144. El bloqueo naval de Guayaquil en 1858

Desde la suscripción del Tratado de Guayaquil el 22 de septiembre de 1829 luego de la victoria de Tarqui, nuestros vecinos del sur buscaban cualquier oportunidad para tomar desquite y ésta se presentó en 1853 cuando el Congreso de Perú creó el Gobierno de Loreto, en terrenos de la amazonía ecuatoriana; desconociendo de hecho, los límites fijados en 1829.

En Lima, nuestro Plenipotenciario Pedro Moncayo protestó por el abuso en nota presentada el 18 de marzo, indicando que esa inconsulta resolución no perjudicaba nuestros derechos, aunque atentaba contra ellos, e inmediatamente comunicó el particular a la Cancillería, que el 27 de noviembre solicitó al Congreso Nacional la declaración de la libre navegación de los ríos Chinchipe, Santiago, Morona, Pastaza, Tigre, Curaray, Naucana, Napo, Putumayo y, demás afluentes del Amazonas y a éste en la parte que era ecuatoriana. El 10 de diciembre el Ministro peruano de Quito, Mariano José Sanz, en nota al Canciller ecuatoriano Marco Espinel, indicó que Perú desconocía nuestros derechos sobre muchos de esos ríos, por estar comprendidos dentro de sus límites, pertenecerles e integrar su territorio por la Real Cédula de 15 de Julio de 1802, que si bien fue acatada por la Audiencia de Quito, nunca se cumplió por la costumbre colonial de ejecutar solo lo conveniente; incluso, muchas Ordenes llegaban a América con tanto retraso que ya no solucionaban necesidades.

ACTITUD DE LA CANCILLERÍA ECUATORIANA

Entonces se vio la imperiosa necesidad de negociar un Tratado de Límites con el Perú y el doctor Espinel consiguió del ejecutivo plenos poderes, pero la situación política de nuestro vecino impidió toda conversación. El Ministro Pedro Moncayo, conjuntamente con Manuel Anzíbar y Antonio L. Guzmán. Plenipotenciarios de Venezuela y Colombia en Lima, firmó una declaración conjunta, por la que esas naciones, el 26 de junio de 1854 establecían las bases futuras de cualquier negociación sobre “La Hoya del Amazonas”, propiedad de todos los países cruzados por los afluentes de ese gran río.

CONVENIOS PARA EL PAGO DE LA DEUDA INGLESA

Los acreedores de la Deuda de la Independencia perurgían en Quito, alegando que al Ecuador le tocaba el pago de 1’424.579 libras esterlinas, según el convenio suscrito en Bogotá el 23 de diciembre de 1834, entre los representantes de Colombia y Venezuela, Lino Pombo y Santos Michelena, respectivamente.          

Elías Mocatta, Cónsul de Inglaterra en Guayaquil, representaba a los acreedores y el 6 de noviembre de 1854, con el Canciller Espinel suscribió un Convenio, por el que Ecuador se comprometía a efectuar una emisión de bonos por la suma de 1’824.000 libras esterlinas como pago total de la deuda. Los bonos ganarían el 1% de interés anual y el estado los recogería a la par, en anualidades, con el producto de las rentas íntegras de las aduanas del país, a pesar de que en la calle los bonos se vendían con un descuento que fluctuaba entre el 4 y el 10%.

Ya sea por falta de previsión o error de cálculo, al llegar la fecha fijada para la primera redención, el gobierno cayó en mora y los bonos se depreciaron terriblemente con perjuicio de los tenedores. Para colmos, era tan pobre la recaudación de las aduanas en 1856, que los tenedores de bonos – en su mayor parte ingleses – enviaron a un nuevo Comisionado.                                 

El Ministro ecuatoriano Francisco Pablo Ycaza Paredes firmó el 21 de septiembre de 1857 con mister Prichett, ministro inglés en Quito, un Convenio por el que se comprometió a pagar la cuarta parte del exceso que sobre 400.000 pesos anuales ingresen al erario nacional por concepto de las aduanas y, en caso contrario el 1% sobre la suma de 1.824.000 libras esterlinas, que era el total de la deuda que habíamos reconocido al emitir los correspondientes bonos.

Las buenas intenciones de Ycaza se vieron empañadas por una cláusula accesoria que entregaba a los tenedores de bonos cien mil cuadras en el delta del Pailón (Esmeraldas) o en la región de Canelos o en los ríos Zamora, Súa, Atacames y Zulima y más 400.200 cuadras entre los ríos Cañar y Pucará, lo que se oponía estrepitosamente al Convenio internacional suscrito por nuestro Diplomático Teodoro Gómez de la Torre, meses antes, en Bogotá, con el Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia Lino de Pombo y por el que adquirimos el compromiso de prestarnos ayuda mutua para la conservación de la integridad territorial ¡Al fin en qué quedábamos: respetábamos los tratados internacionales o simplemente los ignorábamos!

REACCION PERUANA DE 1857

La Cancillería de Perú estaba alerta a estas negociaciones y desde la protesta del Ministro Sanz en 1853 había resuelto no permitir la libre navegación por los ríos de nuestro oriente amazónico, reputado peruano en virtud de la Real Cédula de 1802. Por esto, al conocerse en Lima el Convenio Ycaza – Prichet, ese gobierno designó Ministro en Quito a Juan Celestino Cavero quien llegó a la capital con la secreta consigna de causar problemas al gobierno del General Francisco Robles.

Dos fueron las razones que movían a Perú contra el Convenio del Canciller Ycaza, a saber:

1) Que allí se concedía a nuestros acreedores, terrenos que en Lima estimaban como de propiedad peruana, y

2) Que cualquier colonización europea en esa zona impediría su continuo avance imperialista.

Por todo esto Cavero molestó desde el principio de su gestión diplomática, pues en la capital hizo ostentación de pujos nobiliarios, llegando a decir en cierta ocasión que nadie había más noble que él y “probando” tal aserto, por el hecho de estar casado con una bella señora, de noble prosapia ecuatoriana.

LA NOTA PERUANA DEL MINISTRO CAVERO

Poco después Cavero envió a Lima una nota en la que tergiversó los convenios celebrados con los acreedores ingleses, manifestando que atentaban contra la integridad y seguridad de las naciones americanas, porque “en estos momentos”  un grupo de ingenieros peruanos acaban de recorrer algunos afluentes del Amazonas constatando que las riberas se han concedido en propiedad a individuos de esa nación, muchos de los cuales han regresado a Londres, a construir barcos que con banderas inglesas surcaran el Amazonas.

Y como para corroborar tal aserto, Cavero mencionaba el Protocolo Espinel – White celebrado el 29 de noviembre de 1854 entre Ecuador y Estados Unidos, por el que cedíamos a ese país una extensa zona costera y el archipiélago de las Islas Galápagos en arrendamiento por noventa y nueve años, a pesar que dicho instrumento fue inmediatamente desconocido por el Presidente Urbina. Cavero aseguró que: “es la primera fase de la entrega territorial ecuatoriana a otros países, en detrimento de las demás naciones sudamericanas”.

Así las cosas, Cavero quedó como patriota y hasta pasó por americanista. Perú salió en defensa de la soberanía de estos países de la América del Sur y el Vice Presidente ecuatoriano doctor Marcos Espinel, uno de los más atacados por la nota peruana, sin medir las consecuencias de su acto, devolvió la misiva a Cavero y le envió pasaportes al Perú, dando por finalizado su labor en Quito ¡Error grande y lamentable que nos condujo a una situación de hecho de incalculables consecuencias! Días después, el Presidente Robles, más ponderado que Espinel, trató de arreglar la situación sin conseguirlo, porque Cavero había logrado lo que venía persiguiendo: crear pugna para que el Mariscal Ramón Castilla, Presidente del Perú, declarare la guerra.

El 27 de octubre de 1858 zarparon del Callao diez y siete barcos de guerra peruanos con destino al Golfo de Guayaquil al mando del Almirante Ignacio Mariátegui; pues, un día antes, el Congreso y el Presidente peruano habían decretado el bloqueo de las costas y puertos ecuatorianos. Roberto Andrade cuenta que el General Juan José Flores se ofreció a Castilla para formar parte de esa escuadra siendo rechazado y que su hijo Reinaldo Flores Jijón, mozo de escasos años, logró embarcarse, regresando al poco tiempo a Lima por haber tenido no sé qué líos con una mujer, en tierras ecuatorianas.

El 31 fondeó la escuadra en Puna y poco después se conoció la noticia en el país; estábamos en guerra y para colmos bloqueados y sin fuerzas navales capaces de oponer resistencia al invasor. Por su parte, el Mariscal Castilla, cazurro como era, desde Lima dio vueltas al asunto sin atreverse a calificarlo de guerra o invasión y soto atinó a decir: “Estoy en misión”, “esta es una visita armada”, ”iré a ayudarlos”; etc. Curiosa visita, misión o ayuda, porque en medio de tan risueñas declaraciones se levantó el feroz cerco de Guayaquil, que impedía todo ingreso de víveres y sumió a la población en situación por demás estrecha.

Noviembre y diciembre de ese aciago año 58 pasamos cercados. Los pocos barcos que lograron arribar lo hicieron merced al permiso y salvoconducto de la escuadra peruana. Robles se desesperaba en Quito y designó Ministro Plenipotenciario en Lima a Benigno Malo para ver si era posible llegar a un honroso acuerdo con Castilla; pero Malo nada consiguió por la obstinada oposición que recibió del Canciller peruano Manuel Ortiz de Ceballos, pintoresco personaje al que Pedro Moncayo califica de jurisconsulto hábil y acalorado defensor de los planes de Castilla contra el Ecuador. Malo, a pesar de ser hombre cultísimo y hasta erudito en algunas ciencias, atravesaba por un período de debilidad a consecuencia de la grave dolencia que le venía aquejando y sufrió un desmayo el día de la presentación de sus Cartas Credenciales, oportunidad que aprovechó Castilla para decir a uno de sus allegados: “Allí tiene usted la imagen de esa republiquilla que trata de provocarnos la guerra…”

Entonces el General Flores quiso convencer a Malo de la inutilidad de su gestión; lo visitó en el hotel y le recriminó por la misión que ostentaba, pero Malo le dijo: “No sirvo a Urbina o a Robles, sirvo a mi Patria. Soy como los antiguos, por ejemplo: Camilo” (refiriéndose al patriota romano)

—Déjese de antiguallas. Malo, porque esas son fábulas de Tito Livio

—Fábulas o no, siempre debemos observarlas como máximas de honor y moral. Así, siempre rechazaré a los Coriolanos y tenderé mi mano a los Camilos.

Flores se retiró amostazado por la indirecta, diciéndose para su interior: Toma, por haber alzado a Malo, sacándole de Cuenca para hacerle Ministro.

EL INCIDENTE DEL CONGRESO

Mientras tanto el General Robles luchaba con el parlamento para obtener las facultades extraordinarias y García Moreno se oponía. Robles hizo llamar a Urbina que estaba en Guayaquil, para ver si lograba convencer á los diputados y senadores y lo hubiera conseguido de no haber sido por la oposición de Pedro Moncayo. Al fin, fracasadas estas gestiones, Urbina abandonó el recinto con los Senadores Robles, Valverde y Andrade Fuente Fría, los Diputados Joaquín Fernández de Córdova, Arcia, Murillo Otoya, Martínez, Velásquez, Ubillus y Martín de Ycaza Paredes y el doctor Camilo Ponce Ortiz, Oficial Mayor de la Cancillería, que en esa sesión hizo las veces de Ministro.