Una ruidosa salva de veinte y un cañonazos anunciaba a finales del siglo XIX la llegada del 9 de octubre. A las 10 de la mañana izaban el pabellón nacional en la Gobernación al son del himno patrio cantado por las educandas del Colegio de los Sagrados Corazones, que lucían anchos vestidos de zaraza blanca y en el pecho terciado a la derecha el tricolor ecuatoriano.
A las 11 era el Te Deum, luego el Cabildo encabezaba el desfile por las principales calles, saliendo de la Catedral hasta el Malecón y por esta hacia 9 de Octubre donde terminaba. Por la tarde circulaban góndolas adornadas de flores y bellas damitas del Guayas; los edificios públicos y buques mercantes y de guerra surtos en la ría se embanderaban e iluminaban de noche, ofreciendo un espléndido espectáculo.
En las calles ser levantaban palos encebados, cucañas y castillos de fuego y de frutas hacían las delicias de los rapazuelos, se corrían jolgorios y vacas locas, toros de Baba y los ya achacosos y ancianos próceres eran visitados y recordados en sus casas por sendas delegaciones del Concejo, que portando Acuerdos y regalos les alegraban sus últimos años de vida. El coronel Baltazar García vivía en el Astillero, el Teniente Coronel José Felipe Letamendi cerca de la Merced y el Teniente Juan José de Antepara en Chanduy, hasta donde viajaba anualmente la comisión.
Se acostumbraba visitarlos con un toque de corneta y un tambor militar, para llamar la atención del vecindario; luego el comisionado, portador de la bandera octubrina, la tremolaba en ambas direcciones frente al anciano, que lloraba de emoción y patriotismo en medio de familiares y amigos. Esas escenas eran realmente magníficas y muy edificantes, hasta que bien entradito el siglo terminaron por caer en desuso; quizá a la muerte del último prócer octubrino que bien pudo ser García o Letamendi.
EL ACTA ABIERTA DE LA INDEPENDENCIA
Y como tratamos de próceres, viene al pelo indicar que el 9 de Octubre de 1820, después que los señores del Cabildo y las autoridades del lugar firmaron el Acta de la Independencia; el Secretario José Ramón de Arrieta extendió varias hojas de papel «sobre la mesa del despacho para que continúen firmando los siguientes patriotas» (sic.) asistentes a la sesión, que tenía lugar en el piso alto del viejo edificio del Cabildo con frente al río y son:
Carlos Acevedo
Teniente Hilario Álvarez
Bernardo Alzúa y Lamar
Manuel José de Amador y Sotomayor
José de Antepara y Arenaza
Juan José de Antepara Bejarano
José Arellano
Fernando Ayarza, que en 1.859 fue mandado a azotar por Gabriel García Moreno.
Jacinto Bejarano Lavayen
Juan Francisco Benites Franco
Luis Benites y Franco
Juan María Bernal. Médico
José Boú
José María Caicedo
Abdón Calderón Garaicoa
Carlos Calisto
José Camargo
Francisco Camba
José Carbo Unzueta
Miguel Carretero
Francisco Casanova Plaza
Manuel Víctor Ceballos
José Congo, patriota de raza negra
José Cruz Correa, Periodista
El R.P. Miguel Cumplido, mercedario
Capitán Antonio de Elizalde Lamar
Teniente Coronel Gregorio Escobedo
Vicente de Espantoso y Avellán
José María Fajardo
Manuel José Fajardo. Autor de una de las tres versiones que existen sobre la Revolución.
Teniente Antonio Farfán
Teniente León de Febres Cordero Oberto
Juan Ferruzola Paredes
Agustín Franco
Manuel Ignacio Fuentes
José Garaicoa Llaguno
Lorenzo de Garaicoa Llaguno
Sargento Mayor Baltazar García Sánchez
José Pío Gutiérrez
José Hilario Indaburu
Teniente Coronel Rafael Jimena Larrabeitia
Manuel de Lara y Ponce
Agustín Lavayen
Francisco de Paula Lavayen
Gabriel Lavayen
Manuel Lavayen
Miguel Lavayen
Miguel de Letamendi
Capitán Manuel Loro
José Joaquín Loboguerrero
Francisco Luzcando Bernal
Locadio Llona y Rivera
Manuel de Llona y Rivera
Diego Manrique
Domingo Manrique
José Mariscal
Manuel Mármol
Guillermo Merino y Ortega
Pablo Merino y Ortega
Rafael Merino y Ortega
Juan de Dios Molina
Ramón Moncayo
Pedro Morlás, Tesorero de las Reales Cajas
Manuel Murillo y Ruiz
Sargento Primero Damián Nájar Ceballos
Diego Noboa Arteta
José Oyarvide
Ramón Pacheco
Juan Padilla
Anselmo de la Parra
Sargento Primero Isidro Pavón
José Francisco Peña y Lazo
José María Peña
Juan Pérez
Mariano Pérez de la Rúa
Manuel Ponce de León
José Antonio Rodavega
Ciriaco Robles García
Francisco María Roca Rodríguez
Vicente Ramón Roca Rodríguez
Pedro José Roca Rodríguez
José Ribas
Ignacio Ribera
Justo Ribera
Ramón Sobenes
José María Sámper
Ambrosio Sánchez
Narciso Sánchez
Estos son los verdaderos próceres de la Independencia de Guayaquil, no los que firmaron obligados el Acta de la Independencia ese mismo día, por ser miembros del Cabildo, formado en su mayor parte por autoridades realistas.
Para la procesión de Corpus Christi, la más solemne de la cristiandad, era obligatorio que los dueños de casa saquen al balcón las frazadas, colchas o alfombras más chillonas que poseían, para que sirvieran de adorno.
El Domingo de Ramos y desde la antigua Iglesia Matriz salía una solemne procesión portando palmas y gritando vivas a Cristo, que cabalgaba sobre un burrito rememorando la entrada en Jerusalén. La mayor parte de los fieles se manifestaban en público deteniendo el paso del pollino para darle pan de dulce y tortas, suponiéndole con hambre. El pobre burro, al término de la procesión, sino quedaba empachado era por milagro divino, de tanto que le habían dado de comer.
LOS COMPADRAZGOS DE PAPELITO
Esta pueblerina costumbre posiblemente venida de España donde fueron usuales los juegos de prendas y de memoria, se practicó en nuestra ciudad hasta la década de 1.930 y podría ser considerada “una manifestación sutil de una excusa para establecer vínculos de amistad y acercamiento social.” También fue usada para insinuar sentimientos románticos y/o amorosos como rasgo de sincera simpatía. Entonces los compadrazgos eran cosas seria aunque solo fueran artificiales pues entrañaban responsabilidades de varios órdenes. Consistía en un presente que se enviaba a algún vecino, pariente o amigo cercano. El obsequio podía ser cualquier cosa, aunque se preferían los dulces. La doméstica de la casa colocaba sobre una bandeja de plata una fuente de porcelana con una generosa porción del dulce escogido, casi siempre un manjar blanco o de coco, unas yemas acarameladas, unas galletas de las conocidas como madalenas, unos suspiros, unos bizcochuelos, una délfica de manzana, una conserva de pechiche o algún almíbar como la de higos que prepararse en miel de azúcar o de panela, también confitados o rellenos de manjar, etc.
Si a quien se quería agradar era de mucho copete, el regalo se volvía mayor todavía: una Carlota Rusa, un Pío Nono, una Princesa de Angulema y qué se yo cuanto personaje real hubiere prestado sus nombres y títulos para bautizar platillos dulces de la cocina francesa que arribó a Guayaquil con las monjas profesoras del Colegio de los Sagrados Corazones que se quemó para el Incendio Grande en 1.896.
El cariñito se adornaba con flores y tapaba con una inmaculada servilleta de papel cometa y de color, picado en los costado, adornado en su centro de una fina tarjetita o un papelito ológrafo o impreso, con el cariñoso versito alusivo al nuevo parentesco. Por encima se cubría todo con un inmaculado pañuelo de seda para darle un ligero aire de misterio. I aunque casi siempre el obsequio consistía en cosas dulces al paladar, también se acostumbraba enviar prendas de vestir, frasquitos de agua de colonia y hasta alhajas.
El aludido desocupaba el charol de plata, lo devolvía soltando una peseta o dos a la mucama y agregaba: “Dígale a la señorita… que acepto muy gustoso su fino obsequio y que ha tenido una mala elección” cerrando la puerta al mismo tiempo, no sin antes sonreír repetidas veces. En seguida se llevaban las flores a un jarrón que colocaban al pie de la ventana para que sea visible desde fuera, ponían el dulce en el guarda frío – todavía no arribaban las primeras refrigeradoras marca Frigidaire – y al cabo de pocos días devolvían la fuente con algún presente para que la comadrita no lo olvide. En la sierra, en cambio, se acostumbraba enviar canastas de frutas o “Agrados” con alguna gallinita y huevitos de complemento.
Estos compadrazgos de papelito sólo podían realizarse entre el 25 de Diciembre y el Domingo de Carnaval, ni antes ni después, terminando la costumbre porque se prestaba a muchos abusos, ya que no faltaron personas interesadas que se compadreaban de a papelito con gentes ricas o poderosas, sólo para salir de apuros económicos y ganar en el cambio.
Veamos unos versos de papelito, de los que se vendían en las antiguas imprentas y aunque de vez en cuando eran escritos por personajes de buena pluma, siempre debían contener párrafos sencillos y de humor
// Asomada en mi balcón / te vi pasar por el frente / y sentí que dulcemente / me palpitó el corazón. // Entonces, con emoción / le conté el caso a mi madre / en presencia de mi padre / y cuando ya me escucharon / alegres me aconsejaron / que le saque de compadre // ¡Vive compadrito / contento y feliz / luciendo en el pecho / fragante jazmín. //
// Vivid compadrito / ramo de ciprés / que este regalito / no es por interés. // Sacado en Cuaresma / porque no se pudo / en carnestolendas. // Vivid comadrita / mejilla de rosa / que entre las flores / eres la preciosa. // Vivid comadrita / que por tus ojos verdes / haría lo que fuera / tan solo por verte. //
QUEMA DE AÑOS VIEJOS
Esta fiesta, que nada tiene que hacer con las otras, por su carácter profano, aún subsiste en Guayaquil con el antiguo esplendor y desde antaño se la celebraba a las 10 de la mañana, formando comparsas de 20 personas portadoras de un muñeco de trapo o «Año Viejo» y pedían dinero a los transeúntes para comprar «Mallorca» (puro de anís). Otros se vestían de negro y recorrían las calles simulando ser viudas del año hasta que a las 7 de la noche se realizaba la quema general de muñecos y todos se retiraban a dormir a sus casas, para estar listos a las 5 de la mañana del día 1o. de enero y asistir a misa de iniciación de nuevo año.
BAUTIZOS Y CONFIRMACIONES
Fueron de renombre por el boato que gastaban nuestros lejanos abuelos. Padres, padrinos e invitados celebraban el ingreso de un nuevo miembro de la fe con singulares muestras de regocijo en la iglesia de la Parroquia y a las siete de la noche. A la salida del templo el padrino se veía acosado por una jauría de muchachos que lo molestaban al grito de “Capillo, padrino cicatero, bolsillo de candelero” para que les arroje cuartillos y medios al aire (moneditas de uno y de cinco centavos)
Llegado el momento de la reunión que por lo general se celebraba en casa de los padres estos obsequiaban limones adornados con cintas de colores, medios y clavos de olor. Los ricos repartían medallas de oro, plata o bronce, en formas de flores, animales o frutas, con inscripciones alusivas a la fecha y nombres de los padrinos y del ahijado, no faltando los obsequiosos que hasta regalaban libras esterlinas.
También se agasaja con canastas llenas de “huevos de faltriquera” envueltos en papel cometa de color blanco y pagaban el baile y la banda. A las tres de la mañana era de ley servir “Caldo de Tucos” sopa picante y sustanciosa, preparada con gallina y verde para fortalecer a las parejas y continuar la celebración.