Por su familia materna José Joaquín de Olmedo y Maruri procedía de un añoso tronco social guayaquileño que remontaba sus orígenes al Conquistador Juan de Vargas, encomendero de Amai, Languto y Pimocha y compañero de Francisco de Orellana en el descubrimiento del gran río de las Amazonas; y hasta el siglo XVIII sus descendientes conservaban el poder económico originado en tales andanzas guerreras origen de sus privilegios.
Estas eran, entre otras, las familias Vargas, Solís, Mestanza, Endérica, Salavarría, Maruri, gentes de muchos esclavos, plantaciones y haciendas que invariablemente participaban del gobierno de nuestra urbe porteña a través del Cabildo, sucediéndose entre primos, tíos y sobrinos.
A estos linajes ingresó el Capitán Miguel de Olmedo y Troyano hombre inquieto y emprendedor, al contraer matrimonio con Francisca Maruri y Salavarría, pasando de recién llegado a persona conocida, bien es verdad que al arribar de Panamá ya traía una regular fortuna Dos hijos vendrán con los años: Magdalena y José Joaquín, en quien puso todas sus complacencias.
PRIMEROS ESTUDIOS Y VELOZ APRENDIZAJE
De escasos nueve años, en 1.780, el niño José Joaquín de Olmedo pasó a estudiar al Real Convictorio de San Fernando de Quito, dirigido por sacerdotes dominicanos y recibió clases de catecismo, moral, religión, gramática latina y castellana. La enseñanza era pésima y los benditos profesores, por aquello de que en nada podían contravenir al dogma, respetaban el sistema tolemaico de la inmovilidad de la tierra y desechaban por peligroso el “nuevo” y ya comprobado por Nicolás Copérnico y por Tycho Brane en Europa doscientos años antes. ¡Y pensar que tanto atraso intelectual continuó hasta que el Presidente Vicente Rocafuerte clausuró el Colegio y cesó a los maestros por estarazón!
El niño José Joaquín demostró ser inteligente y estudioso, distinguiéndose junto a José Mejía Lequerica, otro alumno brillante. En 1.792 regresó a Guayaquil de doce años, y quedó algunos meses en nuestro puerto tomando vacaciones en la hacienda familiar, donde aprendió a amar la naturaleza y sobre todo a admirar la soledad del campo, que tanto le emocionó e inspiró como en la Silva al Árbol y pudo haber compuesto sus primeros versos a las orillas del Babahoyo cuando recién frisaría los catorce años, aunque las primeras composiciones poéticas que se le conocen datan de su estadía en Lima, a donde viajó en 1.794 llamado por su primo segundo el ilustrado doctor José de Silva y Olave, recién electo Director del Colegio del Príncipe, que le guió en la populosa capital del Virreinato. ¿Qué hubiera sido de Olmedo sin este pariente? Poca cosa quizá, porque impedido de extender sus alas en un medio tan pequeño como el nuestro quizá no habría producido.
INICIOS POETICOS Y TRIUNFO SOCIAL
Primero estudió filosofía y matemáticas en Lima con tanto éxito que se convirtió en un perito en algebra y cálculo, siendo escogido para sostener un debate en la Universidad de San Marcos. Cabe mencionar que en su madurez planteará a su hijo José Joaquín de Olmedo Ycaza, agudos problemas de ecuaciones que el muchacho se muestra reticente para resolver y por consiguiente prefiere ignorar el tema en las contestaciones. Por eso le recriminará el 20 de Junio de 1.846. En esta carta hay un episodio revelador de Olmedo, que al final dice: Te recomiendo sobre el modo de andar, no meter las puntas de los pies; sobre comer con despacio y aseo y sobre no reír mucho porque en la mucha risa se conoce al necio. En otra le informa que no debe abrir mucho la boca cuando se ría, porque enseña las encías, etc. Claras pruebas de cortesanía y finezas virreinales.
En 1.805 Olmedo se graduó de abogado “in utroque jure” (Ambos derechos civil y canónico) y se recibió a la práctica en los Tribunales de Lima. Gozaba por esos días de una bien ganada fama de hombre de sociedad y no hay convite al que no asista. Tiene un verso para cada caso, escribe epitalamios, odas, décimas y romances.
REALISMO DE SUS AÑOS DE JUVENTUD
En 1.807 escribió la Elegía a la Muerte de la Princesa María Antonia de Borbón, poema que deja vislumbrar sus futuros y magistrales Cantos a Junín y Miñarica, En esa Elegía Olmedo aprovechó la muerte de tan pequeña realeza para cantar a España, afligida por los estragos de la invasión napoleónica. También había compuesto una Loa al Virrey Abascal, su fiel amigo, al que ensalza sin exageración. En 1.829 y desde El Mercurio de Valparaíso le insultan, indicando que Olmedo en su juventud acostumbraba “postrarse en presencia de un visir”, criterio que refutó falso y calumnioso. “Yo he amado y amaré la libertad, por ser una deidad a quien se sirve de pie y con la frente levantada”. Fue en Lima un realista moderado.
En 1.809 regresó a Guayaquil por la enfermedad de su padre y tras permanecer siete meses viajó a Quito a inscribir sus títulos en la Universidad de Santo Tomás de Aquino y en el Colegio de Abogados.
NUEVAMENTE EL DOCTOR SILVA
El doctor Silva fue nombrado individuo de la Junta Central de Sevilla y con tal motivo vino a Guayaquil y convidó a Olmedo, a quien hizo su secretario. Juntos viajaron a México y se enteraron que aquel organismo había desaparecido para dar paso a las Cortes de Cádiz y regresaron desanimados; pero, en Olmedo había prendido la chispa del servicio y pronto se hizo elegir Diputado por la Provincia, siendo festejado en un convite que le brindó el Arzobispo – Virrey de Perú, en Tacubaya, del que ha quedado un “Improntu” en verso. ¿Qué participación tuvo en esta elección el doctor Silva, por entonces Rector del Colegio Seminario de Santo Toribio? No lo sabemos, aunque pudo no haber sido pequeña.
Olmedo viajó a España e instalado en Cádiz asistió a las sesiones sin mayor figuración porque carecía de una voz fuerte; en agosto de 1.812 y con motivo del dictamen de abolición de las Mitas propuesto por la Comisión de Ultramar a petición del Diputado Castillo de México, leyó un enérgico discurso que imprimió Rocafuerte en Londres; aparte de esta edición solo existen dos más de difícil obtención. Como resultado de su intervención las Mitas fueron abolidas sin discusión. Entonces fue nombrado Secretario de las Cortes y luego Miembro permanente por Guayaquil, siendo uno de los que firmó el famoso decreto que impedía reconocer por Rey de España a Fernando VII si no juraba la Constitución y fue perseguido y tuvo que esconderse en Madrid hasta 1.816, que regresó a Guayaquil casi de incógnito.