197. Al Napo Con Todos, Hasta Con Emilio Castelar

El destierro a las regiones del Napo era la máxima pena con que se castigaban a los ecuatorianos durante la dictadura de García Moreno, a no ser que de una vez se les matara aplicándoles la pena capital de la que era tan partidario. Y así transcurrían lentos y mortales los días de la Patria y llegamos a 1870 ¡Año de dominación férrea en donde se comienza a aplicar la Carta Negra o constitución garciana! La prensa yacía amordazada y nadie se atrevía a levantar la voz. García Moreno mandaba con una constitución hecha a su voluntad. En Guayaquil, el joven escritor Eduardo Tama Salcedo redactaba “El Rosicler”, semanario político y social de algún prestigio. En el No. 5 apareció un artículo en que se discutía la infalibilidad papal. ¡Basta y sobra! Inmediatamente García Moreno lo leyó en Quito, montó en santa indignación y envío una posta a Guayaquil ordenando la prisión del alevoso escritor. Al Napo con él, exclamó, en el colmo de la ira.

Llevado el asunto a los tribunales resultó que sólo se trataba de una reproducción tomada del fértil numen de Don Emilio Castelar, ilustre español por mil títulos, al que se respetaba y consideraba como escritor en todo el mundo. Entonces el Juez Antonio Tamariz y García declaró sin lugar la causa y todos rieron a mandíbula batiente del dictador que pretendía silenciar a una de las más autorizadas mentalidades de la vieja Europa.

Pero la cosa no quedó allí ¡Ah eso no! Por algo García Moreno tenía memoria de elefante y al año siguiente Eduardo Tama Salcedo fue detenido y conducido a Quito por escribir un opúsculo titulado “El Juramento Político” en el semanario “El Diario”.

LA SOCIEDAD LITERARIA DE INSTRUCCION MUTUA

Dos años después, igualmente en Guayaquil, se inició la publicación de otro semanario; se trataba de “La Nueva Era” órgano oficial de “La Sociedad Literaria de Instrucción Mutua”, impresodirigido por el joven Federico Proaño Márquez, recién llegado al puerto desde Cuenca, donde había nacido veinticinco años antes.

La Sociedad funcionaba cotidianamente para deleite de sus numerosos miembros en un local alquilado en la calle del Comercio, hoy Pichincha, entre Elizalde y Aguirre,  entre sus miembros destacan el presidente Emilio Gómez, de nacionalidad colombiana, propietario del almacén de telas La Maravilla, los liberales Rafael Caamaño, Miguel Valverde, sus primos Femando y José Antonio Gómez, Federico Pérez Antepara, Olegario Puga y el Presidente de todos ellos Ramón Pérez, colombiano que escribía bien y bebía mejor, bueno como la miel y algo adicto al alcohol, como ya se ha dicho.

En las reuniones de la Sociedad se conversaba y discutía de ciencia, arte y literatura. De vez en cuando se hablaba de política y casi siempre alguien recitaba, otro leía y alguno escribía, vaciando pomas de vinos, esencias y mistelas como para alegrar las charlas.

Una que otra conferencia nunca caía mal y en ellas intervenían invitados numerosos intelectuales de nota, como el Obispo Luis de Tola, el doctor Francisco X. Aguirre y el perínclito Vicente Piedrahita. También se acostumbraba leer selecciones de autores clásicos y románticos de la vieja y nueva guardia, prefiriéndose a los de moda. Entre los franceses a Lamartine y Chateaubriand, de Italia a Manzoni, Lord Byron entre los ingleses y Larra, Martínez de la Rosa. Espronceda, Saavedra, Donoso Cortés y Castelar por España. Mi tía Carmen Pérez de Rodríguez – Coello fue llamada en alguna ocasión para dictar una charla sobre la mujer en sociedad. En el No. 54 del semanario de la Sociedad apareció un artículo sin firma titulado “Correspondencia Importante” que comentaba la triste situación del Ecuador, abocado a una reelección presidencial que nadie deseaba pero que inexorablemente se realizaría.

El opúsculo era veraz hasta la pared del frente, mortífero como pocos y más claro y meridiano que la luz del Sol. García Moreno quedaba muy mal parado y él lo sabía, por lo que inmediatamente ordenó al Gobernador del Guayas Antonio José de Sucre y Lavayen, que apresara al autor causante de tanto alboroto, que no se conocía quien era puesto que el artículo no llevaba firma alguna de responsabilidad.

LA VENGANZA DE LA DICTADURA

Proaño ya no figuraba al frente de la redacción de “La Nueva Era”, se había separado voluntariamente dejando a Miguel Valverde en reemplazo; pero, se decidió escarmentar a ambos y el Gobernador los remitió detenidos a los calabozos del Cuartel de Artillería. Pasándolos después a los de la Cárcel Pública donde, para castigarlos aún más, se ordenó tapiar la única ventana que permitía el paso de la luz a la celda.

Fueron largas horas de agonía para los jóvenes escritores que esperaban su juzgamiento. Horas propicias para la desesperación y el ocio y que aprovecharon en escribir obstinadamente. Proaño se inspiró en la puerta de la celda y elaboró un magnífico “Ensayo” en el que habla de cómo una simple puerta puede separar a los seres, de cómo crujen algunas, de las más famosas del mundo y la historia, evocando las del cementerio, manicomio, cárcel y hospicio. Eran los tiempos en que la Cárcel Pública de Guayaquil servía también de asilo para dementes y se veía cada caso como para espeluznar al más cuerdo. Ayes y gritos aterradores no era raro escuchar a media noche provenientes de celdas vecinas donde yacían entre la niebla de la locura más de un centenar de infelices, que más que seres humanos parecían fieras sacadas de la irrealidad.

¡Por fin! Al cabo de dos largos meses de prisión, el Juez letrado los sentenció favorablemente por falta de causa justificativa de la comisión del delito político de sedición y ordenó la libertad para ambos;

Mas, el oficioso Gobernador no aceptó la sentencia y recurrió al doctor Esteban Febres Cordero, Ministro Fiscal de la Corte Superior del Distrito de Guayaquil, en procura de alguna medida legal que favoreciera al régimen. El Juez letrado renunció como protesta contra el atropello y el Fiscal en su Vista, dictaminó en los siguientes términos: “El artículo periodístico materia del enjuiciamiento solo contiene vanas declaraciones, por lo mismo, insuficientes para constituir un delito claro y definido como es el de sedición”.

Nuevo fracaso para la dictadura ¡Tal parecía que no existía Juez o Ministro que apoyara al régimen en la ciudad! El propio García Moreno tomó cartas en el asunto y el 25 de Noviembre de 1874 en comunicación dirigida al Ministro del Interior le manifestó la conveniencia de que los detenidos Proaño y Valverde fueren remitidos a Quito para proceder a su justo castigo.

Ante esta orden perentoria e indiscutible que entrañaba una doble injusticia porque se les declaraba culpables de la comisión de un delito por el que habían sido juzgados y sentenciados inocentes y porque se los privaba de sus jueces naturales que eran los de Guayaquil, el pobre Ministro sólo pudo obedecer y callar y el 28 de Enero del año siguiente los periodistas fueron remitidos a Quito; pues, el Presidente, para dar visos de veracidad al saínete, había visitado el Puerto con el fin de desbaratar un complot que ha pasado a la historia con el nombre de “Revolución Cuencana” por la supuesta participación de los doctores Antonio Borrero Cortázar, Rafael María Arízaga, Antonio Moscoso y otros morlacos más y hasta  algunos guayacos.                    

Llegados a Quito el 11 de febrero tras muchas penalidades, se les internó en el Cuartel de Policía incomunicados. Allí se acostumbraba “lavar el cerebro” y el Jefe Jorge Villavicencio utilizó con ellos el método indirecto para hacerlos confesar. Se los mimó y hasta les contó cosas y casos en contra del pícaro que escribió el artículo origen de la situación para sonsacarles su nombre y a la postre, en vista del resultado negativo, se reportó desfavorablemente al Palacio de Gobierno, donde no se hizo esperar la condena a destierro perpetuo en el Perú por vía del Napo.

SE CUMPLE EL DESTIERRO

Y allí fueron los escritores Proaño y Valverde cuando sólo contaban veintiocho años, eran unos jóvenes inexpertos y hubieran fallecido como muchos otros compatriotas a no ser por la providencial ayuda que les proporcionó Manuel Jara; cuando, solos, hambrientos y en estado preagónico los encontró ABANDONADOS por el Jefe de la escolta que los conducía, un criminal Capitán Rivadeneira.

Jara los llevó a su campamento y luego a Callaposa, pasándolos después a Iquitos. De allí siguieron a Lima demorando cuatro meses en la travesía: Proaño perdió cuarenta y cinco y Valverde cincuenta libras y llegados a la ciudad Virreinal en tan mal estado, la colonia ecuatoriana de desterrados realizó una colecta e les internó en un hospital para que se recuperen del viajecito.

A los pocos meses moría asesinado el Dictador y era elegido para sucederle el ilustrado Dr. Antonio Borrero y Cortázar, nada menos que el autor del malhadado artículo que costó a Proaño y a Valverde tantas amarguras ¿Les compensaría Borrero, en alguna forma, tanto sacrificio? ¿Pagaría la valentía de los jóvenes que prefirieron sufrir el destierro antes que revelar su nombre? ¡Ah caro lector! Qué dirías si te cuento que no y que para colmos, el buenazo de Don Antonio tuvo la debilidad de dirigirse al doctor Mariano Cueva en carta de 21 de Junio de 1876 indicándole que: “HOMBRES INSIGNIFICANTES POR SU POSICIÓN POLÍTICA Y SOCIAL COMO PROAÑO Y VALVERDE etc.”.