Las estrechas calles de Guayaquil recordaban durante el siglo XIX a las viejas sendas españolas del medioevo. ¡Tal nuestro ancestro! Pero después del Incendio Grande ocurrido entre el 5 y 6 de Octubre de 1.896 nuestras avenidas cambiaron de rostro y se ampliaron considerablemente en detrimento de la antigua y bonachona fisonomía que desapareció para dar paso al progreso en el siglo XX.
Entonces Guayaquil era una ciudad pequeña donde la gente “decente” hablaba francés y comía pan para diferenciarse del vulgo que consumía plátanos fritos o asados y se distraía por las noches en los patios traseros al son de tambores y batiendo las palmas de las manos. Todo contraste era posible porque el puerto es producto de varias culturas mezcladas con discordancia. Veamos algunas cosas de antaño.
OCHO DIAS DE CEREMONIAS POST MORTEM
Esta costumbre aún se practica en Manabí y dejó de usarse en Guayaquil hace unos 60 años. Resultaba que al morir un familiar sus allegados se reunían durante ocho noches seguidas a rezar el rosario en comunidad, lo que no tiene nada de malo, a no ser que después del rezo y solo por aquello de que se está en confianza, menudeaban los tragos y el recuerdo del deudo desaparecía hasta que las primeras luces del alba señalaban la obligación de trabajar.
También era usual que durante esos días los vecinos y amigos más cercanos enviaran bandejas de confites y golosinas a la casa donde había ocurrido el deceso, ya que era tanta la pena de los deudos que se suponía que ni siquiera tenían deseos de preparar alimentos y se suplía tal necesidad con riquísimos confites, ocasionándoles más de una indigestión a causa del atiborramiento de dulces y pasteles.
SEMANA SANTA EN LOS PUEBLOS
Durante la Semana Santa en Vinces y hasta hace 50 años se escogía a los más distinguidos ancianos del pueblo para disfrazarlos de Santos Varones el día jueves. En esta ocasión los viejitos salían vestidos con largas túnicas blancas y delante del vecindario ayudaban al sacerdote en una considerable cantidad de ceremonias, tomándose como alto honor el ejercicio de este ministerio.
El Viernes Santo se conmemoraba en Daule con una representación escénica de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, en el interior del templo y con vecinos escogidos. La iglesia se repletaba de curiosos y personas místicas que sufrían, clamaban y gritaban al contemplar cómo se escarnecía al Salvador y se le hacía padecer dolores sin cuento
Un viejo de la región me informó que allá por 1.927 se celebró la última representación escogiéndose a un rudo mocetón de veinte años para que hiciera de Cristo, por aquello de que tenía que estar más de una hora colgado en una gran cruz de madera, mientras los demás actores declamaban sus papeles al pie del altar. Para María Magdalena se eligió una belleza criolla, de turgentes carnes y larga cabellera, la mejor y más bella de Daule, y para mal de sus pecados la colocaron bajo la cruz donde ya estaba colgado el Cristo, enteramente desnudo, a no ser por un grueso pliego de papel pintado que le amarraba desde la cintura hasta las rodillas simulando vestiduras romanas.
Indica la crónica del lugar que en pleno discurso de la Magdalena se oyó un ruido sospechoso y al mismo tiempo el mozo amarrado gritó: Saquen a la Magdalena que se me rompe el papel. I para qué contar el resto, pues es de suponer que la función terminó en medio de varoniles carcajadas y risitas nerviosas de las espectadoras.
LAS BEBIDAS FRIAS
Hasta que la Cervecería Nacional instaló sus máquinas para fabricar hielo hacia 1.900, se conocían en Guayaquil las pequeñas marquetas que producía la empresa Monteverdi, propiedad de José Monteverde Romero desde 1.880 aproximadamente. En la Colonia era costumbre que los guayaquileños pagaran a peso de oro la nieve que a lomo de borricos nos traían desde las faldas del Chimborazo o del exterior.
Los médicos la recetaban como única forma de combatir cierta clase de fiebres eruptivas o infecciosas, ya sea para aplacar la sed, enfriar el baño o reducir zonas aporreadas. Durante las epidemias de tifoidea y fiebre amarilla se llegaba pagar hasta un peso por cada barrilito.
PLANTAS Y ANIMALES MEDICINALES
Durante la Colonia la medicina estaba en pañales y no era raro que los botánicos o herbolarios recetaran a base de plantas y animales. Las lisas se aconsejaban para los que sufrían del hígado, aunque en pequeñas dosis, porque siendo un pez de los llamados grasosos le atribuían la propiedad de provocar intensa efusión de bilis.
La mandrágora por sus formas y desde muy antigua data se recetó en Guayaquil atribuyéndole efectos afrodisíacos, que se ha comprobado que son inexistentes. Apuleyo Platónico, el gran médico de la antigüedad, aconsejó que el tronco de mandrágora debía ser arrancado sin mano del hombre y solo por acción de un perro que, amarrado a él, sería llamado en horas de la mañana, cuando más hambre tienen los caninos, con comida puesta fuera de su alcance. De esta singular manera el perro forzaba la cadena y desarraigaba la planta. Es de imaginar cuántos trabajos habrán pasado nuestros lejanos abuelos para usarla.
La leche de vaca daba a los enfermos de tuberculosis, mejorada con frutas frescas; pero, para los casos febriles con complicaciones en la piel o estómago se desechaba por ser de difícil digestión, así como la mantequilla y la cuajada.
Los atletas debían comer corazón de animales lactantes por ser los más frescos. El vinagre era de mucha utilidad en los casos de piorrea u otras infecciones en las encías. A los niños se les recetaba miel de abeja como alimento útil al crecimiento y de fácil digestión. El agua de pétalos de rosas era el mejor purgante de esas épocas, así como la infusión de pepas de tamarindo. Papaya para los que padecían úlceras estomacales y yerba buena para los nerviosos.
En fin, la medicina en el Guayas comenzó con la Independencia cuando llegaron a nuestras riberas numerosos discípulos de Galeno que desterraron antiguas costumbres de recetar plantas y animales para todo tipo de enfermedad.
HOSPITALES E HIGIENE EN EL PUERTO
El Hospital guayaquileño es más antiguo que el de San Juan de Dios en Quito, se fundó por orden del Licenciado Hernando de Santillán, primer Presidente de la Audiencia cuando arribó a Guayaquil procedente de Panamá y de paso a la Sierra. Su primer edificio fue una ramada de caña y techo de hojas trenzadas de bijao y estaba ubiado en la parte más alta del cerro, que por venteada tenía el mejor aire de la ciudad. Por los continuos incendios lo cambiaron tres o cuatro veces de lugar hasta que en 1.753 dejó de ser administrado por el Cabildo pasando a los religiosos de la orden de San Juan de Dios.
En 1.797 el Hospital ocupaba la manzana que actualmente comprenden las calles Malecón, Pichincha, Elizalde, Illingworth; pero en la noche del 4 de febrero de 1.804 un violento incendio terminó con su bello edificio de madera con salas independientes para mujeres y hombres, botica, bodegas y convento. Todo se acabó en pocos momentos.
Hacia 1.816 aparece reconstruido en su antiguo asiento y con el nombre de Convento Hospital de Santa Catalina Virgen y Mártir. Por el lado del Malecón tenían locales para tiendas que se alquilaban a comerciantes del puerto. La esquinera de Elizalde y Malecón era la de mayor extensión y tenía en funcionamiento una mesa de billar importada de España, la primera que existió en estos territorios y era la admiración del vecindario, que no se cansaba de contemplar cómo se hacían las carambolas.
Hacia la actual calle Illingworth existían los cajones o caramancheles del portal que impedían el libre tránsito de peatones. La puerta central daba acceso a la enfermería; espaciosa sala con un enorme altar para dar misa y a los lados, empotradas en la pared 58 tarimas de madera que el pueblo llama covachas, donde se colocaba a los enfermos resguardándoles de las corrientes de aire con cortinas de género grueso importado de Puebla en México, en color azul. Todo indicaría que estamos en un buque y visitando los camarotes.
En esos días la higiene era casi desconocida por lo que un enfermo de disentería que se hospitalizaba, se contagiaba de viruelas y viceversa, porque a todos se les mantenía en el mismo sitio sin pensar en los riesgos.
Hacia el fondo estaba el patio central y las celdas del convento donde vivían cinco sacerdotes – enfermeros, la botica y bodegas, así como un amplio cuarto cocina con instalación a leña traída del cerro.
FARMACOPEA COLONIAL
Las fórmulas magistrales se guardaban celosamente en el archivo porque algunas habían venido de España y como la botica del Hospital y Convento estaba abierta al público, debía defenderse de la competencia de los pulperos establecidos en los bajos del Cabildo, a una sola cuadra, que pretendían tener lo mejor.
Mas, los Juandedianos eran sabios y solo ellos conocían que La leche virginal se compone de tintura de benjuí y agua de rosas, siendo lo único que toda señorita decente usaba en el rostro. Para ellas también existían unas láminas de cartón traídas de Cádiz, impregnadas de polvos coloreados para usar en las mejillas como chapas. Se vendían de color verde, plomo y azul para los ojos, rojo para el rostro y tienen una gran demanda.
Cuando el sanguinario Coronel Manuel de Arredondo y Mioño, luego II Marqués de San Juan de Nepomuceno, llegó a Guayaquil en 1.810, con destino a Quito, a pacificar esas regiones, fue presentado a Ignacia Noboa Arteta, dos veces viuda y bellísima dama de no más de 33 años y entre ambos se estableció un lazo de amistad y de cariño que terminó en matrimonio.
De esta pareja se cuenta que cierta noche, a eso de las siete, llegó de visita Arredondo, como era su costumbre, para conversar, tomándola desprevenida y sin arreglos; por lo que, de apuro, ella ordenó a una sirvienta que le pasara los famosos cartones de Cádiz y por equivocación, ya que la luz de la vela no era buena y ella era algo corta de vista, se puso en los ojos los polvos rojos y en las mejillas los verdes, saliendo a la sala hecha un verdadero adefesio.
¡Pobre Arredondo! La sorpresa que se pegó en esa ocasión fue indescriptible, pero como era muy caballeroso, conversó con Ignacita un par de horas y finalmente se despidió en la escalera como de costumbre, con muchas ceremonias y zalemas. Minutos después, cuando la hermosa viuda regresó a la sala, una esclava le hizo caer en cuenta del esperpento que parecía con tales cambios y sufrió una verdadera conmoción de vergüenza al verse el rostro en un espejo. ¡Estaba hecha un desastre! ¡Parecía una payasa¡ pero comprendió que su novio era todo un caballero y desde entonces le tomó más aprecio.
OTROS REMEDIOS FINOS
El agua de alacranes se vendía con gran éxito para excitar la orina en los casos de contención y el aceite para hacer sudar a los afiebrados. Su preparación es simple, consiste en mezclar agua o aceite de oliva con polvo de alacranes secos y triturados.
El tafetán verde y emplasto de San Andrés de la Cruz es lo mejor del mundo para sacar callos de raíz y sin dolor (tanto nombre para tan poca cosa) El Diapalme es un emplasto bueno para los dolores de espalda y torceduras de cualquier género, confeccionado a base de sulfato de cobre. Los huevos de Angelote (actual caviar) se usan para sanar heridas infectadas ¡Qué horror!
La piedra divina es un colirio de nitrato de potasa mezclado con agua a baja dosis. La Calanga de la india es cara, pero, nada mejor existe para el dolor de muelas. La Masa de candelilla, llamada así porque es un emplasto de cera utilizado como sonda para aplicar en el interior de la uretra en casos de enfermedad renal y dicen que causa dolor e irritación moderados, que no hacen ver candela sino solamente Candelilla.
El agua de la Reina de Hungría es preparada de flores de romero y vino que se destila para curar palpitaciones, histerias, dar fuerzas, mejorar los nervios y en fin de cuentas, es buena cosa para dolencias de poca monta.
El Populcón, excelente para quitar dolores en las llagas, se prepara con belladona y otras adormideras. El Bislao de gallina cura la pulmonía y aun se receta en los campos y entre gente sin cultura. El Sagapento es mano de Dios para el asma y la bronquitis, siendo una goma que se obtiene del árbol americano de su nombre. Su uso es oral o externo, según los casos, porque a veces se lo aplica en parches, como desinflamante. El Ungüento de la Condesa hecho a base de arrayán, sirve como astringente. El Ungüento Egipcíaco, a base de cardenillo, miel y vinagre, se usa como detergente blanqueador de la ropa y desinfectante porque aleja las miasmas delectéreas de los pantanos tan usuales en el puerto, sobre todo en invierno, cuando el calor hace que la lluvia se evapore del suelo. El electuario católico se da como gracia de Dios para las intoxicaciones y llenuras de estómago y no hay paciente que lo resista adentro, más de una hora, sin tener que consultar varias veces con el retrete.