YEROVI DOUAT LEONIDAS

POETA.- Nació en Lima en 1881, hijo del Dr. Agustín Leonidas Yerovi Orejuela, político liberal ecuatoriano y primer biógrafo de Juan Montalvo y de Jane Douat Bacon, dama limeña de padres uruguayos.
Abandonado por su padre creció en casa de sus abuelos maternos y recibió las primeras letras en varias instituciones y la secundaria en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe y a la muerte de su abuelo tuvo que trabajar en un comercio vendiendo géneros para mantener a los suyos.
Ya hacía fáciles y hermosas poesías desde su juventud por eso se decía que en Leonidas el arte poético era singular desenfado, pareciendo que hubiera nacido con ese don pues los versos le salían en forma interminable y con donoso gracejo que publicó en el semanario satírico “Fray K. Bezón” en 1901.
También escribió varias comedias para teatro, siendo una de sus mejores la titulada “La de cuatro mil” estrenada en Diciembre de 1903 que ambientada en un mísero cuartucho de una pensión limeña se organiza a través de una pareja recién reconciliada que se saca la lotería y tras superar numerosos malentendidos y situaciones disparatadas, alcanza un final feliz. Esta obra fue calificada de innovadora y revolucionaria por la crítica especializada y significó un avance del costumbrismo decimonónico de Felipe Pardo y Aliaga y Manuel Asencio Segura, ya que fue influenciada por el sainete popular argentino y la recurrencia de un humor disparatado.
Ricardo Palma contaba: “fue allá por los años 905 cuando vi por primera vez a Yerovi, en aquel saloncito de la dirección de la Biblioteca Nacional, por donde han desfilado en un lapso de cerca de seis lustros casi todos cuantos en el Perú manejan con más o menos acierto los trastos de escribi. I no pasó mucho tiempo sin que, como fruto de tales oficios, viera con frecuencia, en los periódicos, al pie de composiciones que eran prodigios de fluidez y de agudeza, la firma pronto popular y prestigiosa de Leonidas Yerovi.
Por entonces colaboraba en las revistas “Actualidades”, “Ilustración Peruana”, “Prisma” y “Variedades” y en el semanario “Balnearios”. En 1905 fundó en Lima el semanario festivo y de caricaturas “Monos y Monadas”.
Ese año estrenó “Tarjetas Postales”, el 13 “Salsa Roja”, el 14 “La gente loca”, el 17 la comedia en un acto “Domingo siete” y “La Casa de tantos.”
Era muy gracioso, como si no se diera cuenta de su genio festivo, al decir de Ventura García Calderón, escribía para un matutino su crónica rimada y por la tarde todos sabíamos de memoria aquellos ritmos danzantes.
En Abril del 14 viajó a Buenos Aires y colaboró en la revista “Caras y Caretas” De regreso a Lima volvió a trabajar en el diario “La Prensa” como director literario. En su condición de periodista fue miembro del denominado “Círculo de 1915”, primer intento de agrupar fuera de los intereses de editores y propietarios, a los profesionales independientes de la prensa peruana. El Círculo se denominaba así porque su primera reunión se realizó en la redacción del rotativo La Crónica el domingo 15 de Septiembre de dicho año y contaba entre sus fundadores a Eudoxio Carrera, Julio Portal, César Revoredo, Fernando Lund, César Falcón, Felipe Rotalde, Leonidas Rivera, Carlos Pérez Cánepa, Ricardo Flores y Edgardo Rebagliati, a los que pronto se sumaron otros brillantes profesionales de los medios de comunicación peruanos como José Gálvez Barrenechea, Félix del Valle y el propio Yerovi.
Como poeta formó parte con Alberto Ureta, Percy Gibson y José Gálvez Barrenechea de un grupo de poetas menores que siguieron los pasos del modernismo abierto en el Perú por José Santos Chocano, Abraham Valdelomar, Ventura García Calderón y José Lora Lora.
En Yerovi se dio una mezcla de lo modernista con lo criollista; sin embargo, alcanzó sus mayores éxitos en sus piezas teatrales que supo presentar con profundidades psicológicas, analizando los sentimientos de la burguesía adinerada y los de la bohemia artística.
Gozaba del don de la simpatía y era correspondido por las mujeres. Tenía varias al mismo tiempo, las buscaba, insistía, conquistaba. Con la artista de comedias Angela Arguelles, inquilina en la pensión americana de la calle Espaderos en Lima, tenía amores tormentosos, compartidos con el arquitecto argentino Manuel José Sánchez y en la tarde del 15 de febrero de 1917 Yerovi llamó por teléfono a preguntar por ella y casualmente respondió Sánchez, que se alojaba en el mismo lugar y que ya había suscitado los celos de Yerovi.
Sánchez le dijo que la artista había salido temprano y que aún no regresaba pero Yerovi no le creyó y después de las ocho y media de la noche fue a la pensión americana y se expresó a grandes voces contra “el sujeto que habló por teléfono y se la había negado”. Poco antes de las once Sánchez, a quien acaso la Arguelles había reprochado por su pasividad ante los insultos que, si bien no lo mencionaron en persona, eran a él dirigidos, fue a la imprenta de la Prensa, en busca de Yerovi. Este se hallaba en su oficina en la calle Baquíjano (Girón de la Unión) escribiendo unos versos para la edición de Carnaval. Ambos salieron a la calle. A pocos pasos de la puerta de la imprenta se detuvieron. Yerovi dio un trompón en el rostro de Sánchez quien al verse ensangrentado sacó un revólver y descargó cuatro tiros a la víctima. Acudieron amigos y transeúntes. El herido fue transportado a una botica de la Asistencia Pública en la plaza de San Marcelo, luego le llevaron en camilla y por la calle a la Maison de Santé donde falleció esa misma noche. Solo tenía treinta y cinco años de edad.
Al día siguiente hubo concurso general de dolientes al cementerio y el gran poeta colónida Abraham Valdelomar pronunció una sentida oración “que por su insólito acento poético produjo indignación y entusiasmo”. Nunca se había dado el caso de mayor división de criterios, ni ante ningún sepulcro de escritor se ha levantado tan sin tardanza una tan apasionada controversia. Se lo colocó al lado de Caviedes el gran satírico del siglo XVII y de Juan de Arona el mayor del siglo XIX, pero tamizados los criterios después de los años transcurridos se puede pensar que Yerovi fue un joven con mala suerte, delicado y bondadoso, felicísimo versificador de rimas fáciles, ligeras y retozonas que solía improvisar en las mañanas y en cualquier esquina como en un salón principal, entre cholos amigos suyos o pizpiretas damitas de sociedad. Bueno para los coloquios nocturnos que acaban al amanecer en las tabernas y también para los cenáculos más elevados de la literatura nacional del Perú. En síntesis, tan talentoso como su ilustre padre.
El Juez Octavio Cebrián en sentencia del 12 de Junio de 1918, presentó a Yerovi como conviviente de la Arguelles, de carácter díscolo y ebrio habitual y en ese estado capaz de descargar en la nariz de Sánchez un fuerte golpe con el puño, que le ensangrentó y causó terrible ofuscación. El delito se había producido por ese ataque y el fallecimiento por los bruscos movimientos en la traslación del occiso sin el cuidado del caso y condenó a Sánchez a cinco años de Penitenciaria.
El Abogado de la madre de Yerovi, Dr. Alberto Ulloa Sotomayor, defendió la memoria y el honor del poeta. El Tribunal Superior, en sentencia del 21 de septiembre de 1918, de acuerdo en parte con este planteamiento y con la campaña periodística que surgió, revocó la sentencia de primera instancia e impuso a Sánchez once años de penitenciaría.
Como dato curioso cabe indicar que Sánchez había trabajado de cajista en la imprenta donde Yerovi publicó meses antes de su fallecimiento un único libro, de suerte que el asesino compuso los tipos para el libro con las poesías de su víctima, que apareció en 1921 bajo el título bastante genérico de “Poesías líricas”.
Su última producción, quedó inconclusa cuando fue llamado por Sánchez y tenía por título “Carnaval”. Fue publicada al día siguiente de su muerte con otra denominada “Mandolinata”.
Carnaval //Magdalena, ya no hay pena/, la alegría es general;/ todo bulle, todo suena,/ todo ríe, Magdalena;/ ya ha empezado el carnaval, //Van echados los cristales/ de los coches que atraviesan,/ y en los altos barandales/ serpentinas y rosales/ los adornan y empavesan.//
Mandolinata: Fragmento.- Titina, tina, tontina / la de la voz argentina / y el aliento de jazmín, / sal a tu ventana, ingrata, y oye la mandolinata / que te doy en el jardín. //Oye la trova que roba / con su dulcísima coba / la calma del corazón, / descorre la celosía / y acoge, princesa mía, / los ecos de mi canción. // Soy el bardo decadente / de numen incandescente, / que ama sin saber a quien: / el de la japonería y ritmos y melodías / aprendidos a Rubén. // Tu seno es tibia almohada, / tu cintura una monada / tu cutis es de surhá: / Tu cuerpo un jarrón de Sévres / modelado por orfebres / amigos de tu papá. // Dos almendras son tus manos, / no hay poe, entre los pies enanos, / más menudos que tu pie / y, eres en fin, por tu belleza / por frescura y gentileza / un botón de rosa té. /
Recóndita.- // Como un ir y venir de ola de mar, / así quisiera ser en el querer / dejar una mujer para volver, / volver a otra mujer para empezar. // Golondrina de amor en anidar, / huir en cada otoño del place, / y en cada primavera aparecer, / con nuevas tibias alas, que brindar. // Esta… aquella, la otra… Confundir / de tantas dulces bocas el sabor / y al terminar la ronda repetir. // y no saber jamás cual es mejor… / I siempre ola de mar, ir a morir / en sabe Dios qué playa del amor. //