222. La Revolución De Los Chapulos

Salidos del Estero de Chapulo y

cruzando los campos de Palenque

al bélico pregón, en cabalgar ardiente,

gritando libertad, dieron la muerte.

(Canto Chapulo del Siglo Pasado)

En noviembre de 1884 los broncos caballos de una veintena de húsares piafaron en los patios de la Hacienda CHAPULO, en las praderas de Palenque, anunciando al país que se había iniciado una de la más heroica gesta que registra nuestra historia. Ese día el insigne guerrillero Coronel Nicolás Infante Díaz, en unión de los más granado de la juventud liberal encabezada por Emilio Estrada Carmona, Justo Infante Díaz, Crispín Cerezo, Francisco Borja Lavayen, José Monteverde Romero, Marco Alfaro Delgado etc., se alzó contra el gobierno de Plácido Caamaño, secundándole Eloy Alfaro desde Manabí.

Infante pertenecía a las más antiguas familias de la cuenca del Guayas por su padre Nicolás Infante Bustamante siendo de la misma familia Bustamante que tantos hombres famosos ha dado en Ecuador. Nada le faltaba para ser un petimetre, pero su espíritu de amor a la libertad le impulsó a tomar las armas desde joven,

El  23 ocupó Palenque y dos días después  estaba en Balzar sorprendiendo a la escasa guarnición de esa localidad. Sus partidarios le proclamaron Jefe Supremo de la Provincia de Los Ríos y él designó secretario a Emilio Estrada. El 28 derrotó a las fuerzas gobiernistas en Maculillo, sacando en fuga al jefe contrario general Secundino Darquea Iturralde, que más experimentado, tomó desquite el 9 de diciembre en Piscano, logrando desbaratar el grueso de las guerrillas; los sobrevivientes se internaron al corazón bravío de la selva.

FUSILAMIENTO DE NICOLAS INFANTE

A los pocos días Infante fue apresado y llevado a Palenque; el calendario marcaba el 31 de diciembre de 1884. Fue condenado a muerte en juicio sumario, a pesar que la Constitución vigente prohibía la pena capital para delitos políticos y la ejecución se llevó a cabo en horas de la mañana del lo. de enero de 1885.

Infante demostró una gran entereza de ánimo. Bien sabía que su muerte había sido decretada mucho antes y desde la secretaría de la gobernación de Guayas por un joven conservador – sobrino de García Moreno –  que después del 5 de junio de 1895 se hizo liberal y llegó a Presidente de la República en los regímenes placistas, cambiando como el camaleón de la canción:

El camaleón, papá

El camaleón, mamá

cambia de colores

según la ocasión.

A las 9 de la mañana le armaron una capilla en la celda en que guardaba prisión. Dos cirios y un crucifijo convirtieron el lugar en sitio por demás tétrico. Infante, que no era bobo, adivinando lo que le iba a suceder pidió “recado de escribir” (tintero antiguo con gavetas que se usaban para guardar papel y canutero) escribió su testamento, ordenó sus asuntos particulares, reconociendo las deudas y declarando las acreencias que tenía. A las 11 le llevaron el almuerzo y lo rechazó jocosamente diciendo: ¿Para qué?”. Esta noche cenaré con Plutón en los infiernos”, aludiendo a las reiteradas súplicas de arrepentimiento que le formulaban el Capellán del Ejército y el Presbítero D’ Stéfano, de nacionalidad italiana.

— ¡Confiésese hijo mío! ¡Es bueno para el alma! Repetía el obstinado Capellán y el prisionero dale que dale se negaba a ello. Al fin después de mucha discusión triunfó su necedad y  fue dejado solo para que se ponga elegante, como había sido siempre, en otros tiempos, cuando “niño bien” paseaba su garbo a caballo en las calles de Vinces y Palenque.

A las 12 salió de prisión vestido de negro y cubierto con un “jipijapa” legítimo. — ¡Si está mejor que nunca! Comentan algunas curiosas— ¡Si el niño Nicolás no ha hecho nada! Sollozan las que más. Todos lo conocen en el pueblo, como que lo han visto crecer, pero nadie actúa por miedo a la tropa que está alerta y guardando celosamente.

Infante va maniatado entre los dos padres que no pierden ocasión para insistir en lo de la confesión. —”¿Para qué? De nada tengo que arrepentirme”. Llegan al lugar señalado, hay mucho ruido de tambor y corueta, todo se hace en orden, como debe ser, según antiguas prácticas militares.

Un oficial se acercó y ordenó a dos soldados que vendaran al prisionero. El reo protestó, pero el oficial no ceja y entonces Nicolás Infante da su pañuelo rojo como el partido en que milita para que se cumpla el reglamento hasta el final. Después suena una descarga y nadie sabe que más habrá pasado. Sólo se conoce que el cadáver fue enterrado sin mayor ruido. El sol equinoccial seguía en el cenit, pero la libertad estaba de luto.

LAS GUERRILLAS CONTINUAN

Los partidarios del héroe no estaban del todo vencidos, quedaban muchos valientes en los campos, huyendo y atacando a la vez, en labor de ablandamiento para hostigar y cansar al gobierno. El Coronel Francisco Ruiz Sandoval, guerrillero valiente y atrevido, una especie de Che Guevara del siglo antepasado, Crispín Cerezo y otros más, siguen en armas.

El peor combate fue el de Quinindé el 18 de diciembre de 1886, casi a los dos años de la muerte de Infante. El día anterior los Chapulos habían perdido en la hacienda “La Aurora” y se retiraban apresuradamente cuando fueron sorprendidos en Quinindé por las fuerzas del General José María Sarasti, que realizaron una verdadera carnicería. Allí murió Cerezo acompañado de su no menos legendaria amante la bella Leonor Cayche y de sus compañeros Silvino Parrales, Armando Páez, Antonio Ángulo, Luis Blanca, Joaquín Ortiz e Ismael Pérez, y quedaron gravemente heridos José Monteverde Romero y Justo Maldonado.

Al mes siguiente algunos fugitivos se reagruparon y marcharon por la selva de Palenque hacia Daule, el 27 de Febrero de 1887 llegaron al sitio Guabito, en el cual tuvo lugar un encuentro que perdieron. Otros huyen hacia el norte, llegando a la frontera con Colombia y pasando después a Lima, donde se entrevistaron con Alfaro, que también había sido derrotado en las costas de Manabí.

Ruiz Sandoval salió definitivamente del Ecuador, continúo sus aventuras en Centroamérica, hasta fallecer batallando por la causa liberal en 1907 en Guatemala, después de treinta años de continua guerrilla. ¡Así eran antes!

En Guayaquil Plácido Caamaño se fortificó y ordenó mano de hierro con todos los cabecillas. Su cuñado Reinaldo Flores Jijón impuso la pena de muerte a un mocetón enamoradizo y liberal: Amador Viteri, fusilado frente a la antigua cárcel municipal (calle Julián Coronel). Minutos antes de su muerte Viteri caminó al patíbulo en medio de una enorme multitud de curiosos y al pasar bajo el balcón de la casa del Gobierno, viendo que éste atisbaba, entre curioso y asustadizo, con forzada sonrisa de Napoleón triunfante en Austerlitz, Viteri, indignado, le grito:

—¿De qué te ríes, tirano? Pronto irás al infierno, pero hasta que llegue ese día tu vida será la de un miserable.

Un autor conservador, en infantil afán de hacer triunfar siempre a sus héroes, aclara a los lectores que Flores Jijón jamás subió al patíbulo, pues murió plácidamente en su cama, en el pueblito de Barranco (Perú) y encima agrega, que murió arrpentido por haber sido demasiado condescendiente con las ideas liberales.

Prueba de ello es que no contento con la muerte del joven Viteri, el 20 de Junio de 1888 mandó a fusilar en Guayaquil a otro muchacho revoltoso llamado Isidoro Lara y Espinosa, por el pecado de ser liberal y partidario de Alfaro y de haberse dejado pillar por la policía cuando repartía unas hojitas volantes en las que se acusaba a la argolla dominante.

En esta época los guerrilleros solían cantar una tonada muy en boga, llamada “palo colorao” que les recordaba su origen en Guayaquil en los altos del cerro Santa Ana, barrio de Ciudavieja. Aquí van los versos:

PALO COLORAO

Allá arriba en ese cerro

tengo un palo colorao

donde pongo mi sombrero

cuando estoy enamorao.

Allá arriba en ese cerro

hay un pozo de agua clara

donde me lavo las piernas

y tú te lavas la cara …

Se entiende que los cuartetos eran dirigidos al enemigo gobiernista, por los jóvenes “Chapulos”.

UNA LORA LIBERAL

Cuentan que una familia liberal vivía frente a otra conservadora en el callejón Gutiérrez, sito en el antiguo barrio Villamil de nuestro puerto. Ambas casas estaban ubicadas frente a frente y en una de las ventanas, colgada de un palo lucía su vistoso plumaje una lora liberal, que todo el santo día gritaba: “Viva Alfaro, Carajo”.

Las vecinas ya no sabían qué hacer con la lora, pero educadas como eran, hacían oídos sordos a sus imprecaciones, además era muy divertida y practicaba la mar de gritos y chillidos enseñados por su dueña. Los grandes apuros venían cuando el señor Obispo anunciaba visita. Allí era distinto porque tenían que mandar recados a las liberales del frente para que “escondieran a la lorita, por favor”.

Cuatro o cinco veces se realizó la operación y ya cansada la lora de las continuas visitas de Su Reverencia, que le costaban otros tantos encierros, dizque prometió callar en la siguiente oportunidad, con gran contento de las vecinas que se ahorraban el recado y las molestias. (1)

Días después el Obispo volvió a anunciar visita y llegado el momento pasó por el callejón con dirección al portal de las Moran y posó sus ojos en la lora, que era gorda y grande en extremo y asombrándose de no haberla visto antes le grito: “Lorita real, lorita real”. Siendo contestado:

—Alto allí Su Reverencia, a mi no me haga española, que soy esmeraldeña. Ni realista, ni conservadora. “Viva Alfaro Carajo”.

¡La lora era incorregible!

(1) La lora era de Detfina Torres de Concha y al frente vivía Domitila Moran de Jurado. Nota del autor.