135. Las bromas de las Carcelén

-Hijo, no te cases con tu prima Mariquita, que no te conviene. Pero mamá, usted bien sabe que soy mayorcito y que Mariquita me gusta mucho; además, desde que me quedé viudo de la Lola, he puesto los ojos en ella para que sea mi segunda esposa.

Así respondía Modesto Larrea Jijón a su madre doña Rosa, Marquesa de San José, que no veía con buenos ojos que su único hijo pensara contraer segundas nupcias con su prima María Carcelén y Larrea, hija del Marques de Solanda.

– ¿Y por qué no puedo casarme con mi prima Mariquita? Por que no te conviene ¿No ves que todas las Carcelén son maleducadas y amigas de gastar bromas pesadas? Esa Mariquita tiene que ser igual que Mariana.

Y así era efectivamente porque mientras el novio había recibido la más esmerada educación que se solía dar en esos años a los jóvenes nobles en España, hasta donde había viajado para matricularse en el Colegio Mayor de Sevilla, las primitas Carcelén jamás habían salido de sus haciendas en el Valle de los Chillos y solían dar frecuentes fiestas que terminaban en groseras chanzas y bromas.

En una de esas fiestas – cuenta Cristóbal Gangotena Jijón, nieto del Modesto Larrea Jijón de esta Crónica – fusilaron a mi abuelo.

FUSILADO POR ABSTEMIO

Al pobre Larrea le fue mal, tal como se lo pronosticara su madre, en el matrimonio que contrajo con Mariquita Carcelén. El era abstemio, pero ella no, y un día, en un paseo campestre al Valle de los Chillos, sus parientes políticos lo sujetaron en una silla mecedora obligándole a ingerir grandes dosis de vino tinto que le introdujeron a la fuerza por la garganta con un tubo traído exprofeso de Quito. El pobre Larrea quedó hecho una desdicha; no podía sujetarse y mucho menos andar, trastabillando fue a remojarse en un río cercano y al llegar, perdiendo un poco el equilibrio que le quedaba, fue a dar de bruces. De allí lo sacaron casi agónico y desde ese día no volvió a darle la cara a su prima Mariquita.

Años después, cuando fue designado por el gobierno ecuatoriano Ministro Plenipotenciario ante la Santa Sede, pidió y obtuvo del Papa la nulidad del matrimonio contraído en Quito con su prima; casando a corto plazo y por tercera vez, con María Donoso Zambrano, con lo que se repitió aquel viejo adagio que dice: A gato viejo, ratona tierna.

MUCHO ARDOR PARA UNA SIMPLE PAPAYA

En el libro que sobre Sucre escribiera en Quito el historiador venezolano Angel Grisanti se lee que en cierta ocasión Cristóbal Gangotena le contó lo siguiente:

– Mi abuelo – se refiere al mismo don Modesto – era hombre ardiente, fogoso y apasionado. Cuando en los supremos instantes de intimidad apechugaba con verdadera fiebre amorosa a Mariquita; ésta, como una pazguata, no correspondía a aquellas ardientes efusiones. ¡Mariquita era una papaya por lo insípida! Ella solía contar a sus amigas o parientes con una ingenuidad de colegiala o de idiota, escenas lo más íntimas y regocijantes, ocurridas entre ella y su ardoroso marido. I concluía casi siempre así: ¡Ay Dios mío! La noche menos pensada José Modesto me va a matar con sus apretujones y arañazos y yo voy a morir como una palomita en las garras de un gavilán.

Pero como no todo en este mundo es orégano, oigamos qué dicen los apologistas de Mariquita Carcelén que le zampan toda la culpa del divorcio a Modesto Larrea, informando que éste, además de ser un Don Juan de cuerpo entero, era la mar de celoso y que no la dejaba vivir en paz ¡Qué intrígulis! Que no dejaba tranquila a su esposa y que le entró la idea de divorciarse de ella cuando la hijita que tuvieron nació muerta ¡Tómese en cuenta que este fue, sino el primero, el nulidad mássonada hace más de cien años en el territorio nacional

LA MAS CELEBRE DE TODAS: MARIANA

Mariana, la mayor de las Carcelén Larrea y la más célebre de todas por sus matrimonios. Primero casó con el Gran Mariscal de Ayacucho por poder, mientras éste se encontraba en Bolivia y como circunstancia curiosa menciono que dos días antes que se celebrara la ceremonia en Quito, Sucre fue alevosamente herido en Chuquisaca durante el motín de Los granaderos.

Por esta razón diría años después Antonio Flores Jijón en una comentadísima Necrología denominada Isidorito, que si la bala de Chuquisaca se hubiera desviado un poco, en lugar de romperle el brazo derecho lo mataba, con lo que la joven y bella Marquesa se habría desposado con un muerto… sin saberlo y por poder.

Pero al fin el trágico destino de Sucre se cumplió, cayendo asesinado en las selvas de Berruecos y antes del año su viuda contraía nuevas nupcias con el General y también Prócer Isidoro Barriga de Castro, conocido por su afición desmedida a las mujeres, al vino, a los naipes y a las muelas de Santa Apolonio, vulgarmente llamadas dados.

A este segundo marido lo quiso mucho por lo que acostumbraba decir: Con Sucre me casaron, con Barriga me casé, y cuando alguna persona le inquiría si era la viuda del Gran Mariscal de Ayacucho, con mucha sorna contestaba: Yo soy de mi cucho, yo soy de mi cucho, que en habla femenina quiteña significaba soy de mi sucucho o de mi rincón, indicando que no tenía dueño ni recuerdos y que había matado el pasado.

 LA MAMÁ ERA MUY FINA

Doña Teresa Larrea mujer del Marqués de Solanda y Villarocha Felipe Carcelén y Sánchez, era mujer muy simpáica, atenta y sin complejos. De aguda inteligencia, su poca ilustración propia del sexo femenino de fines de la colonia quedaba diluida en el deseo de agradar a sus semejantes que siempre la movía  en sociedad. Por eso es que de ella nadie jamás tuvo queja, ni su yerno el Gran Mariscal de Ayacucho, que llegó a estimarla en alto grado a pesar que toda suegra tiene fama de  cargosa.

Con los años y en cierta ocasión que Doña Teresa estaba en casa de su hija Mariana, ésta le enseñó una miniatura de Sucre quejándose de no tener dónde ponerla.

– ¿Tanto te molesta el manquito?

– ¡Si mamá¡  No sé dónde ponerlo.

– Pues hija, eso no es problema, dámelo acá, que yo le pondré en mi casa, con todo cariño. Acto seguido se llevó la miniatura y la puso en un lugar muy decente de la Sala, donde estuviera a la vista de las visitas que frecuentaban su hogar pues mucho estimaba la memoria del difunto Gran Mariscal de Ayacucho.

 

LOS CINCO MIL SUCRES DE ROSITA

Muchos años después y estando Rosita Carcelén – hija también de doña Teresa – en trance de pasar a mejor vida a consecuencia de los numerosos años y achaques que la aquejaban, fue visitada por su abogado el Doctor Alejandro Cárdenas, hombre respetable y uno de los jefes del partido Liberal, que le insinuó que por testamento deje un legado de cinco mil sucres para la construcción de  la estatua de su cuñado Sucre, que se pensaba erigir en Quito por esos días.

Airada Doña Rosa Carcelén de Valdivieso respondió:

-¡Ni medio para ese zambo! ¡Ni medio!

Pero tanto insistió el buenazo del Doctor Cárdenas que al final, cansada ya la moribunda, accedió, dejando los cinco mil sucres para la estatua, que fue inaugurada meses después en 1.892, con bombos y platillos; no faltando historiadores que en forma por demás melosa hicieron notar a la concurrencia que gracias a la generosa dádiva de Doña Rosita, difunta poco tiempo atrás y que mucho había querido al Gran Mariscal su cuñado, el monumento se había embellecído con adornos.

EL MARQUES MANUEL FELIPE BARRIGA

El hijo único de Mariana en su segundo esposo el General Isidoro Barriga, fue bautizado como Manuel Felipe, pero siempre fue llamado Luis Felipe en honor al Rey de Francia. Este vástago creció en cuerpo pero no es espíritu porque toda su vida despuntó bromista, siendo famosas las francachelas que acostumbraba correr; para colmos, era dueño de un perrazo, inmenso, temible y más malcriado que su amo.

El can era goloso, atrevido y muy ensimismado de su condición de mastín consentido de amo rico. Le privaba el pan, con la condición de que fuera de trigo y centeno (pan mestizo se entiende) caliente y recién sacado del horno. Por las mañanas entraba a saco a las panaderías y los dueños por miedo o por afán de lucro le dejaban hartarse a su gusto, cobrando el gasto en casa de don Luis Felipe Barriga, que siempre pagaba sin chistar, acariciando al can en la cabeza ¡De tal amo, tal perro!

En otra ocasión el Marqués Luis Felipe entró a caballo en el pretil de la Catedral de Quito con el loafán de oír misa, porque dizque así acostumbraba hacerlo el Santo Apóstol Santiago el Mayor, Patrón de España. Los monaguillos fueron avisados a tiempo, tocaron las campanas poniendo en alerta a los misacantanos y cerraron las puertas, con lo que se armó una tremenda batahola en el interior porque nadie sabía qué estaba sucediendo y algunos imaginaron lo peor.

También acostumbraba herrar un toro negro y salvaje que tenía en una de sus haciendas, para que los trotes del animal produjeran en la obscuridad de la noche la impresión que se trataba de un caballo cualquiera. Sacaba a pasear al rabioso animal y apostado en alguna esquina gritaba a los transeúntes.

  • Por amor de Dios, agárrenme la mulita.

I como nunca faltaba un alma caritativa para ayudar al necesitado, algunos ilusos querían sostener a la mulita y se encontraban boca a boca con un toro negro y por añadidura de mal genio, que los embestía en menos de lo que se persigna un cura ñato.

Doce heridos y algunos de gravedad fue el trágico saldo que resultó de la broma en una sola de las muchas noches que tuvo lugar.

UN BAILE ZAPANESCO

También era muy dado a las fiestas. En cierta ocasión invitó a muchas damas y caballeros a su casa de hacienda en el valle de los Chillos, donde previamente había hecho preparar una gigantesca torta de dulce aderezada con semillas de zapan, de las que crecen en forma silvestre en las faldas del volcán Pichincha y que por su alto poder vomi purgante causan violentísimos accesos, nauseas incontenibles y diarreas flatulentas.

A los asistentes les aseguró que al momento del postre les tenía reserva una sorpresa lo que así ocurrió, presentando la torta, que resultó muy alabada por todos… Poco después, como las puertas habían sido tapiadas por fuera, la concurrencia se debatía en el cumplimiento de perentorias necesidades corporales a vista y paciencia de todos, con espectáculos y olores realmente insufribles… ¡Vaya bromita!