Zumárraga Pedro.

Era limeño y su familia tenia deudo con la del primer Arzobispo de México: gustaba de la magnificencia en el culto divino, y erogó sumas considerables para adornar la Catedral y para enriquecerla con joyas valiosas: en Derecho Canónico poseía conocimiento no vulgares, y era reputado como hombre de letras: por desgracia carecía de modestia, era arrogante y ostentaba autoridad con lo que se hizo molesto a los canónigos, sus colegas y odioso a los seculares. El 4 de Septiembre de 1717 atravesando una mañana por la plaza mayor de la ciudad, se encontró con el Doctor Juan Bautista Sánchez de Orellana, vio este al Vicario se tocó el sombrero y continuó caminando aceleradamente. Orellana era sacerdote y oidor supernumerario en la Audiencia de Quito. El Vicario se dio por ofendido, porque Orellana no se había pasado a saludarlo: y airado mandó a los clérigos que le acompañaban que lo tomaran preso y lo llevaran a la cárcel: ¡ Cojan a ese pícaro y métanlo en la cárcel ! exclamó el vicario ; y al instante los clérigos se abalanzaron de Orellana y unos empuñándolos de los brazos, y otros del manteo, lo arrastraban a la cárcel: Orellana se resistía y firme en el suelo, no quería dar ni un paso más; entonces otro clérigo lo agarró de un pie y lo derribó de espaldas: sostenido así en el aire de los brazos y de los pies, era llevado, a pesar de los gritos que daba pidiendo auxilio: era las diez de la mañana y en la plaza con motivo del mercado público: había un numeroso concurso de gente: levantose gran alboroto otros cerraban apresuradamente las puertas de las tiendas, diciendo: ¡¡ Riña entre clérigos ! ¡ Esto parará en excomunión! Dos oidores, desde una Escribanía, contemplaban la escena, riéndose a carcajadas. Al ruido de las voces, bajó a la plaza y acercándose a toda prisa, pregunto qué era lo que pasaba; y, así que lo supo, bajó a la plaza y acercándose a toda prisa, al grupo de clérigos les intimó la orden de dejar ir libre inmediatamente al oidor. El Vicario Zumárraga quedó desairado y el clérigo Orellana casi no podía convencerse de lo que habían dejado en Libertad: tan ciego lo tenían el susto y la indignación.