293. Juan Maria Riera Va Hacia Los Altares

El viernes santo de 1.894 el sacerdote dominicano Juan María Riera predicó en la Iglesia de Quito, cuando la política del país comenzaba a agitarse. En mayo pasó a residir al convento de Latacunga con el cargo de Superior y popularizó el culto de Nuestra Señora del rosario de Pompeya, imagen traída desde Italia por los padres reformadores de la Orden dominicana en el país.

Por esos días comenzó la controversia de los frailes dominicanos con el Canónigo Federico González Suárez por la publicación del tomo IV de su Historia, que refiere algunos escándalos domésticos entre frailes y monjas de la orden ocurridos en el Quito en el siglo XVII. La polémica se tornó nacional, intervinieron periodistas y autoridades. El Obispo de Portoviejo Pedro Schumacher y el Superior dominicano Reginaldo María Duranti lanzaron varias publicaciones contra González Suárez, quien tuvo a principios del 95 que alejarse del ambiente de Quito para escribir un defensa que tituló “Memorias Intimas”; mas, al poco tiempo, el país presenciaba el triunfo de la revolución liberal en Guayaquil y la consolidación de las nuevas ideas en la batalla de Gatazo, así como el fin de los regímenes progresista y cuando se produjo la entrada de Alfaro en Quito y declaró: Vengo a terminar la teocracia., las gentes comprendieron que los tiempos habían cambiado.

Al notar en Roma cómo se había transformado la situación política, se creyó prudente designar a González Suárez para ocupar el Obispado vacante de Ibarra, mientras el Superior dominicano Duranti era notificado por el Gobierno con una fuerte contribución que la Orden no pudo cubrir, sufriendo el embargo de una hacienda en Cayambe.

Manuel J. Calle editó su folleto “Los dominicanos italianos en la república del Corazón de Jesús”, acusación frontal por los malos manejos económicos de dichos padres, quienes habían dilapidado las joyas de la Virgen. Los acusados salieron del país para no regresar jamás y la Orden quedó sin dirigentes, de suerte que el 5 de marzo de 1.897, el padre Magalli firmó el nombramiento de Vicario Provincial a favor de Riera, quien viajó urgente a Quito a recibir al padre Segundo Fernández, Visitador General dominicano, que llegaba de Chile.

En 1.900 fue electo Definidor del Capítulo dominicano El 02 reemplazó como Provincial a fray Enrique Vacas Galindo quien viajó al exterior, dirigió numerosas misivas y realizó un viaje de un mes por los pueblos de la Misión dominicana del oriente. En 1.904 se trasladó a Roma con el padre Tomas Racines, intervino en el Capítulo General de la Orden, Pío X les dio la bendición.

Entonces ocurrió el enojoso asunto de la entrega de los conventillos de Ibarra, Latacunga y Loja que exigiera el Arzobispo para dedicarlos a escuelas y colegios. Riera se opuso, pero luego cambió de idea, defendió el principio de autoridad de González Suarez y hasta se enfrentó al Prior en Loja, de suerte que obtuvo la gratitud del Arzobispo quien lo premió con el obispado de Portoviejo, vacante desde la huida de monseñor Pedro Shumacher en 1.894.

En Febrero del 08 llegó el Breve Pontificio y el 3 de Mayo fue solemnemente preconizado en la Catedral, sellándose las paces entre el Arzobispo historiador y la Orden dominicana a los catorce años del escándalo de la publicación del famoso tomo IV; pero el Ministro de Cultos, Amalio Puga Bustamante, manifestó que la diócesis manabita había sido suprimida por el Congreso en 1.902 y en consecuencia el nombramiento de Riera no tenía ningún valor; éste protestó con la calidad de Obispo y se ordenó su enjuiciamiento penal por “haber usurpado el título de Obispo de la Diócesis de Portoviejo”, quedando prácticamente confinado en Quito e impedido de viajar a Manabí.

I pasaron dos años hasta que en diciembre de 1.910 fue comisionado por el Arzobispo para realizar una visita pastoral a Guayaquil cuya sede estaba vacante desde 1.894. Poco después, González Suárez, decidido a solucionar el impase con el gobierno, solicitó la designación de Riera para ese obispado y Pío X firmó el 1 de enero de 1.912 el Decreto, encargándole, además, la Administración Apostólica de Manabí.

El 17 de junio entró en Guayaquil y el día 23 tomó la posesión canónica, pero la sede estaba empobrecida por el largo abandono en que había permanecido. Varias damas salieron en su ayuda. Dolores Irrazabal de Peña tuvo que donar un edificio para residencia del Obispo, Maria Carbo de Aspiazu, dispuso de una cierta cantidad mensual (S/. 1.000) para su sostenimiento, y así por el estilo. El nuevo Obispo empezó su administración y gobierno como quien dice de caridad, pues la iglesia guayaquileña era pobre de solemnidad, ya que las pocas rentas que producían las misas del Sagrario eran absorbidas por los Canónigos del Coro.

En octubre se presentó en Guayaquil un brote de bubónica y fiebre amarilla, muchos eran atacados y morían. El 8 de diciembre, mientras Riera celebraba de pontifical la misa de la Virgen, comenzó a sentirse mal y tuvo que ser llevado a Palacio, donde le subió la temperatura a 40 grados.  Le había comenzado la fiebre amarilla que casi acabó con su vida, salvando milagrosamente por los cuidados del Dr. Luis Felipe Cornejo Gómez, pero quedó tan delicado del corazón y los riñones, que se les hincharon las rodillas y solo podía moverse con muletas. Su médico le aconsejó viajar a Posorja y someterse a una estricta dieta de pescado y legumbres, sin carnes ni sal, con la cual mejoró, pero lo que no sabía era que estaba contagiado de tuberculosis y la enfermedad comenzaba a minarle el organismo. Al principio sin señas evidentes, las que después se le declararían casi de improviso, cuando el mal había tomado serias proporciones.

En junio del 13 principió visitar la aparroquias rurales y salió en defensa de la Orden dominicana, amenazada por la Municipalidad que había arrebatado el cerro contiguo al convento so pretexto de ciertas edificaciones. Riera buscó en el archivo dominicano, encontró el título de propiedad y con él pudo hacer una venta al Dr. Alfredo Valenzuela.

En 1.914 inició la devoción de San Vicente Ferrer en el pueblo guayaquileño, bendijo la imagen nueva y presidió su solemne Novena en la iglesia de santo Domingo. En junio de 1.915 viajó a Riobamba a visitar a su amigo el Obispo Andrés Machado, pero no resistió la altura, le faltó aire, sentía palpitaciones, de regreso guardó cama en noviembre aquejado de una tuberculosis declarada. Monseñor Machado le vino a pagar la visita y se quedó cuidándole. Su lecho de enfermo era atendido por numerosos facultativos y el sábado 20 de dicho mes, después de recibir la visita de Machado; murió sin muestras de agonía, a las 10 y 5 de la mañana, considerado y tenido como un santo varón de Dios. Tenía solamente cuarenta y nueve años de edad y menos de tres como Obispo de Guayaquil.

Su causa de beatificación se encuentra en trámite iniciada por monseñor Bernardino Echeverría Ruiz que en diciembre de 1.985 decidió que la diócesis de Guayaquil merecía contar con un Obispo en camino a los altares y su cuerpo debidamente embalsamado se exhibe en una urna de cristal, vestido de pontifical, a la entrada de la catedral y para el lado de la calle Diez de Agosto.