239. ¿Hay Humanas Piedades En El Mundo?

¡Piedades! (¿hay humanas piedades en el mundo?)

¿quiénes seréis vosotras? ¡ni entonces lo sabré!. …

Mi sueño será eterno; mi sueño, muy profundo . ..

¿en qué piedad reposaré?

De “Flores Tardías”, por César Borja Lavayen

Tuvo la inteligencia del hombre moderno pero sufrió las aberraciones de un trágico destino, jamás se doblegó, fue un rebelde. Tal la imagen del Dr. César Borja Lavayen, médico guayaquileño expatriado en 1885 por el régimen de Caamaño y en 1895 por Eloy Alfaro, con quien sin embargo se amistó después y hasta volvieron a ser los amigos de toda confianza, como en los tiempos en que ambos saboreaban el duro pan del ostracismo en Lima; pero Borja no solamente ha pasado a la historia Patria por sus hechos políticos, también por su sensibilidad de poeta de exquisito lirismo, tan certero para “el verso airado que inspira el dolor amargo, de los sufrimientos de mi adolescencia y de mi juventud y al trabajo rudo y árido al cual dediqué desde muy temprana edad toda mis energías y facultades”, como para el canto fácil, ameno y más bien narrativo de sus “Paisajes y Recuerdos”, donde añora los tiempos de la infancia con su hermana Rosa, transcurridos “como un soplo de céfiro en medio de la belleza indescriptible de los campos de Esmeraldas, cuando, niña tú, niño yo, felices e inocentes, con el encanto de la alegría de la vida en el corazón”, vivíamos felices y dichosos.

En su poemario publicado en 1909 en Quito, bajo el título de “Flores Tardías y Joyas ajenas”, con poesías propias y traducciones francesas, confiesa que a consecuencia del terremoto de Marzo de 1859, que se sintió en toda la zona norte del país y muy especialmente a lo largo de la línea equinoccial, se “redujo a nada la modesta fortuna de nuestros padres. Entonces comenzaron nuestros dolores y nuestras tristezas, los cuales, por tempranos y crueles, nos abrieron los ojos a la realidad de la vida y nos apenaron el corazón cuando aún éramos niños”.

Posteriormente en 1882 regresó a Esmeraldas, “de cirujano en Jefe de una División de mil hombres. Llegué a punto para presenciar un combate; alivié los dolores de los heridos y ya restablecida la calma y repuesto yo de mi propio dolor, en el cual mezclaron sus amarguras las tristezas de la ausencia de mi hogar y los estragos de luto y desolación de la guerra, trasmonté las colinas; pasé mil veces los vados y las vegas del Tiaone, claro y torturoso como una inmensa sierpe de plata; subí las lomas verdes y plácidas; crucé cármenes y praderas bellísimas; llegué a los frondosos plantíos de Timbre; remonté la corriente del Esmeraldas, me interné en sus boscajes paradisíacos y penetré en la sombra serena y perfumada de la selva, en cuyo silencio, apenas turbado por la melodía de los rumores de la espesura, oré al Dios de la naturaleza.”

“Entonces surgieron más vivos y claros a mi mente los antes dormidos recuerdos míos y tracé, pensando en ti, estas estrofas. Regresé a Guayaquil y guardé para mejor ocasión el manuscrito; pero tan bien guardado que nunca pude dar con él. Hace pocos meses y al abrir un tomo del Diccionario de Medicina de Jaccoud, cayeron a mis pies, los ya olvidados papeles; pero no puedes imaginarte qué trabajo descifrarlos. Y así, con ciertos caprichos pueriles de los hombres que vamos ya para viejos; tan enamorado estaba yo de estos mis versos, que no me he dado punto de reposo para reconstruirlos y darles la mediana forma poética con la cual te los ofrezco y tenga la crítica sorda y la gramática parda nueva ocasión para censurarme y digan una vez más que el médico que escribe versos ni es médico ni es nada”.

Y así fue como se publicó su hermoso poemario que tanta fama le alcanzó por pocos meses, pues casi enseguida fue atacado de un tumor hepático posiblemente producido por amebas y a pesar que le hicieron una dolorosísima punción al hígado casi sin anestesia que de nada le sirvió, falleció en medio de atroces sufrimientos, lanzaba gritos.

Por eso hemos escogido la poesía primera que propiamente abre su Poemario, para extractarla a los lectores por ser casi profética, ‘Piedades…” // iOh Piedades! vendréis a mis despojos: / es fuerza que el cadáver lo lleven a enterrar; / ni os tocarán mis manos ni os mirarán mis ojos. / me llevaréis a descansar. // Mi pecho será mármol; mi sangre será nieve / y el plasma, que fue vida de espíritu y razón  / dulce panal de vermes, que en lo interior se mueve / y no lo siente el corazón. // ¡Oh fúnebres piedades de póstumo consuelo! / cavad, cavad profunda, la fosa para mí / cavadla en tierra dura, donde es más duro el suelo / como la vida que viví. //

Años después su hijo César Borja y Cordero, tan literato como su ilustre padre y cuya memoria siempre guardaba con entrañable amor, quiso perennizar esta poesía poniendo a una de sus hijas el nombre de Piedad, que ella ha sabido llevar gustosa, por cariño a su abuelo.