207. Un Célebre Discurso De José Paúl y Angulo

La noche del 19 de abril de 1.877 tuvo lugar en el Teatro (Olmedo) un meeting político para honrar la memoria de los fallecidos en la campaña militar que terminó con el gobierno del Presidente Antonio Borrero.

Algún orador hizo alusión a la tenaz oposición del Vicario Capitular y Obispo de Riobamba Arsenio Andrade Landázuri y del clero capitalino iniciada en Quito contra la nueva administración  (la Jefatura Suprema  del General Ignacio de Veintemilla) iniciada en septiembre del año anterior y contra su Ministro el liberalote don Pedro Carbo) y cuando la reunión tocaba a su fin, se levantó de improviso el ciudadano español José Paúl y Angulo, recién llegado a Guayaquil, que pasaba por ateo en sus escritos para el pequeño periódico “El Comercio” de su propiedad y pronunció una sorpresiva e insólita conferencia  contra algunos dogmas del catolicismo (la divinidad de Jesús, el carácter de los Evangelios y la santidad de los sacramentos) La reunión  concluyó a capazos  y cada cual se marchó haciendo los comentarios a que se prestaba la aparición repentina de este exaltado orador que nadie conocía en la  ciudad. No se sabía detalles sobre su vida, a no ser que era un acérrimo enemigo de la iglesia católica.

El Gobernador Ignacio de Ycaza Paredes, mejor conocido con el remoquete de Loyola, ordenó al Intendente, el inicio de un Sumario por desacato a la religión. Paúl y Angulo fue apresado en la imprenta donde se editaba su periódico y al ser conducido por las calles al Cuartel de Artillería se armó un tumulto de considerables proporciones ¡No va, No va¡  gritaba el populacho.

Enjuiciado por “atentar contra las creencias religiosas con escándalo de la moral y mengua de la majestad de las leyes” menudearon las publicaciones en pro y contra el discurso, la iglesia, el liberalismo, la libertad de prensa, etc. y se alborotó la ciudad. Los liberales sostenían la defensa de las libertades públicas y garantías individuales (cada quien puede hablar y pensar como quiera) los conservadores opinaban que la inmoralidad, la licencia y el crimen se castigan con la rectitud de la justicia, finalmente el preso fue condenado a salir del país pues no era prudente su presencia en Guayaquil.

Paúl y Angulo nació en Jerez de la Frontera en 1.838, en el seno de una familia acomodada, propietaria de viñedos. Estudió en Inglaterra como señorito rico, luego trabajó en el negocio de exportación de vinos y licores de su familia, Por esos días destacaba como sportman y duelista por su puntería, agilidad y valor a toda prueba.  En 1.866 asistió a la Feria Mundial de París, trabó amistad con varios compatriotas de ideas liberales, exiliados tras el motín de los Sargentos, entre los cuales figuraba el General Juan Prim y Prat, con quien simpatizó tanto que decidieron viajar a Londres a seguir conspirando. En 1.868 volvió a España a organizar el golpe anti monárquico, peleó en las barricadas de esa revolución gloriosa en el mes de septiembre y puso fin al reinado de Isabel II. Entonces fue Comisionado para traer al General Juan Prim de su exilio en Londres, aunque pronto se le distanció por discordar con sus ideas continuistas y moderadas que Paúl y Angulo consideraba una traición a los ideales republicanos de la pasada revolución de septiembre por lo cual decidió unirse al frente de lucha en las sierras de Cádiz y en Huelva. Apresado e indultado, volvió a Madrid convertido en uno de los mayores enemigos del General Prim, quien ya era Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Guerra, a quien atacó desde las páginas del periódico “El Combate” que hizo época por su causticidad y violencia, que Paúl y Angulo fundó y dirigió y como diputado republicano a la Asamblea Constituyente en 1.869, exaltándose aún más cuando la mayoría de los diputados aprobaron la nueva Carta Magna de carácter monárquico. El 70 publicó “La farsa de la revolución de Septiembre”. 

Era un espíritu que no transigía con nada ni con nadie y al saber que Prim había ofrecido la corona de España al Príncipe Amadeo de Saboya, Duque de Aosta, hijo del Rey de Italia, escribió: “Hay que derrocar a Prim”, “Hay que matarlo como a un perro sarnoso”. Por este tipo de oposición se le consideraba un símbolo de fanatismo político y al mismo tiempo de valor personal a toda prueba.

El martes 27 de diciembre de 1.870 al bajar Prim las gradas del Palacio de Cortes se topó con Paúl y Angulo quien seguía de Diputado y a pesar que le reconocía como su adversario, acordándose de los  tiempos en que habían sido amigos en Londres, le invitó cortésmente a subir al carruaje que iba a tomar, siendo respondido con acrimonia  “A todo marrano le llega su San Martín,” ante lo cual el General  no respondió , continuó bajando las gradas y entró al Carruaje, que  tomó por la calle del Turco – estrecha y mal iluminada – donde le esperaban varios sujetos esbozados que le dispararon a quemarropa. Una bala le destrozó el codo izquierdo y otra le dio en el pecho, pero como usaba un protector metálico, no le hizo mayor daño. En cambio, la del codo, se le infectó y ocasionó su deceso tres días más tarde.

El país entero se indignó. Prim era considerado un héroe de la guerra en África y no merecía tal fin. Paúl y Angulo fue señalado como uno de los principales autores intelectuales del crimen y tuvo que salir del país. Instalado en Buenos Aires escribió y estrenó una obra de teatro titulada “Lo absurdo se elimina”, fundó el periódico “La España Moderna” y causó grave escándalo al matar en un duelo a pistola, por simples discrepancias políticas, a su compatriota Enrique Romero Jiménez, Director de “El Correo Español”, mejor conocido como El Cura Romero por haber abandonado los hábitos para hacerse revolucionario y librepensador. 

Cuando en febrero del 73 se proclamó la República española Paúl y Angulo envió una carta a Francisco Pi y Margall, Ministro de la Gobernación, preguntándole si podía volver a España, pero recibió una respuesta imprecisa y prefirió no hacerlo, continuando su vida itinerante por Chile y Perú hasta que arribó a Guayaquil, como ya quedó dicho. Posteriormente visitó Panamá y los Estados Unidos.

De vuelta a Europa se dedicó a propagar las ideas republicanas y tras una vida oscura falleció el 23 de abril de 1.892, sin dejar descendencia, ni renunciar a sus exaltamientos de tipo republicano, a causa de congestión pulmonar y en el departamento de la rue de Saint Honoré que ocupaba en París. Estaba soltero, era un sujeto adinerado, solo tenía cincuenta y cuatro años. En los últimos tiempos se había dado a la morfina.