Un amplio zaguány una ancha escalera conducían al primer piso y a la antesala, salón de recibo o “asistencia”, espacio iluminado por el claustro central de finas columnas y baranda de hierro adornado por los tallos trepadores del jazmín del cabo de España de flores de cinco pétalos que embalsamaban el ambiente.
Esta asistencia servía para recibir a las visitas de confianza, ahijados, compadres, vecinos, parientes, antiguas domésticas, etc. tenía cómodas butacas de esterilla y estaba vecina al gran salón, que permanecía cerrado y solo se abría para las visitas anunciadas con anticipación.
Este Salón no daba a la calle directamente si no al gran corredor que rodeaba la casa, estaba alumbrado con alguna araña de cristal, con briseros también de cristal para las velas y luego para los focos eléctricos cuando éstos hicieron su aparición en la ciudad hacia 1.910. En sus paredes colgaban serios y oscuros retratos al óleo de parientes fallecidos, doradas consolas de azogados espejos belgas y el juego de muebles de veinte y cuatro piezas, casi siempre de estilo francés, dorado o plateado al pan de oro o al pan de plata impreso al fuego, si era estilo Luis XV o Luis XVI. Estos juegos se componían de dos sillones dobles, dos “tú y yo” una mesa central, cuatro mesitas laterales, un burro pie y catorce sillas individuales. Por “burro pie” se conocía a un banquito acolchonado para que las señoras ancianas descansen sus pies; por “tú y yo” a unas delicadas sillas dobles, donde una persona se sentaba para adelante y otra para atrás y de tal suerte podían conversar cerquita la una de la otra; pero estos tu y yo recién entraron a Guayaquil después de 1.870 con el art nouveau francés y fueron considerados lo mas chic del momento, aunque muchas damas los tildaron de confianzudos. Las consolas podían tener espejos con coronaciones y entonces se llamaban Troumeau. Algunas eran verdaderas obras de arte. Las había con angelitos desnudos tocando diversos instrumentos musicales. Otras eran de ratoncitos, uvas, ramas y hojas de parra, pero las mejores estaban coronadas o timbradas, y en Europa sólo podían ser usadas por las autoridades o personajes muy prominentes. La gran alfombra central, si era Mouvoisin mejor que mejor, varias consolas con sus guardabrisas, un piano, un arpa, guitarra o rabel, las cortinas y los cortinajes completaban el Gran Salón. Si la recepción era con baile, se retiraba con tiempo la alfombra.
Algunas casas tenían su oratorio donde se velaban los santos protectores y había un altar privilegiado por rescriptum y hasta con la reliquia traída de Roma. Imágenes talladas y óleos con motivos religiosos integraban el ambiente.
Los dormitorios llamaban cuadras y daban al corredor, que a su vez se comunicaban con las toldas o ventanas y era de muy mal gusto que dieran directamente a la calle, en su mayor parte eran muy estrechas y por eso se prestaban a toda clase de intimidades.
La azotea al aire libre servía para lavar y secar la ropa, como gallinero a veces, y para los traviesos loros y monos del vecindario. No había la profusión de servicios higiénicos como hoy, con uno solo bastaba entonces, se llamaba excusado y estaba ubicado en el cañón, es decir, al fondo de la casa y dando al traspatio. Allí se depositaba el barril de abrómicos o excrementos y las vacinillas con tapa para uso doméstico, pues cada habitante tenía la suya propia Después del Incendio Grande de 1.896 las nuevas casas de madera tuvieron el buduá o cuarto de higiene, con tinas de metal y patas con garras de león, duchas semicirculares, mesitas de afeites femeninos con peines y peinillas, pomas de cristal con esencias y perfumes. El cuartito de costura y el de vestirse podían estar al lado del dormitorio de la señora de la casa.
La cocina, la alacena, el horno, el cuarto del tinajero para el agua que se filtraba gota a gota a través de una piedra porosa sacada de la ría a tiempo de la repunta, que es cuando no se mezcla con el agua salobre del golfo. En las esquinas estaban los botijeros de barro cocido donde depositaban el agua de la ría los aguateros, y el de la leña y/o carbón se situaban casi siempre fuera de las casas, separados por el pasadillo de la media – para que los olores de la cocina y sobre todo, el humo de la leña o el carbón, no contaminen las habitaciones. En otras ocasiones el cuarto del carbón y/o leña estaba situado en los bajos de la escalera, pero esta costumbre se tornó asaz peligrosa por los incendios y terminó por caer en completo desuso.
El comedor era igualmente grande y estaba cerca de la media – agua para facilitar la conducción de viandas. Los comedores no daban ni a la calle ni al corredor, sino al claustro y a una “solana” o sitio para tomar el sol, donde sólo cabían jaulas con loros y pericos, catarnicas y diostedé y los viejos salían a asolearse, de allí el nombre de solanas
Los minaretes, alminares o torres de vigilancia comenzaron a usarse desde 1.800 pero no progresaron. Allí se acostumbraba colocar hamacas para recibir el fresco de Chanduy.
Las buhardillas comenzaron a partir del siglo XX, tras el Incendio Grande y el Incendio del Carmen, y eran lugares oscuros, casi sin ventanas, ubicados en la parte superior del primer piso alto de las casas de madera, donde se podía depositar todo lo inservibles.
En la planta baja existía el amplio patio central empedrado, un pozo y su brocal, rodeado de diamelas, rosas de Castilla, trepadoras madreselvas, mastuerzos, montenegros y perfumadísimas albahacas.