En 1.809 vivía el General Francisco de Miranda en su casa en Graiton Street, barrio londinense de Picadilly, exiliado de su Patria, pero no estaba pobre ni mucho menos, le agradaba recibir y atender a sus amistades con el don de gentes que lo caracterizó siempre y que le permitió triunfar en las principales cortes europeas, rumorándose incluso que llegó a ocupar el lecho de la Emperatriz Catalina II de Rusia, de quien fue protegido muchos años hasta que se metió a defender la revolución francesa pues siempre fue un sujeto hiperactivo de acción y pensamiento.
Era tenido y considerado hombre de recursos y aptitudes y una especie de héroe romántico, puesto que los americanos jóvenes admiraban al sobreviviente de la época del terror francés y al ilustre vencedor en la batalla de Valmy que salvó a la república francesa de las acechanzas de los prusianos. Los ingleses, queriendo opacar a un Napoleón, que emergía triunfador en todas partes, lo presentaban como un héroe republicano verdadero y efectivamente lo era.
Entre sus visitantes estaba el Canónigo José Domingo Cortés de Madariaga que gozaba de toda su confianza, quien le escribe haber conocido a un joven mexicano llamado José María de Antepara, muy metido en negocios y de visita en Londres. Días después Antepara fue conducido a Miranda, quien lo sumó al grupo de caballeros masones que él dirigía con fines revolucionarios en sus Logias lautarinas, así llamadas en honor al héroe indígena Lautaro, donde era fama que se hablaba más de la independencia que de los temas ritualísticos masónicos.
Allí comenzó Antepara su epopeya, pues se olvidó de su esposa y aún de sus hijos dejados en México para dedicarse por entero a servir a Miranda, publicando a principios de 1.810 en la Imprenta de R. Juigne, situada en Margaret Street No.17, Cavendish Square, la obra titulada Emancipación Americana, con documentos históricos y explicativos que muestran los propósitos en curso y los esfuerzos hechos por el General Miranda para conseguirla, durante los últimos veinticinco años, en un volumen íntegramente escrito en estilo claro fácil y ameno, que le muestra como hombre de excelente cultura, de donde se ha originado el infundio que fue jesuita expulsado, lo que no es verdad.
I tan entusiasmado se mostró Antepara con la independencia que surgió en él una nueva iniciativa, publicando El Colombiano, periódico quincenal de ocho páginas a dos columnas, cuyo primer número apareció en Londres el 15 de marzo de 1.810 y llegó al cinco el 15 de Mayo siguiente, deteniendo su circulación por dificultades políticas para evitarle al gobierno inglés continuar dando explicaciones al Embajador español.
El Colombiano tenía un lema tomado de las obras de Cicerón, muy a propósito porque trata sobre la libertad del hombre. Fue prohibida su circulación en España y hasta calificado de Papel incendiario y también se impidió su libre introducción en América, pero nuestro paisano se las ingeniaba para burlar las aduanas guardando El Colombiano entre ornamentos sagrados, y manos amigas lo recogían al abrir los cajones, librándole de las llamas inquisitoriales.
En Londres conoció Antepara a ilustres americanos de la talla de Simón Bolívar, Andrés Bello y José López Méndez quienes arribaron a conferenciar con Miranda el 9 de Julio de 1.810, a bordo de la goleta General Lord Wellington, comisionados por la Junta Central de Caracas.
El día 19 los recibió el Ministro Wellesley en el Foreing Office, a donde los condujo Miranda. Esta recepción contó con la asistencia de otros próceres americanos entre los que figuró Antepara, después Miranda los invitó a su casa y allí tuvieron la oportunidad de tratarse y conocerse mejor. El propósito de los comisionados no era otro que solicitar el apoyo de la armada inglesa para el caso que Francia, por entonces dueña de España, bloquease las costas de Venezuela. El Embajador de España, Duque de Alburquerque, presentó una nota de protesta ante la cancillería británica y solicitó a la prensa que no diera el título de Embajadores americanos a Bolívar y sus compañeros, sino el de simples insurgentes.
Dos años después Simón Bolívar y otros más entre los que se encontraba Antepara, desembarcaron en Venezuela portando varias ofertas de ayuda de los ingleses y anunciando la pronta llegada de Miranda. La campaña militar fue sangrienta y a la postre Miranda fue entregado a los españoles que lo enviaron a una de las carracas de Cádiz cargado de cadenas y prácticamente sentenciado a prisión perpetua, pero la muerte se lo llevó en 1.816. Bolívar y Antepara lograron salvarse la noche de la traición y embarcados en el bergantín Saphire fugaron a Curazao, donde Antepara debió escoger entre viajar a México, ciudad en que lo esperaba su esposa e hijos, aunque también podía correr peligro dadas sus actuaciones insurgentes en Londres o regresar a Guayaquil a casa de su madre y hermana. Al final y después de muchos titubeos, prefirió venir a Guayaquil donde no sería reconocido tan fácilmente como en México, por ser un pequeño puerto de provincia y no una poderosa capital de virreinato.
Lo más probable es que arribara en 1.813 por la vía de Panamá, pero la fecha exacta se ignora. Destruge menciona que Antepara figuró entre los valientes defensores de Guayaquil en febrero de 1.816 durante la invasión de las fuerzas navales del Almirante Guillermo Brown, quien fuera confundido y tratado como pirata.
Rocafuerte llegó en junio de 1.817 y encontró a Antepara, se hicieron amigos y le enseñó francés en su domicilio, a condición que transmitiera la enseñanza de dicho idioma a varios jóvenes y que lo practique leyendo la Historia de los Estados Unidos por el Abate Reynal, el Contrato Social de Rosseau y el Espíritu de las Leyes de Montesquieu a fin de que se propaguen esas ideas en nuestro medio. I como el viejo periodista no había olvidado su vocación de escritor, en 1.819 comenzó a enviar unos Rataplanes al cascarrabias Coronel Juan Mendiburo, Gobernador de Guayaquil. Van algunos: // Tenga cuidado don Juan / porque este pueblo insurgente / le ha de jugar, de repente / alguna… de rataplán. // aludiendo al sonido de los tambores que asemeja un rataplán cuando se toca retirada.
Aquí va otro // Cuidado señor don Juan / se caiga de la maroma // le aseguro que no es broma // lo que preparándole están. // También se conoce un tercero // Señor Mendiburo, alerta / alerta, señor don Juan / porque la cosa es muy cierta / y un bromazo le darán. // siendo que estos rataplanes le llegaban al señor Gobernador de las formas más sutiles y siempre en los momentos menos pensados, como si algún espíritu lo estuviera persiguiendo y conociera sus movimientos.
I tanto molestó al Coronel Juan Mendiburo con estos Partes de Novedades rimados y confidenciales que éste comprendió que estaba sentado sobre un polvorín revolucionario y para evitarse el mal rato pidió licencia y se alejó a Lima, siendo sucedido por el Coronel Juan Vasco y Pascual.
De esa época es la amistad de Antepara con otro masón, José de Villamil y Joly, muy menor en diez y nueve años a Antepara, que había sido expulsado de Maracaibo por el Gobernador español Mirayes debido a que se había comprometido con sus dos hermanos en un complot organizado por los Diputados de las Cortes de Cádiz para declarar una revolución liberal en América contra el régimen de Fernando VII (1)
Antepara y Villamil realizaron los preparativos de la revolución de Octubre que comenzó con el baile celebrado en casa de Villamil en honor a la joven Isabelita Morlás, circunstancia propicia para que Antepara organice en el cañón de esa casa una salita secreta que denominó “La Fragua de Vulcano” donde se conocieron los comprometidos con tres jóvenes recién llegados, miembros del batallón Numancia, de paso hacia el norte, que poseían los conocimientos militares necesarios para tomarse los cuarteles de la plaza exitosamente..
En la madrugada del día lunes 9 de octubre de 1.820 se produjo la revolución. El 8 de noviembre de ese año se reunió el Colegio Electoral del Guayas, asistió como Diputado por Guayaquil y le designaron Elector – Secretario y en junta con Olmedo fueron los autores del anteproyecto del Reglamento Provisorio que se aprobó y sirvió de Constitución Política. Tres días después, el once, el Coronel Juan de Dios Arauzo, Comandante General de la plaza, solicitó y obtuvo que Antepara sea designado su Secretario, actuando en 1.821 como Ayudante de Campo del General Antonio José de Sucre, con quien combatió en la segunda batalla de Huachi.
La versión oficial dada por Villamil en su famosa “Reseña” publicada en Lima en 1.863 dice que en un momento crucial del combate Sucre le entregó una orden que debía ser comunicada al otro flanco y no queriendo Antepara dar un rodeo para evitar las balas enemigas, se lanzó en veloz carrera sobre brioso corcel. Poco trecho después murió atravesado por un disparo. No pudo llegar a su destino quién jamás faltó a la cita de honor que hizo desde muy joven con la diosa libertad; mas, en El Patriota de Guayaquil y con motivo de sus honras fúnebres celebradas en el templo de la Merced, se escribió que habiendo caído rendido y tomado prisionero fue asesinado por los españoles. Esto me parece más de acuerdo con la realidad, pues la primera versión es algo fabulosa.
Ignórase donde reposan sus restos porque como esa batalla la perdimos, nuestras tropas regresaron a Guayaquil en retirada, dejando a sus heridos, prisioneros de los españoles. I en la reseña de sus honras solo se menciona que en la iglesia de la Merced se levantó un túmulo en su memoria sin hablar de cadáver o restos. Otro asunto que se ha prestado a confusiones es la edad del difunto, pues la Reseña dice que murió a SU edad de treinta y tres años cuando en realidad frisaba los cincuenta y uno, siendo treinta y tres una clarísima revelación críptica a su edad masónica (Gran Maestro grado 33)
(1) Desde Maracaibo salió en 1.812 Villamil y luego de recorrer muchos puertos llegó a Guayaquil donde contrajo matrimonio con “la bella” Ana Garaycoa y Llaguno teniendo numerosa descendencia. Por 1.820 Villamil figuraba entre los más destacados vecinos; la tarde del domingo 2 de octubre ordenó la celebración de un baile en su casa y mientras los invitados departían alegremente en los salones de recibo, Antepara hacía de jefe de reunión en una salita discreta ubicada en la parte posterior del departamento, en el cañón como antes se decía, discutiendo los pormenores del golpe revolucionario con numerosos patriotas. A esta reunión la historia conoce con el nombre de La Fragua de Vulcano y en realidad constituyó una tenida masónica pues tuvo hasta el juramento de ley en estos casos, de obtener la libertad o morir en la contienda.