ZARUMA : El espíritu que señaló las cuentas

SUCEDIÓ EN ZARUMA
EL ESPIRITU QUE SEÑALO LAS CUENTAS

(Preocupaciones por dineros extraviados)

Carlos Araujo era un rico comerciante zarumeño que dedicaba sus capitales a la compra de café para enviarlo a Guayaquil donde su hermano Manuel tenía una bodega en Colón y Pedro Carbo. De allí el café salía para su procesamiento en las plantas del carretero y quedaba un buen remanente de utilidades que ambos repartían en santas paces y así habían venido funcionando por muchos años hasta que las cuentas empezaron a hacerse turbias porque Manuel no despachaba el dinero a tiempo y cada vez se espaciaban más los pagos y es que se había metido en otros negocios y estaba usando el capital de su hermano en provecho propio. Este asunto le puso muy contrariado. 

Al principio las diferencias eran pequeñas pero luego se fueron haciendo mayores hasta llegar al millón de sucres, suma que para 1.950 era más que elevada. Por ello  anunció a su esposa que realizaría un viaje de negocios a Guayaquil  y que estaría de regreso en Zaruma a más tardar en tres días, con regalos para ella y los chicos, pues esta era la forma de convencerla y que no le reclame su prolongada ausencia. 

Zaruma estaba mucho más alejada del tráfico nacional que ahora y el viaje a la costa a la par de accidentado y riesgoso entrañaba horas de camino. Había que descender el cerro de oro hasta Portovelo y de allí tomar por El Pasaje y Santa Rosa hasta Machala, pero recién entonces comenzaba la aventura pues en Puerto Bolívar se embarcaban en un motovelero de los que hacían carrera marítima a Guayaquil. Se perdía todo un día en esos cambios pero se llegaba más descansado que por el carretero, intransitable sobre todo en el invierno, cuando las aguas lo dañaban por completo. 

Carlos llegó un miércoles a Guayaquil y se presentó de improviso al almacén de su hermano, una fuerte discusión sirvió para que se entere de toda la verdad, es decir, de sus presentimientos, entonces comenzó otra discusión para que Manuel le cancele las cuentas atrasadas aunque fuera con pagarés a la orden, pues se veía a las claras que no tenía dinero en efectivo. Al fin y luego de mucho forcejear logró que le diera diez pagarés mensuales de cien mil sucres cada uno, sin intereses y con ellos se fue al Banco La Previsora donde los entregó al cobro para evitar las molestias de tener que venir en cada ocasión a Guayaquil. Enseguida pasó por donde varios paisanos y comenzó a establecer las condiciones de venta de su café, pues había decidido que mientras su hermano le debiera dinero no podía seguirle remitiendo el producto, pues la deuda en lugar de decrecer se alzaría. Por la tarde compró algunas chucherías para sus muchachos y unos cortes de tela para su esposa y a eso de las seis se embarcó en el “Abdón Calderón” con destino a Puerto Bolívar; mas un imprevisto daño en la caldera retrasó la salida e hizo que  bajara a tomar una taza de chocolate en 1as carretillas del malecón y allí estaba cuando fue misteriosamente asesinado por la espalda, con un tiro de pistola que se escapó de las arboledas cercanas y le entró por la nuca matándole instantáneamente. Sus maletas quedaron en el barco y su billetera no fue robada. Enseguida se arremolinó la gente, vino la policía, quisieron perseguir al asesino cuya sombra se había dibujado en la oscuridad de la noche por entre las callejuelas del antiguo barrio Villamil; pero nada se hizo. 

Carlos Araujo apareció en la crónica roja de todos los periódicos y la noticia fue comunicada a Zaruma donde causó la impresión que es de suponer. La viuda y los hijos le lloraron y sepultaron en el cementerio del lugar.

Y una noche que estaba la viuda rezando vio dibujada en el dintel de la puerta del dormitorio los contornos de una figura parecida a su esposo, en una de sus poses características., cuando le hablaba cariñosamente sobre los problemas del diario vivir. Sin sentir miedo y como llevada de la mano por algún fluido maravilloso se encaminó hacia un rincón y fijándose en una libreta que allí guardaba el difunto con anotaciones sin mayor importancia, descubrió el número de una cuenta corriente  y el nombre del Banco La Previsora de Guayaquil. Averiguado el asunto, se descubrió un saldo superior al millón de sucres, producto de los pagarés de Araujo y de otras cobranzas que la buena señora ni siquiera sospechaba.Nunca se supo quien fue el asesino, suponiéndose que bien pudfo ser algún matón a sueldo o quizá algún sujeto ebrio de los que cruzaban por el malecón antaño.