En palabras de Clemente Yerovi Indaburo los vapores fluviales de Jaime Puig Mir fueron los más hermosos del país a finales del siglo XIX. Eran andadores y competían con el Chimborazo y el Bolívar de la Empresa Indaburo mano a mano, pero les superaban por sus catorce pies de eslora y su capacidad de carga era un cuarenta por ciento mayor en razón también de su mejor puntal. Cubrían exclusivamente la ruta a Babahoyo y sitios ribereños y aledaños.
La flota se componía del Puig Mir, el San Pablo, el Rápido y el Pampero, pero ninguno de ellos poseía quilla, de manera que jamás salieron a mar abierta porque hubieran naufragado con la fuerza del choque de las olas del mar, simplemente eran transportes fluviales, tenían potentes maquinas a vapor que al mover las aspas de sus ruedas los hacía fuertes y andadores. Construidos en el astillero que poseía la empresa en la orilla de la ría y Calicuchima, donde se les daba mantenimiento de vez en cuando y hasta los carenaban, sus maquinarias se movían a vapor usando carbón o leña para su combustión, eran de fabricación inglesa, importadas de Southampo en la década de 1.880.
Aparte del transporte de personas y mercaderías a Babahoyo, se aceptaban fletes a consignación para ser cobrados en el lugar de destino. Al retornar a Guayaquil era costumbre ir entregando las mercaderías en los diferentes muelles o puerta a puerta.
La atención a los pasajeros era pulcra y esmerada. Un nutrido personal de cargadores subía y bajaba los bultos. Los mozos de servicio limpiaban los camarotes y atendían a la clientela en el bar y dos comedores. La buena presencia y distinción de los Capitanes era otro atractivo para hacer más llevadera las cansadas travesías. En cubierta se permitía el juego de dados y cartas. El amplio salón del piso superior daba el comedor y hacía de pista de baile. Oteando la infinita floresta tropical se podía disfrutar desde allí de la brisa y del paisaje siempre cambiante de las haciendas, cuyas riberas que se pasaban.
El bar era alimentado con finos licores europeos, se llevaban marquetas de hielo para servir frías las bebidas. Los almuerzos y meriendas eran de mantel largo, atendiéndose por riguroso turno. El Capitán presidía la primera mesa, la segunda corría a cargo de su Ayudante por estricto orden protocolario.
La vajilla de uso diario era de porcelana europea en primera clase y de loza en segunda. La de primera tenía el monograma de la Empresa. Los cubiertos de plaqué y las copas de cristal. Servilletas del más fino lino inglés especialmente grandes como para cubrir el pecho daban el toque final de elegancia. Siempre limpísimas y almidonadas.
La Empresa de Vapores Nuevos atendía en sus oficinas principales en los bajos de la casa Bonin, calle Colón entre Pichincha y Pedro Carbo, donde se reunían las mercaderías y vendían los pasajes. También poseía un muelle a la misma altura del malecón, con asientos de madera cómodos para que el público que se congregaba antes de la hora de la partida goce de comodidad y escoja el sitio más conveniente en el vapor. Los horarios se anunciaban en toda la ciudad y por los diarios.
Cada viaje era un acontecimiento citadino y las reservaciones se hacían con varios días de anticipación. Existían pasajes de primera cuyo valor era más caro que los de segunda. La diferencia consistía en que los pasajeros de segunda iban en la parte baja aunque podían circular por todo el vapor, excepto a las horas de las comidas, que debían permanecer en el comedor de segunda, igual en todo al de primera. Las viandas que se servían eran las mismas como es fácil comprender pues existía una sola cocina. El Menú de los almuerzos y cenas se componía de las “Tres Cartas del mazo español o sea Sota, caballo y rey” es decir, de los tres consabidos platos que se consumían en todas las casas de Guayaquil. El primero era una entrada ligera servida en plato pequeño (Podía ser una Ensalada, empanadas, torrejas, tortillas, croquetas, etc.) El segundo en cambio, era una Sopa muy elaborada y abundante que se presentaba en plato hondo (A veces era un Sancocho blanco, un caldo de bolas, un caldillo de huevos. Un caldo de hueso blando de cadera, un caldo de patas, etc.) El tercero o fuert ese servía en un plato grande o tendido y se daba a escoger entre pescado o carne, con sus guarniciones o acompañamientos de papas, legumbres, verduras, etc. El postre venía al final y siempre en plato pequeño. Para los viajes matutinos era una variedad de frutas y para los vespertinos podía ser una compota o un flan, una délfica o un almíbar) las bebidas se cobraban, mas el agua era gratis y se distribuia generosamente en jarras de grueso cristal.
El bar de segunda no vendía licores finos, sin embargo, no por ello dejaba de estar bien aperado. Personas que utilizaron los vapores me relataron a mediados dl siglo pasado que en segunda era común beber anisados o Mayorcas, rones y mistelas de colores y que en primera nunca faltaba algún hacendado ricachón de esos viajados a París y llamados del Gran Cacao, que invitaba a las damitas con una copa de Champagne o alguna cerveza rubia y bien helada, que entonces era considera un alimento nutritivo más que un refresco fuerte. Los caballeros preferían los brandis, cogñacs y vinos. El whisky era casi desconocido y beberlo costumbre de gringos.
La carrera de Babahoyo no dejaba de tener sus problemas, sobre todo durante la época invernal, cuando por efecto de las lluvias en la cordillera se hinchaban el cauce de los ríos y era difícil seguir sus cursos, dándose el pintoresco caso de que por las noches los vapores entraban a los potreros sin que el práctico piloto se diera cuenta, porque las sabanas eran espejos de agua. Allí venia el lío de cómo sacarlo, porque al día siguiente, al bajar las aguas, se encontraban los pasajeros rodeados de vacas.
Reflotar el vapor era obra de ingenio, paciencia y no poco gasto. Primero se conseguía un transporte para aligerar a la nave del peso de las personas y carga. Luego venia un remolcador y se colocaban troncos a manera de deslizadores para preservar la integridad del casco. Finalmente, libre el vapor de su incómoda posición, todo era alegría y contentamiento, demostrándose una vez más que la inteligencia es superior a las asechanzas de la naturaleza bravía y tropical.
Entre 1.900 y 1.909 funcionaban en Guayaquil solamente tres empresas navieras para la atención de pasajeros y carga, la de Herederos de don Pablo Indaburo, los Vapores Nuevos de Jaime Puig Mir y la de José Camba. Este último año con la inauguración del ferrocarril a la sierra disminuyó en mucho el tráfico fluvial de mercaderías no así así el de personas, que seguían movilizándose hacia las poblaciones de la cuenca del Guayas a través de los ríos del litoral. Mas, con la construcción de los carreteros desde 1.946 en adelante, las empresas fluviales dejaron de existir por consunción, bien es verdad que ya los vapores habían dejado de ser nuevos muchos años antes.