Era Nicolás Augusto González Tola, a quien sus íntimos llamaban Nico, el mayor poeta guayaquileño a principios del siglo XX. “Tenía el espíritu sutil, vivaz, la mente talentosa, erudita, documentada; la fantasía ardiente, luminosa, donde el ingenio se rompía en la música estupenda que él aplicaba a su poesía nítida, armoniosa, fulgurante; el carácter reposado en sus últimos años y el trato afable, cariñoso …” además, era benévolo preceptor de todo joven que aspirara a ser poeta. A Medardo Angel Silva llegó a aconsejar mucho y bien, siempre con cariño de padre pues Silva era huérfano.
Nico había nacido en 1.859 y casado en Lima de treinta años de edad con Delia Castro y Márquez, también escritora, en quien tuvo una familia compuesta de siete hijos. Después vivió épocas difíciles como exilado político liberal. Ya cincuentón regresó a Guayaquil, pobre y cansado pero en su alma seguía vibrante la chispa del genio. Vino con su nueva esposa portuguesa llamada Luisa de Perera y habitaban un departamento bajo en el centro.
Hasta allí concurrían numerosos poetas e intelectuales. Francisco J. Falquez Ampuero, Modesto Chávez Franco, Carlos Alberto Flores, César D. Villavicencio, Bolívar Valverde y el Coronel Julio F. Cornejo eran infaltables. Juan lllingworth Ycaza y Alfredo Baquerizo Moreno le tocaban la ventana para saludarle con el cariño de amigos de antaño. Se hablaba de todo un poco, mucho de arte, poesía, política y periodismo y cuando el cuento era demasiado chispeante el anfitrión le decía a doña Luisa ¡Chinita, anda, trae la bombonera! y ella comprendía y se alejaba de prisa, algo amoscada, para regresar en pocos minutos con algo sabroso entre manos, casi siempre preparado por ella.
Flores ha conservado un espléndido relato que mucho dice de la intimidad de estos poetas: “En los onomásticos de González Tola revivía Alcibiades y Escotillo se lucía en la cocina. En la mesa cubierta con albo damasco y reluciente vajilla proporcionada a los haberes de un poeta; las viandas de exquisito sabor demostraban el gusto refinado del anfitrión, que en su bohemia había catado los manjares de banquetes admirables.
“Ostras del Pailón, bacalao del archipiélago, alón de pavo, langostinos de Salinas, jamón, olivas rellenas, queso gorgonsola; zanahorias, remolachas y escarolas de la sierra y carmíneos tomates del Daule en suntuosa ensalada que está llamando al vino con el picor de sus especies.
Alza, quien ahora escribe estos recuerdos, una copa de añejo Chianti que transforma el cristal en amatista y brinda por la salud y la gloria del poeta. Julio F. Cornejo desgrana sus artísticos decires y Villavicencio pone la nota filosófica que arranca un hurra a cuantos son los asistentes; mientras las damas hacen repiquetear sus tenedores en los bordes argentinos de los platos… Esta mermelada de guindas me la mandó de obsequio mi prima Carmen y sirve con su mano los platitos con la odorante compostura, i se goza el paladar saboreando lo exquisito del bocado y la patrona brinda la postrera copa del banquete, Malvasía de Jerez de la Frontera que inunda de aroma la animada estancia. Dejan la mesa los alegres invitados con sonoras palabras de entusiasmo, coreadas por el timbre de las voces femenina que como las alondras, cantan el placer. Bolívar Valverde distrae un rato con sus juegos magnéticos. Se ha charlado de todo y más que todo, de poesía, puesto que la casa donde ha tenido lugar la amistosa fiesta es de Apolo.
Ahora el eximio citarista, que con su canto alado pobló de armonías el mundo americano, es ceniza fría, pero vive y vivirá en la historia, entre los grandes genios de la poesía que han honrado a la Patria; y en el corazón de sus amigos que recuerdan con fruición las dulces horas pasadas junto a él en animadísimos coloquios”.
Así escribía Flores de su amigo el poeta González Tola, quien fue perseguido por la maledicencia de la política contraria a su ideal liberal radical. Era libre pensador y como tal había combatido todas las religiones positivas por creerlas absurdas, según lo expresó en su testamento.
Mucho sufrió por ello, y me viene al recuerdo lo sucedido en el antiguo teatro Olmedo cuando la sociedad guayaquileña tributó cariñoso homenaje a Dolores Sucre, entonces se formó un Comité que le entregó una Lira de Oro y pidió a González que tomara la palabra. El se presentó esa noche del brazo de doña Luisa de Perera con quien había casado en el extranjero después de haber obtenido su divorcio y como recién habían llegado del extranjero y no conocía la forma de pensar pacata y anticuada de nuestro medio, causaron sin querer un gravísimo escándalo social, la gente consideraba al matrimonio civil como afrentoso, casi como un delito. Había que estar casado por la Iglesia, de otra forma no servía, muchas damas intentaron abandonar el teatro y los miembros del Comité debieron recurrir a múltiples solicitudes para evitarlo. Al final, comenzó la velada, pero muyretrasada y deslucida.
Años después la misma sociedad que lo había condenado, tributó a González Tola una Lira de Oro hermosamente labrada, así como un álbum autógrafo de la intelectualidad. Esto ocurrió en el salón de actos del Colegio Nacional Vicente Rocafuerte ubicado donde hoy se levanta el Correo, la noche del 17 de Mayo de 1.917. Entonces Dolores Sucre le envió desde su cama una hermosa composición dedicada “al primoroso vate peregrino” que fue recitada por Abigail Llona Jouvín.
Viajó muy enfermo y murió en Buenos Aires el 18 de Enero de 1.918, junto a su hijo mayor que lo había mandado a llamar para atenderlo. Meses antes había escrito “este desfallecimiento y esta indiferencia por todo lo que antes me entusiasmaba, bien así como los fenómenos que, de algún tiempo a esta parte, trastornan mi organismo, me dicen claramente que mi fin se aproxima…”