296. El Famoso Tuerto Calle

Escribo este artículo a petición de un amigo mío al que le gustan las anécdotas y como cree que yo conozco algunas, vive atosigándome para que las cuente. De Manuel J. Calle se refiere que nació una Navidad en casa de Dña. Teresa Pesantes Vda. de Calle, bastante feúcho y algo esmirriado y hasta se temió al principio por su vida, pero los afanes de su madre, que no los del padre, de apellido Aguilar, que era morlaco, abogado, doctor y vivía en Gualaceo, le salvaron la existencia. Años después y ya de hombre -0cuando las alas de la fama le habían abierto las columnas de los diarios –  el tal doctor Aguilar quiso reconocerlo pero Calle reaccionó y dijo: “¡Ah! ¿Sí? ¿Ahora? ¡Ahora que yo soy un hombre! ¡Ahora que valgo por mí mismo! Ahora que ya no necesito de su protección, peor de su apellido” y todo quedó en nada porque jamás se unieron ni siquiera para conocerse.

Lo de tuerto se lo pusieron sus compañeros de escuela más como mote cariñoso que por otra razón. Calle tenía un párpado caído, lo tuvo toda su vida, se reía del apodo y jamás hizo caso de él.

De muchacho pasó a estudiar con los jesuitas y alguna vez un dómine le informó que tenía unos pícaros libros condenados a cárcel perpetua bajo reja de hierro y candado de combinación porque eran peligrosísimos y habían transformado a un buen seminarista en un feroz ateo y masón. Se refería a Abelardo Moncayo que salió del convento y se hizo librepensador, llegando incluso a figurar en el asesinato de García Moreno en 1875.

Esta información despertó la curiosidad del estudiante Calle y cada vez que pasaba por la biblioteca se relamía mentalmente al ver dichos libros, a los que pensaba darles un atracón en la primera oportunidad que se le presentase. Este fue el principio de su liberalismo, como lo recordaría en uno de sus escritos.

Quien le enseñó a escribir bien fue José Peralta, algo mayorcito que Calle, que lo tomó como ayudante y escribían en 1888, para sacar “La Libertad”, periódico de oposición lugareña que abrió numerosas brechas. Por entonces Calle anduvo escondido del Gobernador que desató una prolongada persecución en su contra y también estuvo de picos pardos detrás de una hermosa cuencana, que no aceptó sus requiebros. De esta primera escaramuza sentimental salió el argumento de su novela “Carlota”, la única que se le conoce y que publicara años después. Como novelista Calle fue poca cosa y “Carlota” nunca vio segundas ediciones.

Posteriormente viajó a Guayaquil perseguido por algunos comarcanos que no olvidaban fácilmente las burlas con las cuales los había ridiculizado. Vino pobre y con una prensa de mano, dos cajas de tipos de madera y todo ello envuelto en una estera. Venía con poco si consideramos su valor aparente, pero bajo esa mirada profunda, hundida, que avisaba un futuro tuberculoso, se escondía una de las mentalidades más lúcidas de la República. De entonces fue la amistad y protección que le brindó generosamente el Coronel Belisario Torres propietario del Diario de Avisos y luego vino el 5 de Junio y el triunfo del liberalismo. Calle viajó a Quito, progresó económicamente, contrajo matrimonio con una mujer joven, rica y bella, a la que conquistó con su hombría y talento y pudo escribir todo cuanto quiso; pero junto a estos triunfos floreció también su bohemia, no la burda bohemia del borracho cualquiera sino aquélla que sólo se produce en los hombres de educación, la bohemia fina y chispeante, de conversación amena, de intercambio de ideas y pensamientos elevados.

Una ocasión Calle quedó sin dinero y mandó a pedirle plata al Presidente Alfaro para seguir brindando con sus amigos. Alfaro inmediatamente le mandó el dinero. Estos eran buenos tiempos cuando ambos congeniaban y Calle servía al régimen con su pluma. Después se distanciaron y hasta llegaron a odiarse, pero eso fue después de la Revolución del General Emilio María Terán el l. de Enero de 1906 y entonces Calle se desquitó de todos con su famoso libro “Hombres de la Revuelta”, donde no quedó títere con cabeza, porque a los que no acabó dejó tan mal parados, que sus elogios han sido tomados como sátiras sangrientas, modelo de burla.

Después de 1912 Calle fue el primer periodista del país y sus escritos eran esperados y temidos. Se le obsequió una pluma de oro y se dijo que con Nicolás Augusto González y José Antonio Campos formaban la trilogía mayor de la prensa ecuatoriana. Miguel Valverde ya se había retirado a su destino consular en Estocolmo. Años después murió Calle consumido por la tuberculosis, en señorial pobreza y admirado por propios y extraños, siendo el mayor periodista que ha producido el país.