El 8 de octubre de 1818 James Thompson arribó a Buenos Aires después de un viaje de doce semanas que comenzó en el puerto de Liverpool, con el objeto de propagar el método lancasteriano de enseñanza mutua, a base de ayudantes o monitores escogidos entre los mismos alumnos. Thompson traía como texto de lectura una regular cantidad de Biblias y folletos con historias sacadas del nuevo Testamento, pero pronto olvidó su misión principal y se dedicó a comerciar Biblias, que en América eran sumamente escasas debido a una serie de factores políticos y religiosos imperantes en esos obscuros días del colonialismo español. Con él ingresaron las Biblias protestantes a América que publicaba en Londres la Sociedad Bíblica Británica, teniendo como pretexto la difusión de un método de aprendizaje que imperó desde finales del siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XX inventado por José Lancaster, educador nacido en Londres en 1778, de origen humilde, hijo de padres obreros, quién conoció desde muy joven las angustias y miserias que acarreaba la ignorancia en su época y movido por el ardiente empeño de enseñar abrió en la parroquia de Borough una escuelita para niños pobres que pagaban como podían y a veces ni siquiera eso.
Lancaster era un humanista y entró en amistad con varios pastores protestantes de los contornos; quienes, viendo sus nobles empeños, empezaron a ayudarlo entregándole ejemplares de la Biblia para que sirvieran de textos de lectura, pues no había otros. Poco después creció el número de alumnos y Lancaster contrató a dos ayudantes. I como la mayor parte de los educandos no abonaban sus pensiones, debió despedirlos, escogiendo de entre sus alumnos a los más aplicados para que sirvieran de asistentes y monitores, explicando a los demás lo que oían muy por la mañana; igualmente corregían las tareas, tomaban lecciones y controlaban el orden.
Este método, elemental y sencillo, fue sumamente beneficioso para la época y alcanzó hacia 1800 un éxito sin precedente. De pronto Lancaster se vio protegido por la nobleza de Inglaterra que le dispensó sus favores, llegando él solo a fundar más de quinientas escuelas regentadas por la sociedad que lo patrocinaba y aunque su suerte no es materia de esta Crónica, bastará informar que recorrió Europa y luego América cosechando lauros de los gobiernos. En Colombia fue recibido por el Libertador, quien lo felicitó efusivamente y lo estrechó en sus brazos; así es que no debe extrañar que sus seguidores le hubieren precedido por estas apartadas regiones.
Thompson fue uno de ellos. De temperamento profundamente religioso y abierto a toda iniciativa, pronto se vio envuelto en una serie de atenciones motivadas por las Biblias que vendía. En Guayaquil entregó 738 ejemplares, cantidad elevadísima para la población de esa época y que solamente fue superada en Lima donde colocó más de 1.000
En carta del 18 de noviembre de 1824 manifestaba a la Sociedad Bíblica de Londres que había recibido la propuesta de fundar la primera escuela Lancasteriana de Colombia en Guayaquil pero que debido a sus múltiples ocupaciones, la había rechazado, pues debía continuar viaje a Quito por la Vía de Babahoyo, Riobamba y Ambato que entonces era la más transitada. A principios de Noviembre arribó a la capital y tuvo que rebajar el precio de cada Biblia, de ocho a seis reales solamente, por las escasas posibilidades económicas que encontró en el comercio de esa población y luego de tres semanas siguió a Bogotá donde arribó el 29 de Enero de 1825, fundando la «Sociedad Bíblica de Colombia» bajo la presidencia del Ministro de Relaciones Exteriores; una vez cumplido con este elevado cometido siguió a Cartagena de Indias y finalmente embarcó a Inglaterra en 1826, después de un penoso pero admirable viaje de ocho años por las regiones equinocciales del nuevo mundo y aún de su parte austral.