275. Los Mazzini y Chanduy

Entre las más extendidas familias en la península de Santa Elena están los Mazzini que en sus buenas épocas tuvieron tres mil quinientas hectáreas de tierra útil, casas, molino, dos albarradas, centenares de reses en sus corrales, pero pocos conocen su historia.

A finales del siglo XVIII salieron dos hermanos llamados Francisco y Antonio Mazzini Carrizuosa desde el puerto de Génova, procedentes de un pequeño poblado de la Liguria al norte de Italia.  Arribaron de Panamá a bordo de un pailebot. El primero siguió a las costas del Perú, donde casó y dejó descendientes, algunos de los cuales, años más tarde, se establecieron en Guayaquil. De estos salen los llamados Lorenzos Mazzini.

De Antonio se cuenta que establecido en el valle de Chanduy se dedicó a la venta de telas de casa en casa en los diferentes pueblos peninsulares, luego  instaló tienda de comercio en la población de Santa Elena y amasó una  bonita fortuna para su tiempo, al punto que en 1821 donó doscientos cincuenta pesos a la Junta de Gobierno de Guayaquil como ayuda para solventar los gastos de la independencia, tuvo numerosos terrenos de pan sembrar en épocas en que las lluvias eran constantes en la península y como ganadero llegó a ser considerado el mayor de la zona. Casó con Petra Alcántara y Boniche y procreó dos hijos: Micaela Mazzini Alcántara que falleció doncella y fue enterrada en el atrio de la iglesia de Chanduy, tiempo después se recogieron sus restos en una urna de plata esterlina en forma de casa con dos asas del mismo metal. Cuando se reedificó el templo fue encontrada la urna y puesta en la calle a un costado de la iglesia, atrajo la curiosidad del pueblo que la abrió, encontrando una calavera y una trenza de pelo rojo (decolorido por el tiempo) y todo se depositó al pie de una cruz labrada donde descansa su sobrino José Wenceslao Mazzini Espinosa (hijo de Benito Mazzini Alcántara y de María Espinosa) naturales de Chanduy, donde nacieron por 1.812.

José Wenceslao (la tercera generación) nació hacia 1.850, heredó tierras y ganado de su padre y abuelo, casó dos veces, 1) Con Rosa Cosme y viudo 2) Con Jesús del Rosario y Jordán. Aparte de los siete hijos que tuvo en sus enlaces, procreó muchísimos más. 

Pronto se convirtió en uno de los principales exportadores de sombreros de paja toquilla que adquiría a través de sus empleados en los poblados de la península. Los tejedores hacían lo suyo y entregaban los sombreros que Mazzini hacía asolear en la calle, luego se amarraban por la mitad y colgaban de una cabuya para evitar que se dañen al colocarlos en unos zurrones (cajones de madera de 4 x 1 ½ mtrs.) en tres o cuatro grupos de a cien. En la década de 1.880 los enviaba a Panamá para los obreros de la construcción del canal iniciado por los franceses. A su muerte, su hijo Justo Mazzini del Rosario casado con María Huayamave Solís, nativa de Daule, amplió las exportaciones a través de la firma comercial de Max Muller que los destinaban a La Habana, para uso de los zafreros en los Ingenios de azúcar, hasta que en 1.959 al subir Fidel Castro se dejó de exportar y los tejedores de Santa Elena quedaron sin ocupación y cayeron en la miseria.

La paja siempre había crecido en los cerros peninsulares, a donde concurrían los tejedores para obtener los tallos, de los cuales sacaban las hojas y de allí las fibras, que se ponían a hervir una noche en ollas grandes y después se secaban al sol.

José Wenceslao falleció en 1.925 en su casa adquirida en doscientos pesos a finales del siglo XIX y que heredó su hijo Justo.  En la primera mitad del siglo XX éste habitó como gran padre de familia rodeado de sus hijos, nueras, yernos, nietos y de un tren de servidumbre. Una de sus descendientes ha descrito la casa: Varias palmeras de coco y otras datileras y casi centenarias hacían notorio que era la morada de un gran señor, los muyuyos cercaban el amplísimo terreno, que no estaba muy alejado del pueblo. Un gran corredor daba acceso a la enorme escalera junto a la cual estaba la campana que sonaba para indicar las labores del día.  En la vecindad florecía el galán de noche, diferentes clases de laureles y la flor de verano. Numerosas mecedoras ofrecían el necesario descanso. Un palomar y la cercanía del mar completaban el paisaje. En el primer piso había dos salas, la grande para las reuniones familiares, allí doña María Huayamave ponía a tejer y a bordar a las jovencitas de la familia. La sala pequeña servía de salón de distracciones con dos mesas, una de pin pon y otra de damas, damas chinas y naipes. Los dormitorios con sus grandes camas y roperos. El comedor espacioso con una mesa larga y dos sillas para los abuelos, pero cosa rara, a los lados solo dos banquetas largas y sin espaldar donde se acomodaban los miembros de la familia y los invitados. Durante las vacaciones invernales había que hacer dos tandas de veinte personas porque eran numerosos los huéspedes. Grandes chazas se abrían al mar y/o a los corrales y a los cerros de Chanduy, de manera que la brisa era natural y no se pasaba calores. El valido de los chivos y el mugido del ganado cubría todas las estancias, don Justo había importado de la Argentina varias cabezas de ganado Cebú para mejorar la raza criolla, La cocina era inmensa con fogón de leña que administraban dos asistentes domésticas y nunca faltaban las lisas ahumadas, los bolones y cazuelas de verde, el arroz con menestras diversas, las humitas, los secos de chivo, la leche humeante del corral, la cuajada de leche dormida, los panes y rosquitas de manteca se adquirían en la única panadería de los contornos o en la tienda cercana. Una escalera trasera comunicaba la casa con los corrales.

El agua era sacada de los pozos propios que nunca se secaban como ocurrió después cuando advino la sequía casi permanente que agostó la península. Eso fue por 1.920 aunque desde antes habían empezado a escasear las lluvias.

Chanduy era por entonces un pueblecito con sus calles alineadas en forma de cuadrado y en el centro una pequeña plaza y su iglesia, pero estaba como dormido y solo tenía cuatro calles, “con trescientos pobladores humildes, pero de un corazón maravilloso.” Muchos ostentaban sobrenombres que les identificaban por alguna cualidad o defecto. La Iglesia era antigua y colonial y el cementerio cercano tenía profusión de tumbas, muchas sin nombres. No había luz eléctrica, agua potable, ni saneamiento; de noche se prendían las petromax y los candiles, pero era la luna, cuando estaba llena, la que proporcionaba una mayor claridad. El día anterior al de difuntos se preparaba la mesa de comida para ellos, que se dejaba puesta y servida por la noche. Muy de mañana se calentaban y consumían los alimentos con unos muñecos de pan de dulce para entregar a los niños que decían al llegar: “Ángeles somos, del cielo venimos, pan pedimos.”

En las madrugadas se escuchaban los cuernos que anunciaban a los pescadores las condiciones del mar, la pesca blanca era comestible y la otra se destinaría años más tarde para fabricar harina.  Cuando fallecía un vecino se paseaba el féretro tres veces alrededor de la manzana de su residencia. 

En sus buenas épocas Chanduy había tenido un trovador: el pueta Cacao, una Sociedad Obrera que llegó a publicar una hojita impresa con el nombre de “La Voz del Indígena”. El transporte era en balandra, a caballo o en mula, en 1.922 se inauguró el ferrocarril a la costa que pasaba por Zapotal solamente, población distante a doce kilómetros. Justo Mazzini del Rosario como sujeto adinerado tuvo dos camiones “lecheros” utilizados para reparto, que fueron los primeros que se conocieron en la península.

De él se contaba que era dueño con sus hermanos de varias casas renteras en la manzana comprendida entre las calles Chanduy, García Avilés, Sucre y Colón y que soñó a una señora muy bella quien le decía: Soy la Virgen de la Merced y viaja a salvar tu casa porque se puede quemar como las otras. Tomó su caballo y se vino presuroso, llegando justo a tiempo para advertir a los suyos del peligro que corrían, pero no le hicieron caso y esa noche ocurrió un incendio que destruyó la manzana, excepto la casa de Justo que milagrosamente se salvó. Desde entonces él procuró hacer el bien a los demás y trajo de España una virgen de madera con el niño Jesús en bulto, la que actualmente existe en la iglesia de Chanduy y tiene más de cien años, pero debe restaurarse porque al niño le falta uno de sus deditos. Por su generosidad don Justo fue conocido en su pueblo como el “Niño Dios de Oro”.