217. La Generalita Marietta de Veintemilla

“Marietta de Veintemilla llegó a ser una fuerza dominante en la sociedad ecuatoriana” sobre todo durante la dictadura de su tío Ignacio (1876-1883) época en que la beatería imponía a las mujeres vestidos confeccionados con un pesado tejido negro y que vivieran prácticamente recluidas en sus casas, sin poder salir a las calles ni tomar contacto con provechosas e instructivas lecturas. Quito era una cárcel para el elemento femenino, que sólo podía mostrarse en las misas de la madrugada y en visitas a los conventos donde las monjas enseñaban útiles granjerías: confección de dulces, licores caseros y comidas y obras de mano como tejidos, bordados y costuras; así, anodinamente, transcurría la vida de nuestras lejanas abuelas; pero Marietta “arremetió contra esas costumbres y valiéndose del apoyo que le prestaban unas seis a diez chiquillas de las mejores familias, hizo campaña en favor de la construcción de un paseo en la Alameda y fueron a la inauguración con trajes llamativos y sombreros de modelos extraños, a dar vueltas y vueltas por “el jardín quiteño” para que las restantes mujeres aprendieran a ventearse en el mundo exterior, huyendo de la mojigatería ambiental.

Esta política revolucionaria y atrevida le acarreó fuertes críticas y el desden de las personas de respeto, que no transigían con las nuevas y peligrosas costumbres venidas de París, ciudad comparable por sus vicios y pecados a la bíblica Babilonia.

Después llegó para ella la mala época y la revolución de 1.882 que se prolongó varios meses. Marietta salió a las calles a arengar a sus soldados, el pueblo la admiraba y la seguía, pero las fuerzas restauradoras del norte y sur se unieron y sitiaron Quito, tomándola tras largo asedio. Entonces Marietta pasó varias semanas en prisión, de la que solo salió para marchar al exterior, donde la esperaba su tío el Dictador y años de pobrezas y de exilios que aprovechó para escribir sus célebres “Páginas del Ecuador”.

A fines del siglo regresó a Quito y el gobierno liberal le devolvió su quinta “Tajanar” cerca de Pomasqui, donde volvió a tocar su piano de cola: “en él se encierra algo más que la armonía, guarda silenciosamente las lágrimas de mi corazón. Es el tesoro más preciado que adorna mi salón con lúgubre elegancia; porque es negro, negro como los pensamientos que inspiran sus acordes; negro como un inmenso cuervo que se levanta en medio de la estancia para apagar los leves resplandores que se desprenden de los objetos de arte …”

Entonces volvió a brillar pero en esa ocasión lo hizo en las letras patrias y fue recibida en la Sociedad Jurídico Literaria de Quito como socia de honor, colaborando en la Revista con varios artículos titulados “Digresiones Libres” y con una conferencia sobre Psicología moderna, ciencia casi desconocida en el medio y que había estudiado en el Perú a base de lecturas racionalistas. En su tercera Digresión titulada “Madame Roland”, aprovechó para exponer sus ideas más audaces acerca del feminismo y volvió a escandalizar a las pacatas mentalidades de ese tiempo. De la Roland dice: “Era un ser extraordinario venido al mundo a probar que los ideales de la justicia y el bien común caben dentro del cerebro de una mujer, de igual manera que en el del hombre, cuando aquella se nutre desde la infancia con severas doctrinas; y cediendo a los impulsos de una especial organización, ejercitaba sus facultades en el campo de la política. No es esto desconocer los verdaderos destinos de la mujer en el mundo. Si ella no se dedicase más que a tareas que repugnan de un modo natural a su sexo, vendría pronto a convertirse en una calamidad. No, la mujer no debe apartarse del camino que le señaló la naturaleza, pero hay que respetar los designios de esa misma naturaleza cuando diferencia sus obras al punto de presentarnos a Madame Roland bajo la propia delicada envoltura de Santa Catalina de Siena. Ni la santa, ni la heroína pudieron sustraerse a los dictados de su corazón, formado el uno para los dulcísimos arrobos del cristianismo, formado el otro para moverse al arrebatador impulso de las ideas. ¿Por qué reprochar ciegamente a la mujer que se siente con el alma bastante enérgica para afrontar una situación semejante a la que dominó Madame Roland?”.

Como se ha visto por la lectura anterior, Marietta al hacer el elogio de la Roland, estaba explicando su propia conducta, ya como mujer de acción que podía dirigir a los soldados de su tío con tanto acierto que hasta había sido llamada “La Generalita”; así también con ideas altas y elevadas como para escribir un libro de historia con partes novelescas y en estilo qué conmovió a la opinión y fue refutado por el propio Presidente de la República Dr. Antonio Flores Jijón en 1888.

I agrega con un cierto dejo de tristeza: “Tan noble figura, doloroso es confesarlo, no habría tenido digno teatro en América”, para finalizar confesando: “Pretendo por la contemplación de Madame Roland levantar el espíritu del bello sexo. Es dable a la mujer en cualquier condición que se halle, trabajar por el fomento de las ideas provechosas al género humano. Para esto, como para todo, se demandan la meditación y el estudio, siendo un axioma que el mayor nivel intelectual alcanzado por la mujer será siempre en positivo beneficio de la sociedad a que pertenece”.

Estas palabras, pronunciadas en 1909 y luego impresas, trajeron como es natural suponer una nueva secuela de calamidades para Marietta, pues la volvieron a colocar en la picota de la opinión pública, que no reconocía la igualdad entre los sexos, ni estaba preparada para aceptar que las mujeres salieran de sus hogares a intervenir en política. Todavía no se les había concedido el derecho al voto, ni eran plenamente capaces para contratar u obligarse; por el contrario, del padre salían a depender del marido y si enviudaban, del hijo mayor o de algún otro pariente que las representara. Incluso era mal visto que caminaran solas y peor que asistieran sin compañía a un acto público, a una representación teatral o a una reunión privada por muy en confianza que ésta fuera. Por eso se les decía “Niñas” aunque fueran viejas, pues su fragilidad se emulaba con la situación de las recién nacidas.

Tres años después Marietta fallecía en Quito. En su quinta había vivido rodeada de misterio, por tener un cuarto negro donde convocaba a los espíritus en veladas celebradas con provectos caballeros. El populacho la respetaba y quería, pero eran tantas las consejas que sobre ella se repetían, que terminó por alejarse de su propiedad, “donde el Diablo era convocado” según se aseveraba. Sólo sus compañeros literatos concurrieron al entierro y quizá algún pariente lejano y los viejos partidarios de su tío, que aun permanecían con vida.

Sobre su tumba se sembraron flores que ha marchitado el tiempo. pero su recuerdo de heroína y sus generosos pensamientos permanecen en las letras patrias y su nombre ilustre en la memoria del pueblo que no la olvidará jamás.