de lo infinito;
si Carlo Concha se muere
el negro queda solito …
(canción de Esmeraldas)
El 24 de Septiembre de 1913, como a las tres de la mañana, un grupo de ciento cincuenta civiles al mando del Coronel Carlos Concha Torres portando filudos machetes collins asaltó el cuartel de policía de Esmeraldas, apoderándose del armamento existente: sesenta fusiles y sus respectivas municiones.
En seguida se dirigieron al Cuartel de la Compañía Independiente del Batallón de Infantería No. 6 llamado El Manabí, trabándose una sangrienta y prolongada lucha cuerpo a cuerpo con las tropas del Comandante Manuel M. Veintimilla que cayó herido de muerte y de no haber sido por la pronta y eficaz ayuda que recibieron los constitucionales, de los marinos del crucero de guerra Cotopaxi (1) mal les hubiera ido, porque la ferocidad de los conchistas los hacía temibles en la noche viéndose únicamente el mortífero fulgor plateado de las hojas de acero, que caían vertiginosas cortando cabezas, brazos y en fin, toda carne que se hallara al paso. Esa madrugada fueron rechazados, mas la lucha continuó por las selvas circundantes.
(1) El Cotopaxi estaba fondeado en el sitio de Palmar, ubicado en la boca del Río Esmeraldas.
LA REVOLUCION POR DENTRO
Tres años de duros combates entre ecuatorianos negros y ecuatorianos serranos. En síntesis, esa fue la revolución de Esmeraldas. Los primeros combatían por mística, demostrando una rara y peregrina adoración hacía el caudillo que licenciaba a las tropas y las volvía a colocar después, a medida que las circunstancias de la guerra de guerrillas lo exigia. Lástima grande que el movimiento no prendió en Manabí, circunscribiéndose el campo de operaciones únicamente a Esmeraldas. En Guayaquil el conchismo fue combatido con gran sagacidad por Enrique Baquerizo Moreno, que no dejó que prendiera la mecha de la insurrección a pesar de los esfuerzos de muchos porteños.
Varios ejércitos envió el General Leonidas Plaza, Presidente de la República, contra las fuerzas conchistas y siempre mordió el polvo de la derrota; siendo famosos los combates en el Guayabo, Camarones, La Propicia y Esmeraldas. Sobre todo en Camarones, donde la victoria de Concha fue completa; allí si que perdieron los llamados Constitucionalistas como se les conocía en Esmeraldas a los que hacían armas por el gobierno. Pero vino el día de la revancha y después del malhadado combate de Río Verde las tropas nuevas, formadas por jóvenes esmeraldeños adictos al gobierno, cercaron a Carlos Concha en la vieja casa familiar de la Hacienda San José donde soportaba un agudo ataque de disentería amebiana que por poco lo llevó a la tumba.
LA CAPTURA
Fueron cien los gobiernistas que se lanzaron a tomar la casa que había pertenecido a sus antepasados. En cambio, su guardia personal, compuesta de nobles camaradas de armas, casi todos negros, sólo llegaba a una veintena. Eran las cuatro de la mañana cuando se trabaron en lucha cuerpo a cuerpo. No quedó un solo miembro de la odiada guardia del caudillo. Todos murieron.
-¡Que no se escape el desgraciado!
-Véanlo, allí está parado como un muerto el miserable!
-¡Si ha sido un flacuchento! -Risas.
-Y yo que lo creía un hombronazo! – Dijo uno de los oficiales serranos, desilusionado.
El jefe vencido oía las imprecaciones e insultos como si fueran para otra persona. Veía a aquellos seres parados en el umbral con sus feroces rostros. Dos oficiales le encañonaron con sus revólveres. Los soldados con sus machetes todavía sangrantes, manchaban el piso de fina y lustrosa madera. Oía que su mujer y sus hijos trataban de forzar la puerta del dormitorio, que él había cerrado por fuera. Ábrenos Carlos, por Dios! ¡Abre la puerta!
PRISIÓN Y MUERTE
No, en esa fecha no murió; se salvó milagrosamente de las manos de sus capturadores porque se le ocurrió en el momento preciso en que estaban sobre él, con las armas en alto para victimarlo, pedir un cigarrillo al Capitán Vinicio Reyes, antiguo conocido suyo en Esmeraldas, quien inmediatamente lo complació, aflojándose la tensión emocional del instante.
Pero después lo llevaron a caballo hacia la capital. En el camino iban rompiendo uno por uno todos y cada uno de los libros de su biblioteca adquirida años atrás en París, compuesta de escogidas obras en español, francés, inglés y alemán, idiomas que dominaba ampliamente por haber vivido en esos países durante su juventud.
En el Panóptico de Quito permaneció incomunicado hasta que asciende al poder el doctor Alfredo Baquerizo Moreno, que ordenó su libertad. Muchos meses han transcurrido. Ya no es el glorioso caudillo de una revolución en marcha, sino un desmedrado ciudadano que sufre atroces dolores intestinales y fiebres intermitentes de origen tuberculoso. Sus propiedades agrícolas así como las de sus hermanos y demás familiares han sido embargadas por el gobierno y llevadas al remate la mayor parte de ellas para cancelar deudas originadas en la revolución. Los semovientes – que ascendían a muchos miles – han sido sacrificados para alimentar al ejército placista y hasta los útiles de labranza han desaparecido en manos de los triunfadores.
Nada queda del haber familiar formado por dieciocho haciendas que cubrían casi cien kilómetros por el río Esmeraldas hasta las primeras estribaciones de la Cordillera occidental formado por años de esfuerzo y tesón constructivo por su padre Uladislao Concha Piedrahita, comerciante, exportador y Vice Cónsul de Nueva Granada en Esmeraldas; ni de la herencia de su abuelo materno Xavier Torres Bethancourt, oriundo de Quito, patriota de los años nueve y propietario de un trapiche en la Hacienda San José.
En política la derrota nunca paga. Ha fracasado en la defensa de un ideal, vengar la trágica muerte del General Alfaro y sus tenientes.
RASGOS BIOGRAFICOS
Carlos Concha es una de las más interesantes figuras de la historia ecuatoriana, forma parte del folklore costeño y en alas de la leyenda su nombre resuena con características de héroe.
Hombre culto, valiente y aguerrido, hizo su revolución porque la creyó justa, protestando por un crimen múltiple, por la traición de un pacto de honor firmado en Duran antes de la entrada a Guayaquil y por los asesinatos de Montero y Andrade. Concha no fue un advenedizo en política y mucho menos un aprovechador de circunstancias. Cuando tuvo que gastar en armas para la revolución lo hizo con dinero propio y sin pedirle a nadie, para eso era millonario y pobre quedó a la postre porque no dilapidó los fondos públicos de la Provincia de Esmeraldas a pesar que fue dueño y señor de ella desde 1.913 al 14.
Sobre su persona casi nada se conoce. De sus rasgos físicos se sabe que era más bien bajo que alto, delgado, fibroso, musculado, muy nervioso; numerosas venas azuladas le cruzaban el rostro, su piel era blanca, su cabello negro y usaba un fino bigote. Fumaba mucho, nunca bebía y tenía unos ojos negros que lanzaban chispas.
Nacido en la casa de la hacienda San José, situada a sólo dos horas de la ciudad de Esmeraldas, cerca de la antigua capital, la colonial San Mateo; muy joven residió en Guayaquil acompañando a su madre y hermanos. La primaria la realizó en el puerto, la secundaria en Estados Unidos y también los primeros años de medicina, abandonando esa carrera por falta de vocación.
Pasó a Europa y viajó por Francia, Inglaterra y Alemania; allí estudió odontología. Triunfante la revolución liberal de 1.895 fue electo Diputado a la Asamblea Nacional Constituyente, actuando en Guayaquil y luego en Quito hasta el 97, como representante de Azuay asistió y obtuvo numerosos triunfos parlamentarios dejando bien cimentada su fama de hombre docto. Viajó a París designado en 1.906 por el gobierno del General Alfaro, para ocupar las funciones de Cónsul General del Ecuador en dicha ciudad. A su regreso ocurrió el asesinato de los Alfaro y luego de numerosos episodios revolucionarios y hasta un juicio y prisión en Quito, fue liberado, pasó a Guayaquil, tomó el primer velero que partió a Esmeraldas, se internó en sus propiedades agrícolas tramando la revolución y en la madrugada del día 24 de Septiembre del año siguiente de 1.913 día en que la población de Esmeraldas se aprestaba a celebrar los festejos en honor a la Virgen de las Mercedes, asaltó el Cuartel, dando inicio a la más larga, sangrienta y heroica revolución que ha estallado en el país y de no haber sido por los catorce millones de sucres que el Banco Comercial y grícola y su Gerente Francisco Urbina Jado invirtió en fomentar económicamente a la administración del General Plaza (como el propio Urbina lo confesó arrepentido en 1.925 en Valparaíso, al Cónsul ecuatoriano, Jorge Concha Enríquez) otra hubiera sido la historia del País, porque Plaza sin fondos para enfrentarse con éxito a la revolución y aplastado por su impopularidad hubiera tenido que declinar el mando y abandonar el país, adelantándose en mucho la revolución que recién estalló en Julio de 1.925 y que terminó con los regímenes constitucionales de tinte placista que se venían sucediendo a base del fraude electoral.
VIDA FAMILIAR
Entre las anécdotas que he oído relatar acerca de su persona hay unas muy graciosas y paso a referirlas: Una sobrina de él llamada Clemencia Concha Montaño, hija de José María Concha Torres, sufría porque los dientes de leche no le mudaban y en cambio le habían salido algunos de los de la segunda dentición, detrás de los primeros, lo que le ocasionaba fiebres continuas y un enorme perjuicio a su salud. Al ser requerida para que se dejara extraer las piezas infantiles, la muy viva solía contestar para salir del paso.
– Bueno, pero que lo haga mi tío Carlos, que es dentista.
Sabiendo que así salvaba la situación porque el tío Concha vivía de Cónsul en París. Pero un buen día y con gran sorpresa de todos, el tío dentista apareció en la casa ¡Había regresado!
Aquí ardió Troya porque la abuela de la niña, acordándose de su pedido, solicitó al recién llegado que procediera de inmediato a realizar las extracciones del caso y sin anestesia, porque ese invento no era recomendado para menores de edad.
El doctor Concha mandó a prestar algunos instrumentos al doctor Pazmiño (padre de la familia Pazmiño Icaza de esta ciudad) en una atenta esquela, y recibido el envío hizo que la servidumbre apresara a la rebelde paciente y en un santiamén y en menos de lo que se persigna un cura ñato, la dejó sin un diente de leche. Creo que le sacó unos seis o siete de golpe. La pobre víctima sólo atinó a decir – Sáqueme de la boca sus dedos sucios de tabaco.
En otra ocasión y estando en Esmeraldas llegó a la hacienda La Propicia Victorita Balanzátegui Torres muy adolorida, con una muela que le venía molestando desde hacía días. Doña Delfina Torres viuda de Concha, que era mujer templada, de esas que atacan el mal donde lo encuentran, le dijo:
– De esta no te escapas, hace tiempo que debiste dejar de padecer y llamando al hijo le ordenó «Sácale inmediatamente la muela».
La pobre pariente se puso pálida, porque era exageradamente nerviosa y empezó a correr, pero todas las mujeres de la casa corrieron tras ella y al fin, no sin trabajo, la trincaron en el suelo. El dentista familiar extrajo la pieza de un tirón, pero sacó una muela sana por equivocación, teniendo a continuación que extraer la debida, con doble padecimiento de la miedosa paciente.
En otra ocasión y asimismo en la casa de la hacienda La Propicia cayó de visita un Canónigo ibarreño que iba de paso a Europa y se alojó por varios días mientras esperaba la llegada del buque que mensualmente tocaba en el puerto de Esmeraldas con destino a Panamá.
Una tarde dormía plácidamente el buen sacerdote en una hamaca, circunstancia que aprovechó Carlos Concha para impregnarle los hoyos de la nariz con un palito previamente ensuciado con pequeñas cantidades de excremento de animal. Al despertarse el Canónigo notó que algo olía mal en el ambiente, pero hombre educado como era no dijo absolutamente nada, poniendo las caras más chistosas del caso por espacio de dos y tres días hasta que se le fue el olfato o la pestilencia. Por supuesto que en la familia nadie sabía nada y todos estaban muy extrañados de la situación, creyendo que el convidado estaba trastornado del cerebro.
La broma se originó en una frase expresada en un momento de añoranza cuando dizque manifestó que en Esmeraldas nada olía como en la Sierra, donde los aromas suben de la tierra al cielo, deparando felicidad.
También se cuenta que el mismo Canónigo – que de paso era muy buen amigo de Concha – llegado el momento de abandonar la hacienda para tomar el barco, fue ayudado a montar en una mula domesticada que solía regresar a la casa cuando oía un silbido especial. Ya estaba casi perdido en lontananza nuestro buen sacerdote cuando el bromista silbó, regresando el dócil animal a la puerta de donde había partido, a pesar que el jinete rabiaba y vociferaba contra la mula por no poderla gobernar. Así se repitió el caso dos veces más, dándose al fin por vencido el Canónigo y teniendo que irse a pie en castigo por haber hablado mal de la región, comparándola en desventaja con Ibarra.
Igual cosa sucedió años después; era la época en que aún no existía el ferrocarril a Quito y para viajar a la capital era necesario hacerlo en grupo, evitándose el peligro de un posible asalto en el camino. Concha se ofreció a conseguir acompañante a un viajero y efectivamente lo hizo, no sin antes manifestar en privado a ambos, que el otro era sordo y que tenía que hablarle a gritos durante el trayecto para que pudieran oírse mutuamente.
Llegado el momento los caballeros fueron presentados y partieron desde Duran, Concha los acompañó dos o tres kilómetros a caballo y siempre gritándoles porque ambos se creían sordos. Se cuenta que fue en Ambato cuando se dieron cuenta del engaño porque estaban tan roncos de gritar que ya no podían. Habían conversado a gritos más de quince días ¡Pobres viajeros!
Así era Carlos Concha, el caudillo de la revolución liberal de Esmeraldas, jovial, sencillo y dicharachero ¡Todo un carácter!