VALDEZ CERVANTES: Rafael


Un hombre con recia personalidad y sin más experiencia que la firmeza de sus decisiones, arribó a Esmeraldas, procedente de una de las ciudades serraniegas: Ibarra. Había nacido el 15 de febrero de 1837, siendo sus padres Don Ramón Valdez y Doña Dolores Cervantes. Así, Rafael Valdez Cervantes se impuso la misión de acreditar su nombre en actividades que requerían un claro talento comercial y una honestidad a toda prueba. Tales eran los bienes que poseía quien entró en el mundo de los negocios en un medio que, al principio, habría de resultar extraño.
Esmeraldas era entonces una ciudad de reducidas proporciones, cuyas actividades fundamentales agrícolas absorbían a la casi totalidad de sus habitantes. El comercio se reducía a unas pocas firmas siendo una de ellas la de Don Uladislao Concha Piedrahita, natural de Buga, Colombia, quien era además propietario, de haciendas ubicadas, en diversos sectores de la que habría de ser Provincia. Y como empleado de él entró el recién llegado, iniciando actividades que no eran suficientes para satisfacer su espíritu de em. presa. Pero allí disciplinó los hábitos de trabajo, mereciendo bien pronto la confianza de quien lo había acogido bajo su firma y adquiriendo la experiencia que habría de servirle en el futuro. Su actividad lo condujo a trabajar más horas de las convenidas y a sentir como propios los intereses a los que servía. Su propia iniciativa lo llevó a descubrir nuevos horizontes, que habrían de ampliar las labores iniciales. Y así Rafael Valdez llegó a ser socio industrial de la firma a la que dedicaba sus esfuerzos luego de haber contraído matrimonio con la hija del propietario de la misma: Victoria Concha Bejarano.
Tal es lo que podría comprender la primera etapa de actividades realizadas por Valdez en la costa ecuatoriana. Pero, resultando pequeño el medio, resolvió trasladarse a Guayaquil, donde se dedicó, en primer término, a la venta de tabaco esmeraldeño, convirtiéndose en proveedor de la fábrica de cigarrillos que hubo de fundar en esta ciudad y en asocio con otros compatriotas, el ciudadano colombiano Leopoldo Mercado. Y en 1876 aparece la firma RAFAEL VALDEZ en los registros comerciales del puerto principal, como comisionista y consignatario.
Había dado un paso trascendental en sus negocios, los que seis años más tarde fueron ampliados considerablemente, al asociarse a un señor Miller, con quien se dedicó a la importación de artículos europeos. Por desgracia, un incendio arruinó totalmente lo que había sido el producto de muchos años de sacrificio. Pero esto no doblegó su espíritu. Y, volviendo sus ojos hacia la tierra, cambió el rumbo de sus actividades, dedicándose a la agricultura, con plena conciencia de que “la tierra nunca engaña”.
Así lo relataba su cónyuge a los descendientes, como ejemplo de voluntad y firmeza. Y, contando con el crédito adquirido durante sus actividades en Guayaquil, obtuvo del Banco del Ecuador el préstamo necesario para empezar en esta nueva clase de actividades. Su visión fue absolutamente clara: sembrar caña para producir azúcar y abastecer el consumo del medio en que actuaba. Para esto, en asocio con su compadre José Julián Lara Molina, adquirió, en el sector denominado Chirijo, los terrenos que pertenecían a la esposa de éste, doña Mercedes Calderón de Lara. Dos años después, Valdez compró a Lara la parte correspondiente, quedando como único dueño de la empresa. También adquirió, por compra a Don Honorato Chiriboga, la ex. tensión denominada Puerto Balsa, indispensable para su industria, por la cercanía del río. Así vino al Ecuador la incipiente maquinaria que habría de elaborar a partir de las postrimerías de 1884, hasta 18.420 quintales por año y restablecer la economía de quien tenía, plena fe en la misma. Tal es el origen del actual Ingenio Valdez, que proclama a su fundador como uno de los precursores de la industria ecuatoriana y acaso el más grande propulsor de lo que más tarde habría de ser el Cantón Milagro.
Pero no se detuvo allí cuanto había de concebir su mente. Y, alternando sus actividades entre el campo y la ciudad, fundó en Guayaquil la fábrica de jabón y velas, a la que denominó “La Favorita”, con maquinarias que, de acuerdo con la época, habrían de responder a las más altas exigencias de la técnica. Su espíritu batallador no descansaba. Y, reaccionando contra el feudalismo de la época, liberó a los trabajadores que estaban a sus órdenes, del fiero dogal del concertaje, proclamándose, por su propia cuenta, hombres económicamente libres, a los que se les pagaba cinco pesos diarios, remuneración que, entonces, podía considerarse justa.
No cabe olvidar tampoco la participación de Rafael Valdez en las campañas en favor del liberalismo ecuatoriano, contribuyendo económicamente para la compra del vapor Alajuela, cuyo nombre consagró a Alfaro en las aguas de Jaramijó. Al respecto, Vargas Torres en el opúsculo titulado: “La Revolución del 15 de noviembre de 1884” dice que, entre los medios que se contaba para esto, había “un giro que yo hacía, a cargo de la Casa Valdez, por 7.000 pesos”.