295. El Parque Seminario

Alrededor del Parque Seminario vive Guayaquil su tráfico agitado y caliente de ciudad tropical, pero en su interior todo es calma y pareciera que el paso del tiempo se hubiera detenido en un ambiente victoriano propio de fines del siglo antepasado. He allí el encanto del parque y por ello numerosas personas lo prefieren y van a sentarse en sus banquitos de hierro forjado, oyendo el lejano ruido de los carros, muy amainado por las altas copas de los ficus, el trino de uno que otro pajarito, el verdor de nuestro paisaje inmediato y la existencia desde hace pocos años de unas pacíficas e inofensivas iguanas.

Pero como no hay dicha perfecta, este sitio de remanso y de recuerdo a veces ha sufrido el embate de los malos guayaquileños que no pueden ver con buenos ojos que en nuestra «ciudad fenicia» exista algo con tradición y así pues, en nombre del progreso, lo han comenzado a cambiar. Primero fue un Alcalde que hizo construir un feísimo urinario, moderno, justamente frente al Jabalí, copia del famoso Porcerino que existe en Italia. Luego otro Alcalde mañoso tomó la pequeña escultura de bronce de La Samaritana y se la llevó a arreglar. Fue necesario que Monserrat Maspons protestara por periódico para que La Samaritana regrese a su sitio en la gruta de la Virgen y sobre la pequeña alberca donde antes vivían numerosos pececitos que eran la alegría de la muchacha de los años 1.940 al 60.

Recuerdo que en el parque Seminario se realizaban bellísimas kermeses organizadas por El Ajuar del Niño y por su presidenta Carlota Reimberg de Maulme. Me han contado que antes habíanse sucedido las kermeses bailables del Belén del Huérfano y de su presidenta. Ana Darquea de Sáenz de Tejada y que entonces se bailaba al son de alguna banda de música de las primeras que hubo por los años 30. No eran menos añoradas las retretas que los sábados, domingos y días de fiesta se brindaban por parte de las diferentes bandas de los batallones de la ciudad. Era famosa la del batallón de Artillería que estuvo en 9 de octubre y Boyacá y cuyo edificio se quemó ese año durante el Incendio Grande. Y así por el estilo podríamos seguir enumerando los servicios que a Guayaquil y a su pueblo el parque Seminario ha venido prestando en sus cien y más años de vida y nos quedaríamos cortos. Recuerdo haber leído de Manuel Gallegos Naranjo que en el parque se hacían los repartos de juguetes y caramelos que el comercio de la ciudad acostumbraba realizar cada 25 de diciembre en honor a la niñez desvalida del puerto. Oportunidad en que se instalaban puestos de comida y bebida para alegrar el paladar de los curiosos y entonces era de ver los deliciosos pasteles de chancho,  plato típico de esa festividad, por lo menos hasta bien entrado el presente siglo, que todo ha cambiado en nuestra urbe, pero yo todavía alcancé a conocer en mi juvenilia las carretillas llenas de panes de pascua con banderitas de Guayaquil, que circulaban para las fiestas patrias y para las navidades y años nuevos.

EL ESTILO DEL PARQUE

Hace muchos años Paulette Everard de Rendón, mujer culta, ilustrada y con alma de artista, me refería con melancolía que cuando ella arribó a Guayaquil en 1.936 con su esposo Manuel Rendón Seminario, para acompañar a sus suegros que estaban viejos, solos y enfermos. Guayaquil era una ciudad muy hermosa, uniforme, con sus edificios de madera de uno y dos pisos, casi todos nuevos y en buen estado, con avenidas de árboles como la Olmedo y Rocafuerte, con un malecón agraciado y fresco igualmente arborizado, con parques decimonónicos como el Montalvo y el Seminario (en cuyo frente el Dr. Víctor Manuel Rendón Pérez y su esposa María Seminario Marticorena habían levantado un bellísimo edificio de estilo neoclásico que aún subsiste) Sin embargo Paulette anotaba en 1.970 que ese Guayaquil había desaparecido por la vetustez de las casas de madera que se habían hecho insalubres e incómodas y feas en su aspecto exterior,  así como por la amalgama informe de edificios de cemento armado y otros de construcción mixta que respondían a diferentes estilos arquitectónicos con alturas disímiles, colorines escandalosos y en fin, nos habíamos convertido en un mare magnum de cemento, donde se vive en departamentos pequeños, incómodos y calurosos y de paso, de prisa y mal.

Pocos eran los sitios que por entonces aún conservaban el sabor a lo antiguo y después han seguido disminuyendo. A la histórica Planchada que el Municipio de 1.909 al conmemorarse el Centenario del grito del 10 de agosto mandó a refaccionar,sele ha construido nuevas almenas y hubo Alcalde que le mandó a colocar unas piedras decorativas, laqueadas que brillaban a la luz del sol. El parque Montalvo fue destruido con el cuento que era remodelado para beneficiar el tránsito  y se perdió hasta su verja francesa, que era muy hermosa. ¿Adonde habrá ido a parar dicha verja? La base de la estatua de Bolívar y San Martín fue despojada de sus planchas de mármol blanco de Carrara y ahora presentan unos feísimos adoquines de marmolina amarilla, más propios para figurar en un cuarto de baño de algún nuevo rico que en tan histórico sitial. Lo mismo se hizo con las bases de los grupos escultóricos del parque del Centenario y así por el estilo (1)

Nuestra Municipalidad no ha respetado la estética de Guayaquil ni ha considerado que la pátina de color verde de los bronces se debe conservar porque representa la oxidación del bronce antiguo, el paso del tiempo, la tradición, la belleza del recuerdo, la remembranza de otras épocas y otros personajes. Y así por el estilo se permitió en 1.970 que un pintor quiteño, el infaltable comerciante del arte Oswaldo Guayasamín, sin concurso ni opositores porque todo se hizo entre gallos y medias noches –  nos metiera un monumento repentista, feo y hasta absurdo con fondo de montañas, para recordar la gesta octubrina en su primer sesquicentenario. Allí está ese mamarracho para afrenta de Guayaquil y de quienes no protestamos a tiempo contra esa «guayasaminada», una más de la larga lista de audaces logros conque dicho pintor nos ha perjudicado a los guayaquileños. Y si no me creen, observen no más el «Paraninfo Universitario» que era un conjunto armonioso, decorado al gusto y estilo europeo que se ha dado en llamar «neoclásico» y que ahora ostenta un mural de Guayasamín, que choca y disuena, introducido a la fuerza, a base de romper el conjunto, el todo. Excepto el Bolívar que está muy bien logrado, las demás figuras de los paneles valen muy poco, son simples rellenos. Para colmos, el techo decorado con una pintura clásica sobre fondo celeste, ha sido retocado con pintura azul. I qué de la cúpula del edificio del Centro Cívico que nunca pudo ser inaugurada porque filtraba y por eso el edificio se mantuvo cerrado casi veinte años, siendo reconstruido casi a la fuerza y con ingentes sumas de dinero.

(1) La administración del Ing. León Febres Cordero repuso el mármol blanco de Carrara.