211. Funerales y Carnavales

Ni bien iba el muerto por el zaguán y las damas de la casa se recogían a sus dormitorios a descansar el velorio, que en algunos casos podía durar hasta veinte y cuatro horas, verdadero “rush” que tenían que aguantarse los deudos sin dormir.

Casi siempre los funerales salían a las cuatro de la tarde, eran conducidos a pie y despacio, en señal de duelo. A eso de las cinco y media se llegaba a Juan Pablo Arenas, por donde hoy es el Parque de la Madre, sitio que se tomaba invariablemente para llegar al Cementerio y entre las 6 y 6 y 1/2 regresaban del camposanto con la última luz de la tarde y antes que anochesca pero a veces el funeral se prolongaba y entonces los mosquitos hacían su agosto, de allí surgió la famosa frase “Apuren que el muerto apesta” dicha por algún gracioso, para evitarlos. 

De regreso a la casa del duelo, esa noche se dormía a pierna suelta por el cansancio del día, pero a la mañana siguiente todo era agitación. Había que cubrir los espejos y las ventanas con grandes crespones de seda negra, devolver a los amigos las coronas de chaquiras de cristal negro recibidas para la decoración de la capilla ardiente y sin equivocar ninguna para evitar ridículos reclamos y esperar a que llegaran las viandas y platillos de comida, de sal y dulce, que las amistades enviaban de obsequio para aliviar la pena de los deudos y allí venía el chuparse los dedos de antemano, con la ilusión de recibir una gallina a la pepitoria, una pierna de venado horneada, un manjar de coco, unas natillas, el arroz con leche, los huevos hilados, la leche asada, la espumilla, la caspiroleta y algunas delicias aún más complicadas como la Princesa de Angulema, la Carlota Rusa, la Muselina francesa de Chocolate y conac, los biscochitos nevados, las frutas enconfitadas y rellenas y qué sé yo, cualquier otro secreto culinario de entonces y esto se repetía los ocho primeros días, de lo que se concluye que los deudos regalaban parte de estos manjares o morían reventados y entonces se entraría en otro duelo y nuevos regalos y en un círculo vicioso sin fin.

Las ventanas se dejaban de abrir siquiera por un año y es fama que, al producirse la independencia, no faltó una autoridad criolla, pero acérrima partidaria del monarca, que cerró sus toldas por ese tiempo y en señal de dolor político. ¡Valiente bobo!

Las hamacas, que eran muchas, se cubrían de mantas de sedas frías y negras y allí se recibía las visitas de duelo, sobre todo las primeras ocho noches después del entierro, en conversaciones interminables sobre las virtudes del difunto y su última enfermedad. A las diez se despedía la concurrencia y todos a dormir, pero el primero que se iba a su casa, “chivateaba” el duelo y eso era considerado una muestra de mal gusto. ¡Vaya ingenuidad!

Y Ahora hablemos de los carnavales, que antes se jugaban más que ahora. Numerosos caballeros salían en grupos a las calles y viendo chicas hermosas en las ventanas les pedían permiso para subir, esquivando el balde de agua que ellas les tiraban. Una vez al interior, todo era jolgorio y guerra de cascarones de huevos llenados con agua de colonia o con anilinas de colores y luego cerrados con cera caliente. Entonces se iniciaba el baile al son de alguna victrola, pianola o simplemente un piano, que nunca faltaban los artistas del teclado que se prestaban a animar al grupo.

“Pavanas”, “Polcas” y “Habaneras”. “Rigodones”, “Mazurcas” y “Cuadrillas” se disputaban el ambiente y era de ver como giraban las parejas al son de aquellas trasnochadas melodías de la vieja Europa. Por 1870 llegó a Guayaquil el vals y desde 1885 el vals Boston que se bailaba dando vueltas alrededor del salón, con gracia suprema y exquisita elegancia. Por 1920 después de la Gran Guerra nos vino el “One Step”, precursor del Charleston y del “Boogie-Boogie” que causaron furor en los años 30 y 40. De Cuba nos llegaron los ritmos tropicales, “la conga”, “la rumba”, “el Cha cha cha” y “el merengue” y de la Sierra “los yarabiés”, “sanjuanitos” y “pasacalles” ignoro de donde habían arribado “pasillos” que se aclimataron en la Costa y hasta nos convertimos en exportadores de ellos.

Mistelas  y vinitos se paladeaban sin cesar, lo mismo que el fino conac o los populares alcoholes puros   o   aguardientes   “Mallorcas”   y   “Anisado”. El ron arribó mucho después desde Jamaica, el champagne solo para festividades especiales por su alto costo y escasez y los vinos eran solicitados, pero no estaban al alcance de todos los bolsillos. El “Punch ron” o “Ponche” elaborado con Jugos de frutas y alcohol; el “Rompope” de huevos, leche, azúcar y alcohol puro, “El Cardenal” de agua de cascaras de piña y vino tinto y el popular brindis de “Ratafia” ( 1) así como la chicha de maíz de Jora, la de arroz u horchata y la de piña podían ser presentadas sin ninguna vergüenza y en los cuartos interiores hasta se las agradecía, porque allí era donde se bañaban de agua los miembros de la servidumbre, enlaberintados con dicha celebración. Y todo era permitido de domingo a martes, porque al día siguiente nadie faltaba a la misa de imposición de cenizas en las frentes pecadoras, de trasnochadores galanes y de carnavaleras señoritas, que compungidos, reiniciaban la vida normal. 

(1)El licor de Ratafía es una bebida clásica española, tradicional en las poblaciones agrícolas y se la considera antidepresiva y antinflamatoria, de sabor agradable y elaborada siempre en casa con alcohol puro mezclado en igual proporción con alcohol anisado, al que se le agrega toda clase de plantas (raíces y hojas de preferencia) frutas y flores del bosque, así como nueces verdes (una por cada litro de la mezcla de alcoholes) En la elaboración colaboran los niños de la casa con canciones populares pues se entiende que la Ratafía es producto de la tierra, a la que hay que invocar en su elaboración. La mezcla para que se vaya transformando en licor se deja macerar en una damajuana de grandes proporciones, de vidrio y preferentemente de coloración azul o verde a fin de serenar en el patio posterior o fuera de la casa durante once meses, recibiendo luz de sol y de luna. Luego se cuela con mucho cuidado y embasa. Transformada la mezcla en licor, éste debe ser tomado de preferencia para las navidades o cuando provoque o se estime necesario, durante una visita o a diario, pues es más bien un tónico para el organismo sin ser propiamente un remedio. Su sabor es agradable, aunque no lleva azúcar. Esta receta tiene fama de ser milenaria pues nadie recuerda desde qué épocas se viene preparando la Ratafía. Durante mucho tiempo fue una bebida importada y muy popular en Guayaquil, pero ya no se la conoce ni se sabe qué es y a que sabe. Puede beberse fría o al tiempo de estación, que de ambas formas es muy agradable y hasta tiene propiedades saludables.